
Alex Callinicos
Las guerras que empezaron
tras el 11-S supuestamente iban a mostrar el poder de EEUU al mundo, pero han
hecho lo contrario. Los ataques en Nueva York y Washington el 11 de septiembre
de 2001 parecían venir literalmente de la nada, con la muerte lloviendo desde
un cielo claro de septiembre.
Los políticos y la prensa
declararon que estos hechos habían cambiado el mundo completamente. Pero ¿cómo
aparecen ahora?
El ataque contra EEUU se
había estado incubando durante una década. Al Qaeda juntó islamistas radicales
de diferentes ámbitos, especialmente en la guerra de guerrillas contra la
ocupación soviética de Afganistán y en la fracasada campaña contra el régimen de
Hosni Mubarak en Egipto. Bajo el liderazgo de Osama Bin Laden, Al Qaeda señaló
a EEUU como el garante de varios de los regímenes árabes que quería derrocar.
Los consejeros de la inteligencia de EEUU, Stratfor, argumentaron poco después
del 11-S que si EEUU reaccionaba atacando a “múltiples países musulmanes”
serviría a los “dos objetivos estratégicos” de Al Qaeda:
“Primero, agotar a EEUU estratégicamente además de operacionalmente, globalmente además de localmente, al forzarlo a comprometerse más allá de sus habilidades militares. Segundo, demostrar al mundo musulmán que EEUU es hostil indiscriminadamente contra el Islam. Esto, junto con el creciente agotamiento militar americano, abriría la puerta a lo que Al Qaeda deseaba, teniendo como resultado una derrota militar de EEUU en el mundo musulmán.”
Desde la perspectiva de
2011, parece que Al Qaeda ha logrado estos objetivos. Sin embargo, Al Qaeda no
fue el beneficiario. Ha sido marginalizado en Afganistán e Irak y el propio Bin
Laden fue asesinado por EEUU este año.
Distribución del poder
Los EEUU cayeron en la
trampa que Al Qaeda les había tendido, lo que estuvo relacionado también con
causas a largo plazo. El derrumbe de la URRS dejó a EEUU aparentemente como la
potencia dominante globalmente, la “superpotencia solitaria”. Pero el proceso
global de acumulación de capital estaba cambiando despiadadamente la
distribución del poder económico en prejuicio de EEUU. A finales de los años
90, el intelectual neoconservador Paul Wolfowitz comparó el fin del siglo XX al
del siglo XIX. De nuevo la emergencia de nuevas potencias, gracias al
crecimiento económico, estaba desestabilizando al sistema internacional.
Una de las ventajas
principales que tenía EEUU después de la Guerra Fría era su aparente
superioridad militar abrumadora. Durante los años 90, las administraciones de
George Bush y Bill Clinton acudieron cada vez más al poder militar para
resolver las crisis –en Irak, Somalia, Bosnia y Kosovo–. La guerra contra Irak
de 1991 fue autorizada por la ONU. Pero, cada vez más frustrado por Rusia y
China en el Consejo de Seguridad de la ONU, EEUU recurrió a la acción militar
unilateral, normalmente segundado lealmente por Gran Bretaña.
Ejércitos
En 1999, el intelectual
conservador estadounidense Samuel Huntington escribió: “Mientras Estados Unidos a menudo condenan a varios países como
‘Estados canallas’, desde el punto de vista de muchos países, se vuelve la
superpotencia canalla”. Después de que George W. Bush fuera presidente en
enero de 2001, estas tendencias se fueron radicalizando. Su administración
estaba llena de patriotas de derechas como el vicepresidente Dick Cheney y el
secretario de Defensa Donald Rumsfeld, y neoconservadores como Wolfowitz, que
fue nombrado subdirector de Rumsfeld. Muchos eran partidarios del Proyecto para
el Nuevo Siglo Americano. Esta estrategia fue formulada en 1997 por la derecha
republicana para reafirmar la primacía global de EEUU al expandir sus
capacidades militares.
El 11-S le dio a la
derecha la oportunidad que buscaba. La “guerra contra el terrorismo” que
declaró Bush tras los ataques fue mucho más que un exabrupto militar al desafío
de Al Qaeda. Se convirtió en un juego ambicioso para perpetuar la hegemonía
global del capitalismo estadounidense. Aquí, la clave era menos Afganistán-
aunque EEUU atacó allí primero- que Irak que no tenía nada que ver con el 11-S.
