“Ni del
vino ni del oro, harás nunca tesoro”: Viejo proverbio español, que a estas alturas del siglo XXI, su
vigencia está muy discutida, al menos yo lo creo así.
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Foto: Paul Krugman |
Paul Krugman la ha tomado
con el oro últimamente y le dedicó la semana pasada la mitad de sus blogs al
precio del oro, desarrollando el argumento de que el precio del oro se
determinaba según la regla de Hotelling.
Esta forma de hablar de Krugman es para decir que el oro es como los diamantes,
un bien artificialmente atesorado para sostener su precio.

Krugman aprovechó para
cargar también contra Bitcoin, una
moneda digital experimental, con la acusación de que a pesar de ser digital,
también es una reliquia bárbara. Lanzando así a la vez un dardo contra el oro.
Como buen keynesiano Krugman censura cualquier moneda que pueda devenir
deflacionaria. Pero lo que de verdad indigna a tecnócratas como Krugman, tan
cercanos al poder y tan amigos de la planificación central, es cualquier
instrumento financiero que escape a su control. Lo que da valor al oro, como a
cualquier moneda voluntaria, es el mercado. Algo que escapa a su control y
dirección. Por eso adoran el dinero fiat
y la banca central. (No olvidemos que el
“Nobel de Economía” no lo otorga la Fundación
Nobel, sino el Banco Central de Suecia.)
Esta semana ha vuelto a
la carga, intentando de forma poco sutil sugerir que el oro está en plena
burbuja y tocando techo. Para ello utiliza este gráfico del precio del oro
deflactado según el IPC americano.
De nuevo intenta,
escogiendo el planteamiento inicial, llevarnos a la conclusión equivocada. En
vez de utilizar medidas relativas, como el ratio oro/Dow o la relación petróleo/oro,
pretende darnos gato por liebre con el IPC, la estadística menos fiable y cuya
metodología más veces se ha cambiado.
Si vemos el oro como lo
que es, dinero, y lo comparamos con otras medidas monetarias como la M3, vemos
que el aspecto del gráfico cambia sustancialmente.
Krugman es un poco
más sutil que otros, como Nouriel
Roubini que se ha estrellado tras repetir en varias ocasiones que el precio del
oro a 1.500 o a 2.000 dólares la onza era inconcebible. Su supuesta
independencia al no ostentar un cargo público
le permite hablar con más soltura y credibilidad que funcionarios como
Ben Bernanke, que no tienen mucha libertad para salirse de la linea oficial (“El oro no es dinero, sólo lo guardamos por
tradición”).
Por otra parte, como alguien
que ha dedicado gran parte de su carrera académica a estudiar historia
económica y comercio internacional, sabemos que Krugman está siendo más humilde
de la cuenta (por no decir poco sincero) cuando alega no saber nada del oro ni
de como se determina su precio. Su animadversión viene de lejos y está
fundamentada en su adhesión a las ideas de John Maynard Keynes.
Recomendamos a los lectores que tengan cuidado con los “expertos” y se eduquen e informen por su cuenta. Un buen lugar por dónde empezar es “La inflación del dinero fiat en Francia” de Andrew Dickson White. “What has government done to our money?” de Murray Rothbard es otra obra imprescindible y muy breve. Ambos libros están disponibles gratis en internet, así que no hay excusa para la ignorancia.
Con informaciones de: Oro
y Finanzas, diario digital del mercado del oro