
“Soy un novelista muy joven, ciertamente prometedor, que hasta el
momento ha publicado unas cuantas novelas y que publicará muchas más en los
próximos 50 años”. Así se cuenta a sí mismo el escritor italiano Umberto
Eco, a punto de cumplir los 80, en Confesiones de un joven novelista,
que publicará la editorial Lumen. Eco también retoma algunas cuestiones más
transitadas, a la hora de hablar de la creación artística, como inspiración o
trabajo, talento o esfuerzo, que también aparecen en el libro, una reflexión
sobre cómo pasó de ensayista a novelista.
En Confesiones de un
joven novelista, Eco reflexiona sobre su forma de escribir. “Prestaré más atención a la ficción que a
los ensayos –dice– porque, aunque me considero académico de profesión, como
novelista no soy más que un aficionado”. Eco, quien también es semiólogo,
debutó como novelista con El nombre de la rosa (1980), que le dio una
fama masiva.
Entre algunas de sus
reflexiones, Eco dice que cuando cumplió los 50 años, no se sintió, “como les
pasa a muchos alumnos frustrado por el hecho de que su escritura no fuera
‘creativa’”. Y agrega que con el ensayo teórico “se pretende demostrar una
tesis determinada o dar una respuesta a un problema concreto, mientras que, con
un poema o una novela, lo que se pretende es representar la vida con todas sus
contradicciones”.
Para Eco, la narrativa
es, en sobre todo, un asunto cosmológico. Dice: “Para narrar algo, uno empieza a crear un mundo, un mundo que debe ser
lo más exacto posible de manera que pueda moverse en él con absoluta confianza
[…] Me considero, por lo tanto, un novelista muy joven y ciertamente
prometedor, que hasta el momento ha publicado unas cuantas novelas y publicará
muchas más en los próximos 50 años”, anota con ironía el autor en la
presentación de este nuevo libro. “Empecé
a escribir novelas en mi infancia. Lo primero que se me ocurría era el título,
habitualmente inspirado en libros de aventuras de aquellos días, que eran del
tipo de Piratas del Caribe. Solía dibujar de inmediato todas las ilustraciones,
y luego empezaba el primer capítulo. Pero como siempre escribía en mayúsculas,
por imitación de los libros impresos, al cabo de unas pocas páginas me agotaba
y lo dejaba. Aún así, cada uno de mis trabajos era una obra maestra inacabada,
como la Sinfonía Inconclusa de Schubert”, recuerda Eco.