
Vicky Peláez
“No se puede ser y no ser algo al mismo tiempo
y bajo el mismo aspecto”: Aristóteles
Si alguien preguntara a
algún joven, en cualquier punto del planeta, para qué sirve la ONU, estoy casi
segura que diría que es un organismo donde los poderosos del mundo deciden
dónde y a cual país invadir o iniciarle una guerra.
Muy pocos de estas nuevas
generaciones saben que este mes, la Organización de las Naciones Unidas (ONU)
celebra sus 66 años y que su principal propósito era ser el máximo garante de
la preservación de la paz y la justicia social en el mundo. Pero nunca lo ha
logrado. Con un presupuesto anual de cinco mil 160 millones de dólares y con
aportes adicionales de 193 países miembros para diferentes programas, la ONU
tiene teóricamente todas las condiciones para cumplir con su agenda de paz, sin
embargo la realidad es diferente.
Desde su creación se
convirtió en un instrumento de la política exterior norteamericana orientada al
dominio del planeta que fue restringida solamente durante la existencia de la
Unión Soviética. Fue famoso el veto de la URSS en cada intento de los Estados
Unidos de convertir el mundo en su rancho privado. En los primeros diez años de
la existencia de la ONU, el canciller soviético Viacheslav. Mólotov fue
bautizado inclusive por los norteamericanos como “Mr. Veto”.
El siguiente ministro de
relaciones exteriores de la URSS, Andrei Gromiko que estuvo en el cargo de 1957
a 1985 fue también llamado “MR. Nyet”.
Pero el problema era, como
dijo el mismo Gromiko, que “yo escuché el NO occidental con mucha más
frecuencia que el mío Nyet”. Fue precisamente Gromiko quien promovió la idea de
“rasriadka” (distensión) con
Norteamérica, de la no proliferación de las armas nucleares, acuerdos de prevención
de guerra etc., etc.
Con la disolución de la
URSS, Estados Unidos se convirtió en el verdadero y el único amo de las
Naciones Unidas amenazando a la organización de reducir su aporte financiero en
el caso de no aprobar su agenda. Si tomamos en cuenta que Norteamérica cubre el
25 por ciento del presupuesto de la ONU que crece cada año, mientras que China
y Rusia aportan 1.5 por ciento cada uno, igual como el Brasil, entonces
podremos imaginar el poder financiero estadounidense sobre las decisiones
políticas del supuesto garante de la paz en el mundo.
La llamada “prudencia
diplomática” de China y Rusia en los últimos 15 años ha sido interpretado por
los Estados Unidos como un signo de debilidad, inseguridad y de la no
existencia de una bien definida agenda geoestratégica de estos países debido a
su rápido ingreso en el mundo globalizado sin definir claramente su propio
espacio en él y sus intereses.
Norteamérica se aprovechó
de este vacío e hizo de la ONU una promotora y ejecutora de su proyecto “El Siglo
del Dominio Absoluto Norteamericano” que apareció a la luz pública en 1997 bajo
el nombre del Project for the New American Century (PNAC). Este dominio se
expandió primeramente hacia la Unión Estados Unidosropea que fácilmente se
convirtió en un dócil aliado con su brazo armado de la OTAN que funge ahora de
las fuerzas armadas de las Naciones Unidas.
Como paso seguido empezó
su era de las “guerras preventivas”, “revoluciones de colores”, “caos
controlado”, “revoluciones democráticas árabes” y no se sabe que nombres más
inventarán para justificar lo injustificable: las guerras.
Así ya en 1997 decidieron
con la aprobación del presidente Clinton de empezar una guerra contra Irak y
Afganistán. Ya en 1998 los halcones del PNAC empezaron a preparar a la población
norteamericana sobre “el caos en los países africanos y árabes”, incluyendo la
“rebelión” en Libia.
Para empezar las guerras
del Siglo XXI elaboraban un pretexto ficticio y lo presentaban a las Naciones
Unidas para que diera su aprobación para una guerra de turno. Los expertos de
la ONU no investigan nada o hacen una comedia con su verificación que siempre
coincide con los argumentos norteamericanos. Si alguno de los supervisores
internacionales se opone a la directiva de las Naciones Unidas lo sacan del
caso o lo retiran del servicio. Así “comprobaron” que Irak tenía armas de
destrucción masiva, un pretexto suficiente para autorizar la guerra.
Lo mismo pasó con
Afganistán, cuyos mujahidines supuestamente “participaron en la destrucción de
las Torres Gemelas” y recientemente las Naciones Unidas aceptaron la versión de
la OTAN, que “las bombas de los aviones de Muamar Gadafi masacraron la
población civil en Bengasi”.
Un pretexto “sacado de
los pelos” pero de acuerdo a lo planificado por el PNAC en los años 1990. Decía
el proyecto que “la guerra no terminará en Afganistán sino se expandirá a otros
países y producirá muchos cambios en el mundo árabe. Vamos a hacer la guerra
con el apoyo de los miembros de la ONU o sin su aprobación. Ni siquiera estamos
al comienzo del inicio”.
Por supuesto, la ONU como
siempre, al ver que no existe ni el Niet
ruso ni el BU chino sino su “prudente y
sumisa abstención” dieron su visto bueno al ataque de la OTAN contra Libia
de Gadafi. Se olvidó el Secretario General de la ONU, Ban Ki–moon que había
planificado entregar a Gadafi el Premio de la ONU por el “excelente récord humanitario en Libia”. Pero aquel premio fue
reemplazado por las bombas autorizadas por las Naciones Unidas en base de una
falsa acusación occidental.
A estas barbaridades se
suman el bloqueo económico contra Cuba, la persecución y las masacres
cotidianas de los palestinos por Israel, las guerras en África y todo con la
venia de las Naciones Unidas.
¿Para qué sirve la ONU
que ha perdido o de repente jamás ha tenido la voluntad de justicia? Entonces,
si no se puede salvar es mejor abolirla.
Fuente: Agencia de Prensa
RIA Novosti