El presidente venezolano,
Hugo Chávez pidió a los países miembros
de Naciones Unidas reconocer al Estado palestino, una decisión que calificó de
“acto de justicia histórica”, en un carta enviada al secretario general Ban
Ki-moon.

Dirijo estas palabras a la
Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas, a este gran foro
donde están representados todos los pueblos de la tierra, para ratificar, en
este día y en este escenario, el total apoyo de Venezuela al reconocimiento del
Estado palestino: al derecho de Palestina a convertirse en un país libre,
soberano e independiente. Se trata de un acto de justicia histórico con un
pueblo que lleva en sí, desde siempre, todo el dolor y el sufrimiento del
mundo.
El gran filósofo francés
Gilles Deleuze, en su memorable escrito La grandeza de Arafat, dice con el
acento de la verdad: La causa palestina es ante todo el conjunto de injusticias
que este pueblo ha padecido y sigue padeciendo. Y también es, me atrevo
agregar, una permanente e indoblegable voluntad de resistencia que ya está
inscrita en la memoria heroica de la condición humana. Voluntad de resistencia
que nace del más profundo amor por la tierra.
Mahmud Darwish, voz
infinita de la Palestina posible, nos habla desde el sentimiento y la
conciencia de este amor: No necesitamos
el recuerdo / porque en nosotros está el Monte Carmelo/ y en nuestros párpados
está la hierba de Galilea. / No digas: ¡si corriésemos hacia mi país como el
río! / ¡No lo digas! / Porque estamos en la carne de nuestro país / y él está
en nosotros.
Contra quienes sostienen,
falazmente que lo ocurrido al pueblo palestino no es un genocidio, el mismo
Deleuze sostiene con implacable lucidez: En todos los casos se trata de hacer
como si el pueblo palestino no solamente no debiera existir, sino que no
hubiera existido nunca. Es, cómo decirlo, el grado cero del genocidio: decretar
que un pueblo no existe; negarle el derecho a la existencia.
A propósito, cuánta razón
tiene el gran escritor español Juan Goytisolo cuando señala contundentemente: “La promesa bíblica de la tierra de Judea y
Samaria a las tribus de Israel no es un contrato de propiedad avalado ante
notario que autoriza a desahuciar de su suelo a quienes nacieron y viven en él.”
Por eso mismo, la resolución del conflicto del Medio Oriente pasa,
necesariamente, por hacerle justicia al pueblo palestino; éste es el único
camino para conquistar la paz.
Duele e indigna que
quienes padecieron uno de los peores genocidios de la historia, se hayan
convertido en verdugos del pueblo palestino: duele e indigna que la herencia
del Holocausto sea la Nakba. E indigna, a secas, que el sionismo siga haciendo
uso del chantaje del antisemitismo contra quienes se oponen a sus atropellos y
a sus crímenes.
Israel ha
instrumentalizado e instrumentaliza, con descaro y vileza, la memoria de las
víctimas. Y lo hace para actuar, con total impunidad, contra Palestina. De
paso, no es ocioso precisar que el antisemitismo es una miseria occidental,
europea, de la que no participan los árabes. No olvidemos, además, que es el
pueblo semita palestino el que padece la limpieza étnica practicada por el
Estado colonialista israelí.
Quiero que se me
entienda: una cosa es rechazar al antisemitismo, y otra muy diferente aceptar
pasivamente que la barbarie sionista le imponga un régimen de apartheid al pueblo palestino. Desde un
punto de vista ético, quien rechaza lo primero, tiene que condenar lo segundo.
Una digresión necesaria:
es francamente abusivo confundir sionismo con judaísmo; no pocas voces
intelectuales judías, como las de Albert Einstein y Erich Fromm, se han
encargado de recordárnoslo a través del tiempo. Y, hoy por hoy, es cada vez más
numerosa la ciudadanía consciente que, en el propio Israel, se opone
abiertamente al sionismo y a sus prácticas terroristas y criminales.
Hay que decirlo con todas
sus letras: el sionismo, como visión del mundo, es absolutamente racista. Estas
palabras de Golda Meir, en su aterrador cinismo, son prueba fehaciente de ello:
¿Cómo vamos a devolver los territorios ocupados? No hay nadie a quien
devolverlo. No hay tal cosa llamada palestinos. No era como se piensa que
existía un pueblo llamado palestino, que se considera él mismo como palestino y
que nosotros llegamos, los echamos y les quitamos su país. Ellos no existían.
Necesario es hacer
memoria: desde finales del siglo XIX, el sionismo planteó el regreso del pueblo
judío a Palestina y la creación de un Estado nacional propio. Este
planteamiento era funcional al colonialismo francés y británico, como lo sería
después al imperialismo yanqui. Occidente alentó y apoyó, desde siempre, la
ocupación sionista de Palestina por la vía militar.
Léase y reléase ese
documento que se conoce históricamente como Declaración de Balfour del año
1917: el Gobierno británico se arrogaba la potestad de prometer a los judíos un
hogar nacional en Palestina, desconociendo deliberadamente la presencia y la
voluntad de sus habitantes. Hay que acotar que en Tierra Santa convivieron en
paz, durante siglos, cristianos y musulmanes, hasta que el sionismo comenzó a reivindicarla
como de su entera y exclusiva propiedad.
