
No debería
esperarse una ayuda adicional del gigante asiático a la delicada situación por
la que atraviesan los países desarrollados
Javier Alvaredo
Como venimos
describiendo, los últimos meses estuvieron marcados a fuego por la volatilidad
hacia el interior de los mercados financieros internacionales, principalmente
en las economías centrales, aunque desde hace dos meses esa inestabilidad se ha
trasladado también a los mercados emergentes. Si bien hoy los ojos de los
analistas están mayormente posados sobre la crisis europea, más de fondo
sobrevuela el interrogante acerca de la capacidad de las economías
desarrolladas, principalmente Estados Unidos y Europa, para consolidar un
proceso de crecimiento robusto durante los próximos años.
En esta misma columna
quedó dicho que la sucesión de piezas informativas negativas, acerca de la
dinámica de las principales economías avanzadas, redujo considerablemente las
perspectivas de crecimiento venidero, en un contexto donde los activos de
riesgo habían descontado tasas de crecimiento más elevadas, registrándose luego
descensos generalizados en sus cotizaciones.
Dada la creciente
importancia de la economía china en el tablero internacional, no deja de llamar
la atención que el gobierno del gigante asiático se mantenga casi totalmente
ausente de las mesas de discusión más relevantes. La economía china, se
esperaría, está llamada a ser, una vez más, el principal motor del desarrollo
global, para de ese modo compensar el menor crecimiento que se espera que
acontezca en el mundo desarrollado. En este sentido, vale interrogarse acerca
de la capacidad de los emergentes, con particular interés en China, para
“cargarse” con el peso del crecimiento global, en un contexto donde Europa y
Estados Unidos traccionarán menos de lo que se pensaba hace sólo algunos meses
atrás.
Analizando los datos
recientes, Estados Unidos y Europa, que representan el 32 por ciento del PBI
mundial, darán cuenta de sólo el 16 por ciento del crecimiento de todo el
planeta durante 2011. En contraposición, China, que representa el 13 por ciento
del PBI global, explicará el 31 por ciento del crecimiento total al finalizar
el año. Nuevamente, la pregunta que surge casi inmediatamente tiene que ver con
la capacidad de China para generar un desarrollo adicional frente a la
desaceleración de los países avanzados.
De manera aproximada, por
cada punto porcentual que el binomio Estados Unidos-Europa pierde, China debe
crecer un 2,3 por ciento adicional para compensar esta caída. En términos
hipotéticos, si el 2,6 por ciento del crecimiento proyectado para 2012 en
Estados Unidos y Europa se vuelve cero, China tendría que acelerar su tasa de
crecimiento en más de 6 puntos porcentuales, superando el 15 por ciento. Bien
vale aclarar que, si bien el desempeño chino de los últimos treinta años podría
avalar la continuidad de un proceso de fuerte crecimiento (de hecho, durante
los últimos cuatro años esta economía se expandió a un promediado del 9,7 por
ciento, una cifra a todas luces muy significativa), alcanzar una aceleración de
seis puntos porcentuales parece muy poco factible.
Al mismo tiempo, más allá
de las
conjeturas que puedan tejerse sobre lo que el mundo
espera de China, cada país atiende primero sus necesidades domésticas antes que
nada, y China no resulta la excepción. Vale recordar que, en ocasión de la
crisis global de 2008, el gobierno chino respondió agresivamente con un
programa de gasto público de 600.000 millones de dólares (el 12 por ciento del
PBI) que todavía no ha logrado digerir producto de dos fenómenos simultáneos:
1) el elevado nivel de endeudamiento de los gobiernos locales, y 2) la elevada
inflación.
En este sentido, la
variación promedio de los precios en el quinquenio 2005-2009 fue de apenas el
2,6 por ciento, acelerándose al 4,9 por ciento en los últimos dos años. En este
marco, las autoridades chinas han reforzado su compromiso de perseguir la
estabilidad como prioridad, habiéndose incrementado la tasa de interés de
referencia en cinco oportunidades en el último año, alcanzando un nivel del 6,6
por ciento desde el 5,3 por ciento vigente doce meses atrás.
De este modo, más que esperar una aceleración económica del gigante asiático, hoy resulta más factible cierta desaceleración producto de las prioridades de política doméstica que están fijando las autoridades. De esta manera, a diferencia de lo ocurrido en 2008, la potencial respuesta china agrega una dosis de incertidumbre adicional bajo un panorama global que, de por sí, se presenta crítico en el mundo de las economías avanzadas. De hecho, analistas de renombre, como Nouriel Roubini y Barry Eichengreen, argumentan que las posibilidades de sostener tales tasas de crecimiento para la economía china son cada vez más reducidas.
De este modo, más que esperar una aceleración económica del gigante asiático, hoy resulta más factible cierta desaceleración producto de las prioridades de política doméstica que están fijando las autoridades. De esta manera, a diferencia de lo ocurrido en 2008, la potencial respuesta china agrega una dosis de incertidumbre adicional bajo un panorama global que, de por sí, se presenta crítico en el mundo de las economías avanzadas. De hecho, analistas de renombre, como Nouriel Roubini y Barry Eichengreen, argumentan que las posibilidades de sostener tales tasas de crecimiento para la economía china son cada vez más reducidas.