Al controlar Irak, EEUU
afianzaría más su dominio en Oriente Próximo. Esto le daría un control más
seguro sobre lo que el geógrafo y economista marxista David Harvey llamó el
“grifo global de petróleo”, regulando el acceso de potenciales rivales de
Europa y Asia a las reservas energéticas. Sumado a este objetivo estratégico
estaba el objetivo más utópico –favorecido por la rama neoconservadora de la
administración, pero apoyado con entusiasmo por el aliado leal de Bush, Tony
Blair– de “reordenar el mundo” al utilizar el poder militar de Occidente para
desencadenar “revoluciones democráticas” en el mundo árabe.
Pero el juego fracasó.
Las fuerzas invasoras de EEUU y Gran Bretaña rápidamente ocuparon Irak en marzo
de 2003, pero se encontraron enfrentados con una inextricable insurgencia
guerrillera. Todas las teorías de Rumsfeld sobre “guerra transformacional”, a
través de alta tecnología y ejércitos pequeños, se mostró ineficaz ante la
testaruda realidad de que el poder militar convencional no puede forzar la
obediencia de una población rebelde.
Destrucción
Para vencer la
resistencia iraquí, los ocupantes se aprovecharon de las divisiones entre la
mayoría de musulmanes chiita, reprimidos bajo el régimen de Saddam Hussein, y
la minoría Suní. Esto desencadenó una lógica terrorífica de guerra civil y
limpieza étnica que amenazó tanto a Irak como a la propia ocupación extranjera.
Un cambio en las tácticas
de EEUU en 2007-8 eventualmente llevó un mayor grado de estabilidad a Irak. No
fue una victoria militar sino un acuerdo político que incorporó a la mayor
parte de insurgentes suníes, pero dejó el poder en manos de los partidos
islamistas chiitas alineados estrechamente con Irán, lo que fue un enorme
percance geopolítico para EEUU.
Barack Obama sucedió a
Bush en enero de 2009 prometiendo la retirada de tropas de Irak y la
intensificación de la guerra en Afganistán. Allí también EEUU y sus aliados de
la OTAN están enredados en una guerra que no pueden ganar contra los aliados
antiguos de Al Qaeda, los talibanes, demasiado profundamente entrelazados en la
sociedad del sur de Afganistán como para ser aplastados por los ocupantes. Así,
la “guerra contra el terrorismo”, que supuestamente iba a profundizar la
hegemonía global de EEUU, ha acelerado este declive.
Pero esa es solo una de
las fuerzas que están produciendo esta tendencia. La crisis económica y
financiera global es vista ampliamente como el fracaso del capitalismo
anglosajón de mercado libre, lo que la administración de Bush proclamaba como
el “único modelo sostenible de éxito nacional”. El reciente estancamiento de la
economía estadounidense ha contrastado claramente con la recuperación rápida de
China, hoy la segunda economía más grande del mundo. La crisis ha acelerado el
realineamiento de las relaciones geopolíticas mundiales para acomodar el poder
de China.
Una historia corta que
ilustra este cambio fue la revelación en el mes pasado de que las autoridades
pakistaníes permitieron que ingenieros chinos examinaran el helicóptero Black
Hawk que se estrelló durante el asalto para matar a Bin Laden. Incluso un
aliado tan cercano a EEUU como Pakistán se siente capaz de acercarse y
favorecer a China.
Mientras tanto, la
democracia ha llegado a Oriente Próximo –no gracias a EEUU o Al Qaeda, sino
mediante las revoluciones que derrumbaron a los regímenes clientes de Occidente
en Egipto y Túnez–. La intervención de la OTAN en Libia es un intento
desesperado y parece que infructuoso por parte de Washington para recuperar la
iniciativa.
La determinación de Obama
de empezar la retirada de las tropas estadounidenses de Afganistán es un
reflejo de, entre otras cosas, un reconocimiento de que la estrategia global de
EEUU tiene que reenfocarse para contrarrestar el auge de China. Esto no quiere
decir que la “guerra contra el terrorismo” ha acabado -el despliegue de los
bombarderos “predadores” y fuerzas especiales continuará en países
desafortunados como Pakistán y Yemen. Y la legislación domestica
anti-terrorista es demasiado útil como para desmontarla. Pero ya nadie se
imagina que el siglo XXI pertenecerá a América.
Alex Callinicos es profesor de teoría social en el
King's College de Londres, y autor de libros como “Los nuevos mandarines del
poder americano” o “Un manifiesto anticapitalista” y miembro destacado del
Socialist Workers Party, organización hermana de En lucha en Gran Bretaña.
Artículo publicado en Socialist Worker, periódico del Socialist Workers Party.
Traducción de Daisy Farnham.
Fuente: http://enlucha.org/site/?q=node/16396
Artículo publicado en Socialist Worker, periódico del Socialist Workers Party.
Traducción de Daisy Farnham.
Fuente: http://enlucha.org/site/?q=node/16396