
Vanessa Márquez Vargas
Es de suma importancia
tener presente que para todo pensamiento crítico ―más aún para aquel que
dilucida acerca de conceptos, vagos y generales en distintas ramas del saber,
buscando definir la Historia, mostrándola como una preocupación filosófica, en
primera instancia y en el marco de procesos de asimilación cultural, cuanto se
diga conduce a seguir pensando en nuevos problemas y por tanto nunca hay un
comienzo desde cero, o un comienzo único del cual se parta para dar sentencias
definitivas.
En tal sentido cuando
decimos que Historia y Literatura están en una dimensión vinculante, lo hacemos
siguiendo las reflexiones e interpretaciones que críticos y filósofos se han
planteado sobre la evolución y representación discursiva en cada uno de los
espacios mencionados. Son de especial interés para este trabajo los aportes del
Hans Georg Gadamer, Paul Ricoeur y Hyden White (1).
Gadamer, por ejemplo, al
plantearse el problema de la definición de la Historia desde el pensamiento
filosófico afirma: “el horizonte de nuestra propia conciencia histórica no es
el desierto infinito…esto significa que la historia es lo que fuimos y lo que
somos. Es la dimensión vinculante de nuestro destino”(2), lo cual puede
entenderse como un efecto de continuidad incesante que de inmediato nos remite
a los enigmas del tiempo, y desde luego nos advierte sobre la conciencia y la
importancia del lenguaje como campo expresivo en el que se manifiesta la
esencia del pensamiento del hombre, su hacer en la historia.
La Historia como concepto
reúne una amplia gama de significados en función de toda disciplina o actividad
representativa de un valor individual o colectivo, lo que de inmediato nos
confirma que hay, sin duda, necesidad de la Historia como fuente alimentaria de
la memoria, y viceversa, ya que la Historia deviene de la experiencia del
sujeto en instancias temporales.
El tiempo hace su
aparición y se instala como el regidor de las acciones del sujeto para matizar
la definición de una Historia que “no es el pasado, ni el tiempo; son los
hombres en el tiempo”(3). En este sentido, es el tiempo, edificante y
destructor, el que delimita la Historia, rige los espacios de la memoria y
también, el encara la lucha ardua del “Ser” contra el olvido.
Y es precisamente la
batalla contra el olvido lo que nos mueve a penetrar regiones tan vastas como
el imaginario puesto de manifiesto en un texto literario, con el fin de
reconocer la existencia del “Ser” a través de la palabra escrita. De esta
manera la literatura se ve integrada al amplio espectro que abarca la Historia
y adquiere mayor importancia en cuanto objeto de estudio.
La Historia, entendida
como la relación de hechos significativos, huella de la vida de los pueblos del
mundo en el tiempo cronológico, entendida también como hechos distintivos que
justifican, en muchos casos, la conducta del sujeto social apuntando hacia una
conformación identitaria, ve a la Literatura como un espacio de confluencia de
dos o más realidades, donde es posible que el lector se encuentre con historias
y personajes que le son familiares a partir de su conocimiento de la cultura,
pero que son matizados por la ficción. A partir de estas interpretaciones un
estudioso como Hayden White comienza a reflexionar sobre cuestiones
fundamentales referentes a las interrelaciones entre los universos de sentido
creados a partir del entendimiento de la narrativa ―narrativización― como
“metacódigo universal humano sobre cuya base pueden transmitirse mensajes
transculturales acerca de la naturaleza de una realidad común”(4). Bajo esta
premisa también se plantea la ficción, específicamente el carácter ficcional
del texto, como una problemática de la tipología textual por medio de la cual
se busca aclarar la relación interdiscursiva de la Historia y la Literatura.
En primera instancia se
entenderá por ficción un universo de autoreferecialidad del lenguaje en
cualquier orden de la vida y el arte, un acto de representación. En palabras de
Benjamín Harshaw “la ficción puede describirse como aquel lenguaje que ofrece
proposiciones sin pretensión de valores de verdad en el mundo real”(5). Sin
embargo, en la literatura la ficción se establece a partir de la ficcionalidad
—cualidad del texto literario— como “representación formal de la creatividad
humana”(6) que expresada en la escritura, involucra todo proceso creativo
—manifestado en forma de texto—, con la realidad empírica del escritor y del
lector, estableciendo en la construcción narrativa estructuras de sentido
paradójicas, en cuanto a las distintas posibilidades de significación y
representación de temas y motivos que resultan, para el lector, un punto de
interés.
Asumimos de igual forma,
como una propuesta fundamentada en la cuestión que nos interesa, la
interpretación de Walter Mignolo(7) sobre los postulados de Martínez Bonati
respecto a los fundamentos de la ficción y las situaciones comunicativas
imaginarias.
