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Foto: Salvador Allende junto a Fidel Castro, en 1971 |
Nosotros nos vamos a
referir esencialmente al carácter de combatiente y de soldado de la revolución
del presidente Allende el 11 de septiembre. A las 6 y 20 de la mañana de ese
día, el presidente recibió una llamada telefónica en su residencia de Tomás Moro
informándole del golpe militar en desarrollo.
De inmediato pone en
estado de alerta a los hombres de su guardia personal y toma la firme decisión
de trasladarse al Palacio de la Moneda para defender, desde su puesto de
presidente de la república, al gobierno de la Unidad Popular. Lo acompaña una
escolta de 23 hombres, armados con 23 fusiles automáticos, dos ametralladoras
calibre 30 y 3 bazucas, que se traslada con el presidente en cuatro automóviles
y una camioneta al Palacio Presidencial, donde llegan a las 7 y 30 de la
mañana.
Portando su fusil automático,
el presidente, acompañado por la escolta, penetró por la puerta principal de La
Moneda. A esa hora la protección habitual de carabineros se mantenía normal en
el palacio.Ya en el interior se reunió con los hombres que lo acompañaban, les
informó de la gravedad de la situación y su decisión de combatir hasta la
muerte defendiendo al gobierno constitucional, legítimo y popular de Chile
frente al golpe fascista, analizó los efectivos disponibles y dictó las
primeras instrucciones para la defensa del Palacio.
Siete miembros del Cuerpo
de Investigaciones arribaron para sumarse a los defensores. Las postas de
carabineros, mientras tanto, se mantenían en sus puestos y algunos adoptaban
medidas para la defensa del edificio. Un pequeño grupo de la escolta personal
custodia la entrada del despacho presidencial con instrucciones de no dejar
pasar ningún militar armado, para evitar una traición.
En el espacio de una hora
se dirige tres veces por radio al pueblo expresando su voluntad de resistir. Pasadas
las 8 y 15, por los citófonos de Palacio la junta fascista conmina al
presidente a la rendición y la renuncia de su cargo, ofreciéndole un transporte
aéreo para abandonar el país en compañía de sus familiares y colaboradores. El
presidente les responde que “como generales traidores que son no conocen a los
hombres de honor” y rechaza indignado el ultimátum.El presidente sostiene en su
despacho una breve reunión con varios altos oficiales del Cuerpo de Carabineros
que habían acudido a Palacio, los cuales rehúsan cobardemente en aquel instante
defender al gobierno.
El presidente los
reprocha duramente y los despide con desprecio, conminándolos a que abandonen
de inmediato el lugar. Mientras se efectuaba esta reunión con los jefes de
Carabineros llegaron los tres edecanes militares; el presidente les expresa que
no era momento para confiar en los uniformados y les pide que se retiren de La
Moneda. No obstante, el presidente se despide con afecto del comandante
Sánchez, que había sido su eficiente edecán por la Fuerza Aérea durante varios
años.Minutos después de retirarse los edecanes y los altos oficiales de los
Carabineros, el teniente jefe a cargo de la Guarnición de Carabineros del
Palacio Presidencial, obedeciendo órdenes de su jefatura, instruye a un
carabinero que recorra el edificio impartiendo la orden de retirarse a los
miembros de la guarnición, los cuales comienzan de inmediato a abandonar La
Moneda, llevándose parte de su armamento. Lo mismo hacen los carros blindados
de Carabineros, que hasta ese instante estaban en posiciones de defensa del
palacio.Un grupo de diez carabineros, acompañados del portador de la orden de
retirada y cumpliendo, sin duda, instrucciones, cuando se retiraban por la
escalera principal y ya próximos a la salida, vuelven sus fusiles intentando
disparar contra el presidente, siendo enérgicamente ripostados por el personal
de la escolta.
