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Gabriel García Marquez por David Levine |
El golpe de Estado en Chile del 11 de
septiembre de 1973 fue organizada por militares y carabineros chilenos,
partidos de derecha, empresarios, así como planeada, organizada, solventada y
asesorada por EEUU. La acción militar culminó con el bombardeo al Palacio de la
Moneda y la muerte del presidente constitucional Salvador Allende, imponiéndose
la dictadura militar de Augusto Pinochet.
En 2003, el premio nobel de literatura colombiano Gabriel García Márquez escribió
el siguiente artículo sobre la trágica
muerte de Allende, con un interesante análisis sobre las razones de ese amargo
final para el proceso democrático chileno
Gabriel García Márquez
A la hora de la batalla
final, con el país a merced de las fuerzas desencadenadas de la subversión,
Salvador Allende continuó aferrado a la legalidad.
La contradicción más
dramática de su vida fue ser al mismo tiempo, enemigo congénito de la violencia
y revolucionario apasionado, y él creía haberla resuelto con la hipótesis de que
las condiciones de Chile permitían una evolución pacífica hacia el socialismo
dentro de la legalidad burguesa. La experiencia le enseñó
demasiado tarde que no se puede cambiar un sistema desde el gobierno, sino
desde el poder.
Esa comprobación tardía
debió ser la fuerza que lo impulsó a resistir hasta la muerte en los escombros
en llamas de una casa que ni siquiera era la suya, una mansión sombría que un
arquitecto italiano construyó para fábrica de dinero y terminó convertida en el
refugio de un Presidente sin poder.
Resistió durante seis
horas con una metralleta que le había regalado Fidel Castro y que fue la
primera arma de fuego que Salvador Allende disparó jamás.
El periodista Augusto
Olivares que resistió a su lado hasta el final, fue herido varias veces y murió
desangrándose en la asistencia pública.
Hacia las cuatro de la
tarde el general de división Javier Palacios, logró llegar hasta el segundo
piso, con su ayudante el capitán Gallardo y un grupo de oficiales. Allí entre
las falsas poltronas Luis XV y los floreros de Dragones Chinos y los cuadros de
Rugendas del salón rojo, Salvador Allende los estaba esperando.
Llevaba en la cabeza un
casco de minero y estaba en mangas de camisa, sin corbata y con la ropa sucia
de sangre. Tenía la metralleta en la mano.
Allende conocía al
general Palacios. Pocos días antes le había dicho a Augusto Olivares que aquel
era un hombre peligroso, que mantenía contactos estrechos con la Embajada de
los EE.UU. Tan pronto como lo vio aparecer en la escalera, Allende le gritó:
“Traidor”, y lo hirió en la mano.
Allende murió en un
intercambio de disparos con esa patrulla. Luego todos los oficiales en un rito
de casta, dispararon sobre el cuerpo. Por último un oficial le destrozó la cara
con la culata del fusil.
La foto existe: la hizo
el fotógrafo Juan Enrique Lira, del periódico El Mercurio, el único a quien se
permitió retratar el cadáver. Estaba tan desfigurado, que la Sra. Hortensia
Allende, su esposa, le mostraron el cuerpo en el ataúd, pero no permitieron que
le descubriera la cara.
Había cumplido 64 en el
julio anterior y era un Leo perfecto: tenaz, decidido e imprevisible.
Lo que piensa Allende
sólo lo sabe Allende, me había dicho uno de sus ministros. Amaba la vida, amaba
las flores y los perros, y era de una galantería un poco a la antigua, con
esquela perfumada y encuentros furtivos.
Su virtud mayor fue la
consecuencia, pero el destino le deparó la rara y trágica grandeza de morir
defendiendo a bala el mamarracho anacrónico del derecho burgués, defendiendo
una Corte Suprema de Justicia que lo había repudiado y había de legitimar a sus
asesinos, defendiendo un Congreso miserable que lo había declarado ilegítimo
pero que había de sucumbir complacido ante la voluntad de los usurpadores,
defendiendo la voluntad de los partidos de la oposición que habían vendido su
alma al fascismo, defendiendo toda la parafernalia apolillada de un sistema de
mierda que él se había propuesto aniquilar sin disparar un tiro.
El drama ocurrió en
Chile, para mal de los chilenos, pero ha de pasar a la historia como algo que
nos sucedió sin remedio a todos los hombres de este tiempo, que se quedó en
nuestras vidas para siempre.
Observación
La muerte de Salvador
Allende ha sido una larga discusión histórica, muerte en combate o suicidio.
García Márquez habla de la primera versión. Según un equipo internacional de
forenses que presentó un estudio en julio de este año, Allende se suicidó en
medio de las balas, los gases lacrimógenos y el incendio que consumía el
palacio presidencial durante el golpe militar de 1973. El informe fue entregado
a la prensa por el Servicio Médico Legal (SML), poniendo fin a 38 años de
versiones diversas y contradictorias sobre su muerte.
El historiador español,
especialista en Chile, Mario Amorós afirma respecto “a mi juicio es casi anecdótico saber si se suicidó o si lo mataron, ya
que murió a consecuencia del Golpe de los militares que traicionaron su
juramento de lealtad y su deber de obediencia al jefe de la República”,
manifestó. Se mostró optimista sobre que el resultado de la autopsia sirva
poner fin a las especulaciones y permita a la sociedad dedicarse a “conocer su ejemplar trayectoria política”.
Según el mismo, Allende “forma parte de lo mejor de la historia
chilena y es patrimonio de todos los demócratas, sobre todo, de quienes
entregan lo mejor de su vida a la lucha por la justicia social y la libertad”,
afirmó el especialista español. “Su
nombre, como el de Pablo Neruda o Víctor Jara, derrumban la cordillera de los
Andes y une a Chile con todos los pueblos del mundo”.
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La última foto con vida de Salvador Allende, en el palacio de la Moneda |
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El presidente chileno sin vida. Foto: Juan Enrique Lira, del periódico El Mercurio |
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El cuerpo de Allende siendo sacado de su lugar de resistencia. Foto: Archivo AP |