Para Mignolo los textos
se clasifican, entre otras cosas, por su carácter ficcional, lo cual los define
como situaciones comunicativas con un doble sentido. Por una parte
representaciones de una situación comunicativa imaginaria; y por otra parte
como descripciones de tales situaciones hasta el punto de representar un mundo
habitado por “entidades que crea el productor de un discurso ficcional,
también por entidades que existen independientemente de tal discurso”(8).
En atención a lo
expuesto, el texto ficcional, en tanto que universo de sentido, se ve
comprometido como alternativa de un discurso serio, oficial, ese que detenta en
todo caso la Historia. Discurso alternativo cuyo propósito es la creación de
mundos paralelos, nuevos; la creación de un estado de cosas posibles, desde la
verosimilitud, donde esas entidades que lo habitan pueden depender, o no, de
los prototipos reales —sujetos que a pesar de ser mera representación del
imaginario, se hacen sujetos posibles por habitar el mundo ficcional del
texto—.
Esta creación de mundos
posibles o de ficción, como los denominara Pavel(9), es ilimitada, variada y
accesible desde “el mundo real”, frente a la posibilidad de establecer
relaciones intermundos y de crear nuevos espacios ficcionales a partir del
“llenado de huecos”. Término postulado por las teorías fenomenológicas de la
lectura, según Iser(10), para determinar que a partir de un texto
ficcional, o de acontecimientos relevantes en la “Historia oficial”, pueden
surgir nuevos textos de carácter ficcional, según los intereses de los autores
por complementar ciertos detalles de una obra, o un contexto que ha servido de
inspiración en otra; al mismo tiempo que reafirma las nociones de
transtextualidad e intertextualidad propuestas por Genette(11) que nos
sirven de apoyo al momento de estudiar las estéticas narrativas de la
Novela Histórica y la Nueva Novela Histórica en América Latina.
Estéticas estas que han
generado polémica entre los investigadores de la Historia y la Literatura, pues
al momento de comparar la historia ficcionalizada con la “Historia oficial”, en
muchos casos la primera tiende a ser más verosímil que la segunda. Esta
situación ha llevado a los investigadores a buscar en los propios textos,
características que marquen diferencias entre lo real y lo ficcional,
estableciendo clasificaciones: Novela Histórica y Nueva Novela Histórica.
Cuestión que nos remite
una vez más a Hyden White, a su discernimiento sobre el valor de la narrativa
en la representación de la realidad de la Historia y en la ficción, narración
en el marco de la creación propiamente literaria.
Tanto en la “Historia
oficial” como en la historia ficcionalizada, existen marcas discursivas que
hacen distintivas estas narraciones unas de otras; la crónica por ejemplo,
según el autor, sólo es comentario de ciertos acontecimientos mientras no se
narrativice
Al narrativizar los
acontecimientos —que la crónica sólo comenta—, valiéndose de la farsa y las
alegorías, se produce:
Un desplazamiento
de los hechos al terreno de las ficciones literarias o, lo que es lo mismo,
mediante la proyección en los hechos de la estructura de la trama de uno de los
géneros de figuración literaria. Por decirlo de otro modo, la transición se
efectúa mediante un proceso de transcodificación, en el que los acontecimientos
originalmente transcritos en el código de la crónica se retranscriben en el
código literario de la farsa…(12)
De esta manera bajo el
código literario de la ficción, la historia de los acontecimientos narrados
supone una trama, lo cual a su vez también supone la configuración del
texto narrativo que recrea todo un imaginario sobre un personaje o
acontecimiento histórico reconocido por la “Historia oficial” Universal. Tal es
el caso de El arpa y la sombra —en medio de las discusiones sobre Nueva Novela
Histórica—, novela que ficcionaliza la figura del legendario Almirante Cristóbal
Colón, mostrándolo como una pobre alma errante en busca de redención, perdón y
reconocimiento por parte de la iglesia católica.