Son estos los primeros
disparos que se cruzan con los golpistas.Mientras estos hechos ocurrían,
numerosos ministros, subsecretarios, asesores, las hijas del presidente,
Beatriz e Isabel, y otros militantes de la Unidad Popular, van arribando al
palacio para estar junto al presidente en esas horas críticas.A las 9 y 15 de
la mañana aproximadamente, se realizan las primeras descargas desde el exterior
contra Palacio. Tropas fascistas de infantería, en número superior a doscientos
hombres, avanzaban por las calles de Teatinos y Morandé, a ambos lados de la
Plaza de la Constitución, hacia el Palacio Presidencial, disparando contra el
despacho del presidente. Las fuerzas que defendían el palacio no pasaban de
cuarenta hombres. El presidente ordena abrir fuego contra los atacantes y
dispara él personalmente contra los fascistas, que retroceden desordenadamente
con numerosas bajas.
Los fascistas introducen
entonces los tanques en el combate apoyados por infantería. Un tanque avanza
por la calle Moneda, otro por Teatinos, otro por Alameda con Morandé y otro en
dirección de la puerta principal por la Plaza Constitución. En ese instante,
desde el propio despacho del presidente se abrió fuego de bazuca contra el
tanque que estaba junto a la puerta principal, que fue totalmente destruido.
Otros dos tanques concentran su fuego sobre el gabinete del presidente y un
carro blindado dispara sus ametralladoras hasta la Secretaría Privada y la
oficina de escoltas. Varias piezas de artillería, situadas por el lado de la
Plaza Constitución, disparan también contra Palacio.El presidente recorre las
distintas posiciones de combate alentando y dirigiendo a los defensores. La lucha
violenta se prolonga más de una hora, sin que los fascistas logren avanzar una
pulgada.
A las 10 y 45 el
presidente reúne en el Salón Toesca a los ministros, subsecretarios y asesores
que habían acudido a Palacio para estar junto a él, y les expresa que la lucha
en el futuro necesitaría de conductores y cuadros, que todos los que estaban
desarmados debían abandonar La Moneda en la primera ocasión posible y todos los
que tenían armas debían continuar en sus puestos de combate. Naturalmente que
ninguno de los colaboradores que carecían de armas estuvo de acuerdo con esta
tesis del presidente; tampoco las hijas del presidente y demás mujeres que se
encontraban en La Moneda, se resignaban a abandonar el palacio.
El combate prosiguió
violento. Por los citófonos de Palacio los fascistas lanzan rabiosamente nuevos
ultimátums, anunciando que si los
defensores no se rinden emplearían de inmediato la Fuerza Aérea. A las 11 y 45
el presidente se reúne con las hijas y restantes mujeres que en número de nueve
se encontraban en el palacio, ordenándoles con toda firmeza que debían
abandonar La Moneda, pues consideraba que no tenía sentido que murieran allí
indefensas. Y de inmediato solicitó de los sitiadores una tregua de tres
minutos para evacuar el personal femenino. Los fascistas no conceden la tregua,
pero sus tropas comenzaban en esos instantes a retirarse de los alrededores de
Palacio, para llevar a cabo el ataque aéreo, lo que produjo un impasse en el
combate que permitió la salida de las mujeres.
A las 12 aproximadamente
comienza el ataque de la aviación. Los primeros rockets cayeron en el Patio de
Invierno que está en el centro de La Moneda, perforando los techos y estallando
en el interior de las edificaciones. Nuevas oleadas de aviones y nuevos
impactos se suceden unos tras otros, inundando de humo y de aire tóxico todo el
edificio. El presidente da órdenes de recolectar todas las máscaras antigases,
se interesa por la situación del parque y exhorta a los combatientes a resistir
firmemente el bombardeo.El parque de los fusiles automáticos de la guardia
personal del presidente se estaba agotando después de casi tres horas de
combate, por lo que el presidente ordenó derribar de inmediato la puerta de la
armería de la Guarnición de Carabineros del palacio, donde podía encontrarse
parte del armamento de aquélla. Al impacientarse por la tardanza de la
información sobre dichas armas, él mismo, cruzando el Patio de Invierno se
dirigió a la armería y observando que se demoraban en derribar la puerta ordenó
que se emplearan granadas de mano en la operación, lográndose abrir un boquete
en el cuarto de armas, de donde extrajeron cuatro ametralladoras calibre 30 y
numerosos fusiles Sik, gran cantidad de parque, máscaras antigases y cascos.