Esto se debe a que el gigantesco
gasto de inversión realizado ya está generando una infraestructura mayor a la
necesaria, de manera tal que resulta difícil justificar la viabilidad económica
y social de dichos proyectos. Al mismo tiempo, si bien continúa habiendo un
ejército de reserva aun en las áreas rurales, no resulta sencillo continuar
incorporando gente al sector industrial al mismo ritmo, a la vez que la
inflación va incubando la potencialidad de problemas sociales.
Sin embargo, las naciones
avanzadas, principalmente Estados Unidos, están presionando para que se
implementen elementos de política para que, aun en un escenario de menor
crecimiento de la economía china, se dé mayor sustento al crecimiento de los
países avanzados. En este sentido, debería acentuarse el componente de
absorción interna del crecimiento chino, debilitando el sesgo exportador neto.
Para ello, tendría que reforzarse todavía más la apreciación del Renminbi, que
acumula el 3,9 por ciento en lo que va del año, ubicándose en su máximo nivel
de la década. Al respecto, el Congreso de Estados Unidos, promovido por el
Partido Republicano, está impulsando un proyecto de ley, que esta semana logró
media sanción en el Senado, que propone castigar con mayores tarifas a aquellos
países que mantengan sus monedas artificialmente devaluadas. Es obvio que el
principal destinatario de este proyecto es China, pero al mismo tiempo dicha
iniciativa genera incomodidad al gobierno de Obama, ya que además de violar la
normativa de la Organización Mundial de Comercio, puede poner a la principal
economía del mundo a merced de represalias de su principal acreedor.
Efectivamente, el ritmo
de apreciación de la moneda china es más lento del que desearían las economías
centrales. El tipo de cambio real multilateral de la moneda china, elaborado
por el Banco Internacional de Pagos de Basilea (BIS), se ha mantenido
prácticamente inalterado en lo que va del año, aunque se ubica un 8 por ciento
por encima (más depreciado) del máximo registrado en marzo de 2009. Sin
embargo, este indicador acumula una apreciación de casi un 14 por ciento cuando
se lo compara con mediados de 2005, momento en que el Banco Central Chino se
alejó del tipo de cambio fijo. Respecto del dólar estadounidense, la
apreciación acumulada desde junio de 2005 acumula el 22,8 por ciento en
términos nominales y del 27,1 por ciento, en términos reales.
Más allá de esta
evolución, el desequilibrio del comercio bilateral China-Estados Unidos resulta
muy evidente. Mientras China exporta el 18,4 por ciento de sus despachos totales
a Estados Unidos, siendo el principal destino de las ventas al exterior, sólo
le compra el 7,7 por ciento de sus importaciones, el cuarto origen más
relevante.
Asimismo, las presiones
sobre el gobierno chino, para que deje apreciar su moneda, se basan en que
dicho movimiento ayudaría a corregir los siempre latentes desequilibrios
globales entre naciones que acumulan acreencias y deudas en forma crónica. En
efecto, el superávit de cuenta corriente chino, que durante el primer lustro de
la década de los 2000 promedió 60.000 millones de dólares, supera en la
actualidad 360.000 millones (5 por ciento del PBI), el más elevado del mundo en
términos nominales, casi duplicando al superávit alemán, que se ubica segundo.
Al mismo tiempo, el superávit chino representa casi el 80 por ciento del
déficit de cuenta corriente de Estados Unidos (el mayor del planeta, un 3,1 por
ciento del PBI).
En un mismo sentido, la
salida de la crisis de 2008 no ha corregido desde ya los desequilibrios antes
mencionados, elemento que requerirá de esfuerzos de coordinación significativos
entre los principales actores en cuestión, y del que no deberían aguardarse
avances significativos en el corto plazo. Claramente, una dificultad importante
en este frente surge de las importantes diferencias de visión temporal que
caracteriza la idiosincrasia de ambas naciones. Mientras en Estados Unidos
existe cierta urgencia para corregir estos desbalances, la mirada asiática es
de más largo plazo y por tanto más gradualista.
Por otra parte, vale una
mención sobre los efectos para la economía argentina de una eventual
desaceleración de la economía china, habida cuenta de la relevancia que ha
cobrado como demandante de los principales productos que exporta el país. Para
darle un orden de magnitud a lo anterior, hacia fines de la década del 80, la
demanda por importaciones de soja desde China era prácticamente insignificante.
Diez años más tarde, ya daban cuenta del 22 por ciento de las importaciones
totales a nivel global, en tanto que actualmente esta cifra alcanza al 60 por
ciento.
En definitiva, no debería
esperarse una ayuda adicional de la economía china a la delicada situación por
la que atraviesan los países desarrollados. Más aún, existe la posibilidad,
frente a los propios desafíos de origen doméstico, de que China crezca algo por
debajo del promedio de los últimos años, elemento que debilitaría aún más la
dinámica de crecimiento global. Habida cuenta del peso de la demanda china en
los productos de exportación argentinos, esta cuestión no debe desestimarse
tampoco a nivel local.
Título original: “La inacción china frente a la
crisis”
Fuente original: http://www.revistadebate.com.ar//2011/10/14/4559.php
Fuente original: http://www.revistadebate.com.ar//2011/10/14/4559.php