La novela construye la
trama en base a la singularidad de un sujeto real, figura divisoria de la
Historia en un antes y un después, mostrando a este personaje en sus facetas
más humanas, cotidianas, desde la mirado de los “otros” jugando a romper la
cronología, el ordenamiento sistemático de la Historia, creando una
temporalidad propia. Para White —siguiendo a Ricoeur—, “la trama es lo que
perfila la «historicidad» de los acontecimientos: la trama nos sitúa en
el punto de intersección de la temporalidad y la narratividad”(13). En vista de
esto, un elemento singular, único, reseñado como histórico se hace parte de una
trama en tanto que contribuya a su desarrollo y permita crear y recrear nuevos
y múltiples universos de sentido, establecido como una condición mucho más
significante que el simple gusto del autor por ficcionalizarlo en el texto. Así
lo señala White acercándose a Ricoeur:
De acuerdo con esta
concepción, un acontecimiento específicamente histórico no es un acontecimiento
que pueda introducirse en un relato cuando lo desee el escritor; más bien es un
tipo de acontecimiento que puede «contribuir» al «desarrollo de una trama». Es
como si la trama fuese una entidad en proceso de desarrollo antes del suceso de
cualquier acontecimiento determinado, y cualquier acontecimiento determinado
pudiera dotarse de historicidad sólo en la medida en que pudiera demostrarse
que contribuye a este proceso. Y, en efecto, esto parece ser así, porque para
Ricoeur, la historicidad es un modo estructural o nivel de la propia
temporalidad(14).
De esta forma el carácter
narrativo de un texto ficcional cuya trama se fundamente en un hecho o sujeto
de la Historia se organizará estructuralmente en un nivel temporal propio,
dando cuenta de lo que Ricoeur denomina la intratemporalidad de la
historicidad, al momento de representar un universo de sentido en el cual “la
narrativa representa los aspectos del tiempo en los que los finales pueden
considerarse ligados a los inicios para formar una continuidad
diferencial”(15).
En El arpa y la sombra,
desde la perspectiva de narradores múltiples que aparecen y desaparecen dando
cuenta de una imagen absuelta y redentora del Almirante, se muestran los
códigos literarios de nuestra cultura, la historia conocida a través de la
farsa a la cual hace tanta referencia White, al momento de establecer paralelos
entre las formas narrativas, tanto de la Historia como de la ficción, con el
propósito de desvanecer las barreras que han querido distancias ambos
discursos.
Las diferentes voces
narrativas de la novela contribuyen a formar el carácter dialógico y polifónico
de la narración bajo un marco estructural que puede ajustarse a las estructuras
de representación temporal que evocan el pasado, el presente y hasta el futuro
de los acontecimientos conformadores de la trama desde perspectivas diversas
sobre un mismo sujeto-personaje. Con lo cual se logra, en la novela, crear un
clima de ambigüedades y escepticismo desmitificador de la imagen de Colón que
algunos capítulos de la “Historia oficial” han querido resaltar. Del mismo modo
también se logra seguir avivando los cuestionamientos y las reflexiones que se
suscitan en la narración de la Historia y la ficcionalización de la Historia en
el texto literario.
A modo de conclusión
La literatura
latinoamericana está marcada por episodios claves reconocidos como parte de la
Historia Universal. Los importantes estudios literarios realizados, han
demostrado que en la narrativa latinoamericana existe una notable recurrencia
en los temas y motivos que refieren a los grandes mitos fundacionales y al
proceso histórico gestado a partir de la llegada de Cristóbal Colón a nuestras
tierras.
La reinterpretación de
documentos tan importantes como las Crónicas de Indias, cartas y diarios
personales de Almirantes y colonizadores europeos, durante todo el siglo XX, ha
permitido detenerse a reflexionar sobre “la más reciente realidad latinoamericana”
sobre todo en cuanto procesos de creación y estéticas narrativas; reconociendo
que América Latina se reinventa una y otra vez, desde los discursos que la
contienen y que “procuran entenderla, explicarla, cuestionarla, negarla,
desconocerla o parodiarla”(16).
En este sentido América
Latina, toda, es un complejo constructo discursivo capaz de sorprender y
maravillar a quienes cuestionan y responden acerca de los procesos de
reinvención histórica y literaria. Por tanto resulta altamente pertinente
seguir revisando y cuestionando conceptos e interpretaciones sobre los
discursos de la “Historia oficial” de Latinoamérica y la presencia de
referentes y personajes históricos ficcionalizados en las novelas de autores
latinoamericanos, como es el caso de El arpa y la sombra(17) de Alejo
Carpentier. Sin llegar a un conclusión definitiva, seguiremos indagando acerca
de las relaciones entre el discurso historiográfico y el discurso literario, y
entre historia y ficción, que dan sentido a nuestra propuesta de investigación y
análisis, ver la Historia y la Literatura como un espacio o dimensión
vinculante entre lo “real” y ficcional.
Bibliografía
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______________. “El valor de la narrativa en la representación de la realidad. En: El contenido de la forma. Barcelona. Paidos, 1992. 207
Notas
[1]Cfs: Hans Georg Gadamer.
“La continuidad de la historia y el instante de la existencia”. En: Verdad y
Método. 2 Tomos. 10ma Ed., Salamanca. Sígueme, 2003.pp. 133-143; Paul Ricoeur.