El presidente ordena que
todo se lleve de inmediato a los puestos de combate y personalmente recorre los
dormitorios de los carabineros, recogiendo fusiles Sik y otros armamentos que
allí quedaban. El propio presidente cargó sobre sus hombros numerosas armas
para reforzar los puestos de combate, exclamando: «Así se escribe la primera
página de esta historia. Mi pueblo y América escribirán el resto», lo que
produjo profunda emoción en todos los que lo acompañaban.Mientras el presidente
transportaba pertrechos desde la armería, de nuevo se reanuda el ataque aéreo
con violencia. Una explosión quebró cristales próximos al sitio donde se
encontraba el presidente, lanzando fragmentos de vidrio que lo hieren por la
espalda. Fue ésta la primera herida que sufrió. Mientras recibía atención
médica ordenó que continuara el traslado de las armas, y no cesaba de
preocuparse por la suerte de cada uno de los compañeros.Minutos después los
fascistas reanudan violentamente el ataque, combinando la acción de la Fuerza
Aérea con la artillería, los tanques y la infantería.
Según los testigos
presenciales, el ruido, la metralla, las explosiones, el humo y el aire tóxico
convirtieron al palacio en un infierno. No obstante la instrucción dada por el
presidente de que se abrieran todos los grifos y llaves de agua para evitar el
incendio de la planta baja, el palacio comienza a arder por el ala izquierda y
las llamas se propagan hacia la Sala de los Edecanes y el Salón Rojo. Pero el
presidente, que no se desalentó un solo instante, ni en los momentos más
críticos, ordena hacer frente al ataque masivo con todos los medios
disponibles.Tuvo lugar entonces una de las mayores proezas del presidente.
Mientras el palacio estaba envuelto en llamas se arrastró bajo la metralla
hasta su gabinete, frente a la Plaza Constitución, tomó personalmente una
bazuca, la dirigió contra un tanque situado en la calle Morandé -que disparaba
furiosamente contra Palacio- y lo puso fuera de combate con un impacto directo.
Instantes después otro combatiente pone fuera de acción un tercer tanque.Los fascistas
introducen nuevos carros blindados, tropas y tanques por la calle Morandé 80,
intensificando el fuego por la puerta de acceso a La Moneda, mientras el
palacio continuaba ardiendo. El presidente desciende a la planta baja con
varios combatientes para repeler el intento de los fascistas de penetrar al
interior del palacio desde la calle Morandé, rechazándolo.Los fascistas
suspenden entonces el fuego en ese sector y piden a gritos dos representantes
del gobierno con carácter de parlamento.
El presidente envía a
Flores, secretario general de Gobierno y a Daniel Vergara, subsecretario del
Interior, quienes salen por la puerta de la calle Morandé y se dirigen a un
jeep militar que se encontraba enfrente. Esto tenía lugar aproximadamente a la
una de la tarde. Flores y Vergara conversan con un alto oficial que se
encontraba en dicho jeep. Al regresar a Palacio y ya próximo a la entrada,
desde el mismo jeep les disparan a traición, recibiendo Flores un impacto en la
pierna derecha y Daniel Vergara varios disparos por la espalda, que lo
abatieron, siendo recogido por sus compañeros bajo el fuego protector de otros
defensores. Los fascistas habían pedido el parlamento para exigir de nuevo la
rendición, ofreciendo facilidades al presidente y los defensores para abandonar
Palacio y dirigirse al destino que escogieran. El presidente reiteró de
inmediato su decisión de combatir hasta la última gota de sangre, interpretando
no sólo su deseo, sino el de todos los heroicos defensores de Palacio. Desde la
planta baja resistieron las embestidas procedentes de Morandé, mientras la
entrada principal de Palacio estaba ya prácticamente destruida.
