
Pablo Valenzuela
El […] Banco Central [de
Chile] dio a conocer el índice mensual de actividad económica del mes de julio,
que alcanzó un 4%. Frente a esto, el ministro de Hacienda, Felipe Larraín, dijo
que una golondrina no hace verano, el crecimiento de un mes no determina el
crecimiento de un año. Pero, ¿qué tal si hiciéramos esa afirmación a la
inversa? Los meses de alto crecimiento que hemos tenido en 2010 y 2011 pueden
ser el reflejo de un cambio en la tendencia económica del país, pero también
puede que se deban sólo a un escenario económico particularmente favorable
durante un par de años que hoy parecen haber sido sólo el ojo del huracán
económico que afecta al mundo al menos desde el año 2008.
Durante 2010,
particularmente a partir de abril o mayo, y lo que va de 2011 hemos visto
cifras que bien puede ser atribuidas primero al proceso de recuperación por la
recesión de 2009 y luego al proceso de reconstrucción de capacidad productiva
de algunos sectores afectados por el terremoto de febrero de 2010. Bases de
comparación bajas ayudaron a tener cifras particularmente altas para una
economía con indicadores macroeconómicos y fiscales relativamente maduros. La
política de balance estructural actúa como un agente contracíclico, evitando
caídas muy profundas de la actividad –como sucedió en 2009– pero además
atenuando los ciclos expansivos, esto fundamentalmente pues pone un límite al
crecimiento del gasto fiscal. Esto lleva a que durante gran parte de la década
del 2000 las cifras de crecimiento de Chile hayan sido más bajas que las que
vimos en los 90, pero también más estables, como sucede en economías más
desarrolladas. Para algunos economistas esta era señal del agotamiento de las
políticas de crecimiento y fue parte central del programa de Sebastián Piñera
la idea de volver a crecer, prometiendo –de manera irresponsable a mi juicio–
un crecimiento promedio de 6% durante su periodo, aun cuando hay variables del
crecimiento que no pueden ser controladas por el gobierno.
Y hasta ahora los
indicadores iban mostrando que efectivamente la promesa de Piñera iba bien
encaminada… hasta julio.
Y es que no se trata sólo
de un mes en que la actividad económica se ha desacelerado, sino más bien de
una combinación de factores que nos llevan a pensar que el bienio 2010-2011 ha
sido un mero interregno en el escenario económico tradicional del país. El
informe de política monetaria del Banco Central de septiembre de 2011 nos da
algunas señales para entender un cambio en el comportamiento de las variables
económicas que lentamente ha entrado en el discurso del gobierno. En primer
lugar, el informe señala un cambio en el escenario externo, el cual hemos
podido advertir por el comportamiento volátil de las bolsas mundiales, los
datos económicos que muestran que Estados Unidos se ha estancado –algunos
economistas hablan de la década perdida del país del norte (Thenation.com,
31/08)– y un escenario europeo aún más complejo donde ya no sólo las economías
periféricas de la UE están contagiadas. A esto habría que sumar un dato que
puede ser más perjudicial para América Latina que los otros tres factores
combinados: China enfrenta un escenario inflacionario que si bien ha menguado
el último mes, aún no está completamente superado, según lo que ha señalado el
presidente del Banco Mundial (Eleconomista.com.mx, 05/09) y eso ha llevado a
subidas de tasas de interés. Para el gobierno chino probablemente es más
importante controlar las alzas de precio sacrificando algunas décimas el
crecimiento. Con todo, el equilibrio es complejo pues una desaceleración
significativa en China podría hacer subir el desempleo –y además afectar a
varios países, incluido Chile– y generar un escenario social interno complejo,
el mismo al que el gobierno de Pekin quiere escapar acotando la inflación.
El segundo elemento que
menciona el IPOM es la convergencia de las cifras de crecimiento al nivel de
tendencia. El banco central ha calculado el PIB tendencial en un 5%, en línea
con la política monetaria que ha venido siguiendo para mantener a raya la
inflación y acotar un posible sobrecalentamiento de la economía nacional. En
tanto, la dirección de presupuestos calculó el crecimiento del PIB de tendencia
en un 4,8% en octubre de 2010 con ocasión de la elaboración del informe de
finanzas públicas para la ley de presupuesto del presente año. El banco central
estima que es probable que el crecimiento de la economía nacional se mantenga
sobre el nivel de tendencia y eso repercutiría en presiones inflacionarias, sin
embargo, frente a un escenario externo con alta incertidumbre, el manejo de la
política monetaria sería un factor capital en el equilibrio entre mantener el
crecimiento económico y acotar la inflación al rango meta del Central.
Sin embargo, el cierre de
la brecha entre el PIB de tendencia y el PIB efectivo va acompañado de una
moderación en la demanda interna en los últimos dos trimestres. Mientras en el
primer trimestre de 2011 la demanda interna se expandió un 15,1%, en el segundo
trimestre la expansión de esta variable fue de un 9,4%. En el mismo periodo el
consumo –otra variable significativa del crecimiento– pasó de crecer un 13,3% a
un 9,6%. Finalmente, la formación bruta de capital fijo pasó de un 20,4% en el
primer trimestre a un 11,3%. Estos datos nos permiten concluir que el
crecimiento que el país experimentó en julio no es “la golondrina”, no
representa la excepcionalidad, sino más bien, representaría la normalidad de la
economía chilena para los últimos 10 años y que el periodo abril 2010 a junio
2011 fue la excepción. Un periodo de golondrinas, un corto verano económico
para las promesas del gobierno de Sebastián Piñera.
