
Miguel
Manzanera Salavert
/ Especial para
Gramscimanía
Ya no hay duda posible. Se está produciendo una
reconfiguración de la izquierda liberal en nuestro país –y seguramente a escala
internacional. Ante el rotundo fracaso del reformismo, a la hora de gestionar
la crisis económica en los tres últimos años (Obama, Gordon Brown, Zapatero,
Sócrates, etc.), se busca desesperadamente recomponer una salida de
‘izquierdas’ –reformista y democrática liberal-, que sea eficaz para reducir
las consecuencias más peligrosas de la crisis. Pero la cosa está difícil.
El Partido Popular Europeo, que ha conseguido mayorías en
el Parlamento Europeo en casi todas las elecciones, ha salido reforzado más
todavía con la crisis. Si descontamos la situación alemana, donde la derecha
está perdiendo las últimas elecciones regionales, la política europea se hace
más derechista cada día que pasa y en EE.UU. parece que está pasando lo mismo.
La errática política del gobierno norteamericano muestra a las claras que no
hay margen de maniobra para el reformismo, y quizás ello se exprese sobre todo
a través de esos aires de movilización popular que soplan en las velas de la
extrema derecha, aglutinada en el Tea Party.
El estrechamiento de los márgenes del reformismo es
consecuencia del agotamiento del modo de
producción capitalista en su vertiente neoliberal y la intensificación de
la lucha de clases a escala internacional.
Hay importantes diferencias entre la crisis del 29 y la
del 2007 y también grandes similitudes. Se trata de una crisis capitalista
típica de sobreproducción, que Carlos Marx supo analizar y explicar hace ya un
siglo y medio, pero el modo de producción capitalista se encuentra hoy en día
en un grado mucho más avanzado de decadencia y descomposición. Hay varios
síntomas de ello, el más importante es la incapacidad del actual orden mundial
para resolver la crisis ecológica, que como muestra el Informe Planeta Vivo
2010, exige un cambio en el modelo de desarrollo y superar la política
económica basada en la teoría liberal del mercado. El fracaso de la Cumbre de
Copenhague es un síntoma claro de esa impotencia, ante la enfermedad del
capitalismo depredador que está destruyendo el planeta a velocidades
insoportables.
Otro factor también muy importante es la existencia de
una fuerte contestación mundial a la hegemonía del neoliberalismo. De ese modo,
nos encontramos que, si bien la profundidad de la depresión económica y la
extensión de sus consecuencias son parecidas en ambas crisis, hoy en día existe
un amplio frente de rechazo a la política imperialista e importantes áreas
geográficas que intentan escapar de la subordinación al imperialismo. Existe un
importante núcleo de países –BRIC (Brasil, Rusia, India y China)-, con economía
alternativa al neoliberalismo dominante, y esa alternativa tiene una enorme
influencia mundial. También existía un polo alternativo en 1929, la U.R.S.S.,
pero su capacidad económica y su influencia política no eran en aquella época
ni mucho menos comparable a la del BRIC actual. Un grupo de países que se
encuentran más cerca de la sostenibilidad económica y el equilibrio ambiental
que el actual bloque dominante.
La crisis capitalista de estos años 2007-2011 se ha
cebado con los países desarrollados, sin tocar a penas a los países en
desarrollo: el BRIC como polo alternativo a los centros capitalistas ha
conseguido mantener el equilibrio y el crecimiento en medio del naufragio de
las economías más desarrolladas. Es la causa de que a lo largo de los últimos años
se haya hablado tanto de la próxima hegemonía china en la economía y la
política mundial; ahora China es ya la segunda economía del mundo y la primera
exportadora mundial. Este punto, que considero fundamental en el análisis de la
coyuntura mundial, es pasado por alto en la mayoría de las interpretaciones de
la crisis económica y sus consecuencias políticas. Por primera vez en 500 años
el centro de la política mundial y la ‘vanguardia’ del desarrollo de la
humanidad pueden pasar de Europa y sus colonias a otros países periféricos, y
del liberalismo capitalista a nuevas formas económicas que todavía no están
bien perfiladas, aunque tal vez podrían clasificarse como ‘capitalismo de
Estado’. Eso no será todavía el socialismo, pero sí una forma de economía políticamente
controlada, que pudiera superar los gravísimos problemas del desarrollo humano
creados por el capitalismo liberal.