La memoria, la historia, el olvido. Buenos Aires. Fondo de Cultura Económica,
2004. 670 P; Hyden White. El contenido de la forma. Barcelona. Paidos, 1992. 207 P.
[2]Hams Georg Gadamer. Op. Cit. p. 136.
[3]Paul Ricoeur. Op.Cit. p.220.
[4]Haydem White. “El valor de la narrativa en la representación de la realidad”. En: Op. Cit. p.17
[5]Benjamín Harshaw. “Ficcionalidad y campos de referencia”. En: VARIOS. Teorías de la ficción literaria. Madrid. Arco Libros, 1997. pp. 123-157.
[6]Wolfgang Iser. “la ficcionalización: dimensión antropológica de las ficciones literarias”. En: VARIOS. Teorías de la ficción literaria. Madrid. Arco Libros, 1997. pp. 43-65.
[7]Walter Mignolo. “Género literario o tipología textual”. En: Teoría del texto e interpretación de textos. México. UNAM, Instituto de Investigaciones Filosóficas, 1986. pp. 57-112.
[8]Ibd. p. 68
[9]Thomas Pavel. Mundos de ficción. Caracas. Monte Ávila Editores, 1995. 173 P.
[10]Wolfgang Iser. “El proceso de lectura. Una perspectiva fenomenológica. En: Rainer Warning. Estética de la recepción. Madrid. La balsa de la Medusa, 1989. pp. 149-164.
[11]Gerad Genette. Palimpsestos. La literatura en segundo grado. Madrid. Taurus, 1989. 502P.
[12]Hyden White. “Figuración narrativa”. En: Op. Cit. p. 166.
[13]Ibid. p. 177
[14]Ibid. p. 178
[15]Ibid. p. 184.
[16]Enrique Plata Ramírez. Al Acecho de la Postmodernidad: El Caribe cuenta y canta. Mérida. Universidad de Los Andes, Fondo de Publicaciones de la Asociación de Profesores APULA, 2004. p. 154
[17]Alejo Carpentier. Op. Cit.
[2]Hams Georg Gadamer. Op. Cit. p. 136.
[3]Paul Ricoeur. Op.Cit. p.220.
[4]Haydem White. “El valor de la narrativa en la representación de la realidad”. En: Op. Cit. p.17
[5]Benjamín Harshaw. “Ficcionalidad y campos de referencia”. En: VARIOS. Teorías de la ficción literaria. Madrid. Arco Libros, 1997. pp. 123-157.
[6]Wolfgang Iser. “la ficcionalización: dimensión antropológica de las ficciones literarias”. En: VARIOS. Teorías de la ficción literaria. Madrid. Arco Libros, 1997. pp. 43-65.
[7]Walter Mignolo. “Género literario o tipología textual”. En: Teoría del texto e interpretación de textos. México. UNAM, Instituto de Investigaciones Filosóficas, 1986. pp. 57-112.
[8]Ibd. p. 68
[9]Thomas Pavel. Mundos de ficción. Caracas. Monte Ávila Editores, 1995. 173 P.
[10]Wolfgang Iser. “El proceso de lectura. Una perspectiva fenomenológica. En: Rainer Warning. Estética de la recepción. Madrid. La balsa de la Medusa, 1989. pp. 149-164.
[11]Gerad Genette. Palimpsestos. La literatura en segundo grado. Madrid. Taurus, 1989. 502P.
[12]Hyden White. “Figuración narrativa”. En: Op. Cit. p. 166.
[13]Ibid. p. 177
[14]Ibid. p. 178
[15]Ibid. p. 184.
[16]Enrique Plata Ramírez. Al Acecho de la Postmodernidad: El Caribe cuenta y canta. Mérida. Universidad de Los Andes, Fondo de Publicaciones de la Asociación de Profesores APULA, 2004. p. 154
[17]Alejo Carpentier. Op. Cit.
Vanessa Márquez Vargas (Mérida, 1985). Licenciada en Letras,
Mención: Lengua y Literatura Hispanoamericana y Venezolana por la Universidad
de Los Andes. Estudiante activa de la Maestría en Literatura Iberoamericana,
Universidad de Los Andes, Becario Académico de la Universidad de Los Andes, en
la Cátedra Literatura Hispanoamericana para estudiantes de Educación Básica
Integral. Vértigo y Escepticismo. Poemas publicados por la Dirección de Asuntos
Estudiantiles (DAES) en la compilación Ganadores del XVIII Concurso de Cuento,
Ensayo y Poesía. Mérida, 2006. Una selección de sus poemas fueron publicados en
la II Antología Poética Entre Eros y Tánatos, de la Asociación de Escritores de
Mérida. 2006.
Fuente: http://www.redesalba.org/?p=446
Fuente: http://www.redesalba.org/?p=446