Pero se supone que Chile
está preparado. En realidad, las economías latinoamericanas en general han demostrado
un comportamiento más sólido que las economías desarrolladas y para la crisis
de 2009 no fue Chile el país con mejor desempeño. Brasil, Argentina y Perú,
sólo por nombrar tres casos cercanos, crecieron aún en época de recesión.
Efectivamente Chile tendría la capacidad tanto de emitir deuda como de acudir a
los fondos soberanos, para apuntalar la economía tal como se hiciera en 2009.
Sin embargo, es probable que aún sea prematuro aventurar algún diagnóstico.
Algunos apuntan a que la probabilidad de recesión está en torno al 50% y que la
debilidad de Estados Unidos y Europa contagiará China y de ahí se esparcirá
también a las economías emergentes (La Tercera, 29/08) Empero, falta ver el
comportamiento del plan de empleos que ha propuesto el gobierno de Obama
(Clarin.com, 09/09) y la evolución de las economías europeas, particularmente
España, Francia y Alemania.
Efectos políticos para Sebastián Piñera
Una de los estandartes
más notorios de la campaña de Sebastián Piñera fue el crecimiento económico. El
programa de gobierno señala que uno de los objetivos centrales de la
administración de Piñera es devolverle al país su capacidad de crecer a tasas
elevadas y sustentables para crear más empleos y aumentar los ingresos,
alcanzando el nivel de país desarrollado en 2018. En otras instancias he
criticado estas ideas (Chile, más allá del PIB; Crecimiento sano, sólido y
sustentable) sin embargo, sería bueno reiterar el escenario actual donde con
cifras económicas positivas –aunque como ya hemos argumentado, no sustentables
bajo las actuales condiciones estructurales– y cifras de desempleo notablemente
bajas, el apoyo al presidente y al gobierno es el menor en la historia de las
dos encuestas más confiables: la CEP y la Adimark.
Me permitiré esbozar dos
hipótesis. La primera es que la economía estable y el desempleo bajo se
convirtió en un elemento dado en el escenario del país. Lo que ocurrió en 2009
se entendió como un fenómeno pasajero por parte de la opinión pública y más
allá de eso se valoraron los esfuerzos del gobierno por mitigar los efectos de
la crisis. Como consecuencia de esto, las cifras económicas positivas han
dejado de ser una variable significativa para la evaluación política de los
gobiernos pues es un elemento que ha estado presente de manera estable en el
país durante los últimos 20 años. En otras palabras, Chile crece, lleva
haciéndolo 20 años de forma sostenida con un par de interrupciones puntuales,
por lo tanto es posible que se asuma que si Chile crece no tiene tanto que ver
con el mérito del gobierno de turno sino con una condición un poco más estable.
Con cifras de crecimiento menores y un desempleo relativamente más alto,
Michelle Bachelet tuvo cifras de aprobación mayores.
La segunda hipótesis es
que después de 20 años de crecimiento económico donde el PIB se ha más que
duplicado, las demandas de las personas son más sofisticadas que una situación
económica sana que debería chorrear a los sectores más bajos. Si Chile crece es
una noticia positiva, pero no es relevante pues ese crecimiento no viene a
solucionar las demandas que hoy tienen los chilenos. Al contrario, pues al ver
las millonarias utilidades de las Isapres, de los Bancos y del retail, la
imagen que se genera es que ese alto crecimiento se queda en unas pocas manos
y, como es esperable, jamás se ha chorreado para cerrar las brechas de
inequidad. De ahí que altas cifras de crecimiento y creación de empleos
precarios puedan generar un efecto contrario para el gobierno, pues mientras
unos concentran en sus manos millonarias riquezas, tantas que cualquier
trabajador necesitaría varias vidas para acumular, otros ven la precariedad de
la salud, la educación y la vivienda y el sentimiento de injusticia social e
inequidad se profundiza.
Pero si el desempleo
empieza a subir y la economía a desacelerarse, cayendo el consumo ¿será posible
que como ocurrió en 2009 la gente vea en el gobierno a un protector frente a
las dificultades económicas? A diferencia de Michelle Bachelet, las encuestas
muestran que la ciudadanía no confía en Sebastián Piñera, no lo ven como
alguien creíble o cercano –aunque se diga que el presidente no tiene por qué
ser cercano– entonces es probable que cualquier esfuerzo del gobierno vaya a
tener un efecto marginal en su aprobación, pues son otras las demandas que hoy
están más presente en la opinión pública y otras las dimensiones que se están
evaluando del gobierno.
Finalmente, cualquier
variación económica con tendencia negativa que ocurra durante el periodo de
Sebastián Piñera –una mera desaceleración que lleve a la economía a su nivel de
tendencia o por debajo de éste– revelará la irresponsabilidad del gobierno al
prometer una situación económica que no puede controlar del todo. Es probable
que el crecimiento promedio en estos cuatro años esté cerca del 6%, pero más por
los dos primeros que por los dos últimos, donde es probable que la economía se
vuelva menos dinámica, como ya ha anunciado el banco central.
Para terminar quisiera
dejar planteada dos preguntas. La primera, ¿el gobierno podrá mantenerse
apegado a la responsabilidad fiscal en los dos últimos años de administración
que le restan, generando escenarios económicos posibles y no aquellos que se
ajusten a sus motivaciones electorales? Y la segunda, ¿cómo interpretará la
gente un eventual fracaso en la cifra de crecimiento promedio del país a fines
de este gobierno? ¿Irá a ser relevante esta variable en la campaña de 2013 o
los políticos podrán interpretar el sentimiento ciudadano frente a elevadas
cifras económicas que parecen lejanas para el ciudadano común?