Próximo a la 1 y 30, el
presidente sube a inspeccionar las posiciones de la planta superior. A estas
alturas numerosos defensores habían perecido por la metralla, las explosiones o
calcinados por las llamas. El periodista Augusto Olivares asombró a todos por
su comportamiento extraordinariamente heroico. Habiendo sido herido grave, fue
atendido y operado en la sala médica de Palacio, y cuando todos lo suponían
yaciendo en una cama, con el arma en la mano ocupó de nuevo su puesto de
combate en el segundo piso junto al presidente. Sería prolijo enumerar aquí los
nombres y los actos de heroísmo de los combatientes que allí se destacaron.Pasada
la 1 y 30 los fascistas se apoderaron de la planta baja de Palacio, la defensa
se organiza en la planta alta y prosigue el combate. Los fascistas tratan de
irrumpir por la escalera principal. A las 2 aproximadamente logran ocupar un
ángulo de la planta alta.
El presidente estaba
parapetado, junto a varios de sus compañeros, en una esquina del Salón Rojo.
Avanzando hacia el punto de irrupción de los fascistas recibe un balazo en el
estómago que lo hace inclinarse de dolor, pero no cesa de luchar; apoyándose en
un sillón continúa disparando contra los fascistas a pocos metros de distancia,
hasta que un segundo impacto en el pecho lo derriba y ya moribundo es
acribillado a balazos.Al ver caer al presidente, miembros de su guardia
personal contraatacan enérgicamente y rechazan de nuevo a los fascistas hasta
la escalera principal. Se produce entonces, en medio del combate, un gesto de
insólita dignidad: tomando el cuerpo inerte del presidente lo conducen hasta su
gabinete, lo sientan en la silla presidencial, le colocan su banda de
presidente y lo envuelven en una bandera chilena.
Aun después de muerto su
heroico presidente, los inmortales defensores del palacio resistieron durante
dos horas más las salvajes acometidas fascistas. Sólo a las cuatro de la tarde,
ardiendo ya durante varias horas el Palacio Presidencial, se apagó la última
resistencia.
Muchos se asombrarán de
lo que aquí se acaba de narrar. Y así es, sencillamente asombroso. La alta
oficialidad fascista de los cuatro cuerpos armados se había levantado contra el
gobierno de la Unidad Popular y sólo cuarenta hombres resistieron durante siete
horas el grueso de la artillería, los tanques, la aviación y la infantería
fascista. Pocas veces en la historia se escribió semejante página de heroísmo. El
presidente no sólo fue valiente y firme en cumplir su palabra de morir
defendiendo la causa del pueblo, sino que se creció en la hora decisiva hasta
límites increíbles. La presencia de ánimo, la serenidad, el dinamismo, la
capacidad de mando y el heroísmo que demostró, fueron admirables. Nunca en este
continente ningún presidente protagonizó tan dramática hazaña. Muchas veces el
pensamiento inerme quedó abatido por la fuerza bruta. Pero ahora puede decirse
que nunca la fuerza bruta conoció semejante resistencia, realizada en el
terreno militar por un hombre de ideas, cuyas armas fueron siempre la palabra y
la pluma.
Salvador Allende demostró
más dignidad, más honor, más valor y más heroísmo que todos los militares
fascistas juntos. Su gesto de grandeza incomparable, hundió para siempre en la
ignominia a Pinochet y sus cómplices. ¡Así se es revolucionario!¡Así se es
hombre!¡Así muere un combatiente verdadero!¡Así muere un defensor de su
pueblo!¡Así muere un luchador por el socialismo! Las últimas palabras del
compañero presidente Salvador Allende: “Trabajadores
de mi patria: tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este
momento gris y amargo, donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes
sabiendo que, mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por
donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor. ¡Viva Chile, viva
el pueblo, vivan los trabajadores! Estas son mis últimas palabras, teniendo la
certeza de que el sacrificio no será en vano. Tengo la certeza que por lo
menos, habrá una sanción moral que castigará la felonía, la cobardía y la
traición.”