Sin embargo, el camino hacia ese futuro posible no será
fácil. Es claro que ninguna hegemonía abandona su dominación por las buenas. La
estrategia que han diseñado las democracias liberales de los países
desarrollados es una estrategia basada en la tensión bélica. Se trata de una
estrategia puramente defensiva aunque se manifieste como agresión militar, pues
las ‘potencias occidentales’ han considerado que la única manera de mantener su
control sobre la situación mundial es la superioridad militar. Nada como esa
política fascista constituye un síntoma más claro de la decadencia del
liberalismo.
Tradicionalmente
el liberalismo ha confiado en la superioridad de sus ideas políticas y
económicas que se han impuesto mundialmente en los últimos siglos. Los
forjadores del liberalismo (Locke, Montesquieu, etc.) alabaron las bondades del
mercado para dulcificar las costumbres bárbaras de los hombres. Es justamente
en el terreno económico donde los países imperialistas han perdido la hegemonía
a favor de las economías emergentes que se conocen bajo el nombre de BRIC. En
mi opinión esa es la causa de que las potencias hegemónicas hayan decidido
cambiar,… ¡no las reglas del juego! –es un dato observable desde el
Renacimiento y la conquista española de América, que el ejército colonial
acompaña siempre a la expansión comercial y al desarrollo industrial de la
Europa capitalista-; pero sí la cantinela que les acompaña, sustituyendo la
hegemonía económica por la imposición militar más descarnada y fría,
justificada con las mentiras más burdas. Puro fascismo al estilo de Mussolini
–conquistador de Libia.
Es casi lógico que el electorado de los países
desarrollados vire hacia la derecha más o menos extrema en esta coyuntura
histórica. La manipulación de la opinión pública tiene su correlato en la
mentalidad consumista del ciudadano en el mundo desarrollado. El peligro más
evidente es que la extrema derecha se instale permanentemente en el poder de
las democracias liberales: la perpetuación de Sarkozy y Berlusconi, la próxima
victoria del PP en España, la consolidación de los gobiernos ultraconservadores
de Europa del Este, el triunfo del Tea Party en la política norteamericana,
etc. Lo que no es tan lógico es que la izquierda admita tranquilamente los
peores crímenes del imperialismo celebrando la destrucción del pueblo libio. Es
una ceguera que se pagará cara. Y es dentro de esas coordenadas que el reformismo
europeo tiene que encontrar una nueva política económica, con unos márgenes de
actuación cada vez más estrechos.
¿Cuáles son las líneas maestras de esa recomposición? La
aceptación de la estrategia imperialista marcada por el comando militar ha sido
un elemento constante del reformismo. Es verdad que en algunos momentos pueden
llegar a permitirse una crítica oportunista del militarismo por intereses
inmediatos; la esencia de la dominación no es jamás cuestionada desde esta
perspectiva. Lo hemos visto con la guerra de Libia: aquellos que han defendido
la intervención de la OTAN –y han proclamado la división de la izquierda por
activa y por pasiva a causa de ello-, acabarán siendo los próximos ideólogos
del reformismo español. Y con ello arrastrarán a una parte de la izquierda,
proveniente de los movimientos más radicales. Hasta un movimiento tan serio y
con tanta experiencia histórica como Bildu, corre el peligro de naufragar en
esas aguas procelosas, como han naufragado ya otros navíos menos consistentes.
La protesta que
se ha producido en los países musulmanes tiene su origen en una revuelta por
hambre ante la subida de los precios de los alimentos; el hecho sorprendente de
que esas movilizaciones hayan sido aprovechadas por el imperialismo para desmantelar
Libia, lo que indica un control muy intenso de la situación por parte del
imperialismo. En España y Europa en general, la movilización ante el
endurecimiento de las condiciones de vida de los trabajadores, va a dar paso a
la victoria a la derecha.
La recomposición de la izquierda reformista quiere
apoyarse en la última movilización popular. Las acampadas, manifestaciones,
concentraciones, asambleas, huelgas, etc., aglutinadas alrededor del 15M
(indignados, revolución española, DRY, etc.), han constituido una respuesta
social necesaria y saludable ante la gestión capitalista de la crisis
económica. Han tenido una importante repercusión mundial; y son a su vez
consecuencia de una movilización internacional en el mundo musulmán. No
obstante, la ambigüedad de esas movilizaciones, cuyo objetivo expreso es la
profundización de la democracia, pero cuyos resultados prácticos son pobres y
hasta regresivos, deriva de su carácter puramente reactivo ante la crisis
económica. Falta una conciencia clara de oposición al sistema de poder; para la
mayor parte de los participantes de esos movimientos, el motivo de la
movilización es una rabieta y un desahogo, un remedio para la soledad de la
sociedad consumista sin consumo.