Recordemos que, desde la
segunda década del siglo XX, el sionismo, aprovechando la ocupación colonial
británica de Palestina, comenzó a desarrollar su proyecto expansionista. Al
concluir la Segunda Guerra Mundial, se exacerbaría la tragedia del pueblo
palestino, consumándose la expulsión de su territorio y, al mismo tiempo, de la
historia. En 1947 la ominosa e ilegal resolución 181 de Naciones Unidas
recomienda la partición de Palestina en un Estado judío, un Estado árabe y una
zona bajo control internacional (Jerusalén y Belén). Se concedió, vaya qué
descaro, el 56% del territorio al sionismo para la constitución de su Estado.
De hecho, esta resolución violaba el derecho internacional y desconocía flagrantemente
la voluntad de las grandes mayorías árabes: el derecho de autodeterminación de
los pueblos se convertía en letra muerta.
Desde 1948 hasta hoy, el
Estado sionista ha proseguido con su criminal estrategia contra el pueblo
palestino. Para ello, ha contado siempre con un aliado incondicional: los
Estados Unidos de Norteamérica. Y esta incondicionalidad se demuestra a través
de un hecho bien concreto: es Israel quien orienta y fija la política
internacional estadounidense para el Medio Oriente. Con toda razón, Edward
Said, esa gran conciencia palestina y universal, sostenía que cualquier acuerdo
de paz que se construya sobre la alianza con EEUU será una alianza que confirme
el poder del sionismo, más que confrontarlo.
Ahora bien: contra lo que
Israel y Estados Unidos pretenden hacerle creer al mundo, a través de las
transnacionales de la comunicación, lo que aconteció y sigue aconteciendo en
Palestina, digámoslo con Said, no es un conflicto religioso: es un conflicto
político, de cuño colonial e imperialista; no es un conflicto milenario sino
contemporáneo; no es un conflicto que nació en el Medio Oriente sino en Europa.
¿Cuál era y cuál sigue
siendo el meollo del conflicto?: se privilegia la discusión y consideración de
la seguridad de Israel, y para nada la de Palestina. Así puede corroborarse en
la historia reciente: basta con recordar el nuevo episodio genocida
desencadenado por Israel a través de la operación “Plomo Fundido” en Gaza.
La seguridad de Palestina
no puede reducirse al simple reconocimiento de un limitado autogobierno y
autocontrol policíaco en sus “enclaves” de la ribera occidental del Jordán y en
la franja de Gaza, dejando por fuera no sólo la creación del Estado palestino,
sobre las fronteras anteriores a 1967 y con Jerusalén oriental como su capital,
los derechos de sus nacionales y su autodeterminación como pueblo, sino,
también, la compensación y consiguiente vuelta a la Patria del 50% de la
población palestina que se encuentra dispersa por el mundo entero, tal y como
lo establece la resolución 194.
Es increíble que un país
(Israel) que debe su existencia a una resolución de la Asamblea General, pueda
ser tan desdeñoso de las resoluciones que emanan de las Naciones Unidas,
denunciaba el padre Miguel D’Escoto cuando pedía el cese de la masacre contra
el pueblo de Gaza, a finales de 2008 y principios de 2009.
Señor Secretario General
y distinguidos representantes de los pueblos del mundo:
Es imposible ignorar la
crisis de Naciones Unidas. Ante esta misma Asamblea General sostuvimos, en el año
2005, que el modelo de Naciones Unidas se había agotado. El hecho de que se
haya postergado el debate sobre la cuestión palestina, y que se le esté
saboteando abiertamente, es una nueva confirmación de ello.
Desde hace ya varios
días, Washington viene manifestando que vetará en el Consejo de Seguridad lo
que será resolución mayoritaria de la Asamblea General: el reconocimiento de
Palestina como miembro pleno de la ONU. Junto a las Naciones hermanas que
conforman la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), en
la Declaración de reconocimiento del Estado palestino, hemos deplorado, desde
ya, que tan justa aspiración pueda ser bloqueada por esta vía. Como sabemos, el
imperio, en éste y en otros casos, pretende imponer un doble estándar en el
escenario mundial: es la doble moral yanqui que viola el derecho internacional
en Libia, pero permite que Israel haga lo que le dé la gana, convirtiéndose así
en el principal cómplice del genocidio palestino a manos de la barbarie
sionista. Recordemos unas palabras de Said que meten el dedo en la llaga:
Debido a los intereses de Israel en Estados Unidos, la política de este país en
torno a Medio Oriente es, por tanto, israelocéntrica.
Quiero finalizar con la
voz de Mahmud Darwish en su memorable poema Sobre esta tierra: “Sobre esta tierra hay algo que merece vivir:
sobre esta tierra está la señora de/ la tierra, la madre de los comienzos, la
madre de los finales. Se llamaba Palestina. Se sigue llamando/ Palestina.
Señora: yo merezco, porque tú eres mi dama, yo merezco vivir.”
Se seguirá llamando
Palestina: ¡Palestina vivirá y vencerá! ¡Larga vida a Palestina libre, soberana
e independiente!
Hugo Chávez Frías
Presidente de la República Bolivariana de Venezuela
Presidente de la República Bolivariana de Venezuela