Y ese movimiento que ha encandilado a la izquierda
española y europea ha sido el puente para integrarse en el bloque dominante, en
el frente de la guerra contra Gadafi. Una obra de ingeniería social digna del
club Bilderberg; ha debido ser planeada desde alguna agencia de información al
servicio de la OTAN. Una guerra para amortiguar las contradicciones del
sistema, deshacer la oposición de izquierda y conseguir algunos trabajitos para
la destrucción creativa del capitalismo con suculentos beneficios asegurados
–pues en Libia hay petróleo. El guión está escrito desde hace tiempo, pero hay
que adaptarlo a la época. De ese modo, la izquierda europea ha vuelto a repetir
su debacle de hace un siglo, cuando en 1914 la socialdemocracia votó los
créditos de guerra, aceptando y apoyando la primera guerra mundial.
La lucha de la clase subalterna por su emancipación, es
larga, pesada y dura; requiere de caracteres humanos fuertes. Es lógico que
muchos abandonen cansados. Hubo hombres que lucharon un día y fueron buenos.
Ahora lo que necesitamos es una conferencia -en Zimmerwald o donde sea-, que
denuncie la traición reformista de tantos comunistas y socialistas de boquilla,
y proponga una nueva línea de trabajo a la izquierda de verdad en Europa.
Mientras tanto, los reformistas se han desmelenado:
preparan su vuelta al poder agitando al pueblo, calentando motores entre los
manifestantes del 15M –en algunos lugares sostienen la movilización desangelada
después del verano. Celebran la victoria de la OTAN en Libia, como su propia
victoria. Su labor insidiosa consiste en captar la voluntad popular rebelde
amortiguando su oposición al sistema; se trata de gestionar el holocausto
desmantelando la izquierda crítica, justificando la guerra de la OTAN, expulsando
a los militantes de partidos y sindicatos fuera de la movilización popular,
tendiendo sin que se note la mano al capital financiero,... Detrás de ese juego
está la nueva izquierda de Rubalcaba y su equipo. Esa izquierda homologable,
respetuosa con la democracia liberal y los derechos humanos ¡de los ricos!,
manipula las esperanzas de los pobres de este mundo para tener un trocito de
gloria en el paraíso de la prensa de mayor tirada y poderse jubilar con una
renta de miles de euros por los servicios prestados.
Y con ello arrastrarán a la clase obrera a la ilusión de
un mundo mejor, mientras comprobamos que los crímenes del capitalismo aumentan
sin cesar. Se llevarán tras de sí a una parte de la izquierda, proveniente de
los movimientos más radicales (ocupas, libertarias, izquierdistas,
anticapitalistas, feministas, ecologistas, defensoras de los derechos animales,
etc.), en fin, jóvenes rebeldes en pleno desencanto del izquierdismo militante,
a los/las que les ha llegado la hora de reciclarse para volver al redil de la
sociedad bienpensante. Pero el margen para esa operación es cada vez más
estrecho. Los jóvenes rebeldes pueden perder la perspectiva de una integración
digna ante la violencia de la crisis. Tal vez por eso socialistas de toda la
vida han encontrado su alma izquierdista radical y andan indignándose al lado
de gente que ha empezado a caminar por la senda de la desesperación.
Hemos llegado a un punto en que ya se divisa el fascismo
rampante. Antes de que sea demasiado tarde, la izquierda que ha rechazado esta
guerra tiene reunirse en una Conferencia Socialista Internacional y declarar
solemnemente su oposición a la Guerra de Civilizaciones, disfrazada de Guerra
Contra el Terrorismo o Guerra Preventiva: millones
de cuerpos cubren los campos de batalla...en Palestina, Líbano, Irak,
Afganistán, Pakistán, Yemen, Libia, Congo, Ruanda, Burundi,… la guerra que ha producido este caos es el
resultado del imperialismo.
Hay algunos destellos de esperanza, pero nada invita a
saltar de alegría. El euro podría hundirse el próximo año, provocando una
crisis social de hondo calado histórico. Pero si bien esos movimientos
populares que se han producido la pasada primavera, constituyen un buen
principio para la recomposición de una izquierda que apueste por una
alternativa al sistema social capitalista, no podemos olvidar que el reformismo
está echando sus redes en ese caladero para recomponer su propio proyecto
político.