
Ricardo Salgado
Uno de los asuntos más
importantes en el desarrollo de una lucha de liberación tiene que ver
claramente con el lenguaje que se utiliza. Los políticos tradicionales utilizan
conceptos de trascendental para los pueblos, con fines puramente demagógicos,
fenómeno que se repite y se pasa de una generación a otra de la clase
gobernante, esto en su afán por continuar incrementando su papel de gendarme de
la clase dominante.
Por esa razón es muy
importante resaltar la naturaleza de los conceptos, muchas veces conocidos por
académicos, pero que no trascienden los muros de los centros de conocimiento.
Una de las palabras más “manoseadas” por las clases políticas tradicionales,
guiados por el patrón diseñado por los Estados Unidos desde hace más de 70
años, es la “democracia”; se ha hecho un festín de este vocablo que encierra,
desde la Grecia de Aristóteles una sola definición, muy simple: “el gobierno de
los que son más”. Sin embargo, se ha impuesto la idea de que capitalismo y
democracia son la misma cosa, algo que en la realidad ha sido constantemente
negado.
Muchas veces se habla de
“democracia social”, “democracia económica”, “democracia política”, o se llega
al extremo de integrar con mayor cinismo conceptos opuestos por definición”
como “democracia liberal”. La democracia, forma de gobierno opuesta a la
plutocracia, donde rigen minorías privilegiadas organizadas en oligarquías,
implica no solo el posicionamiento de los pueblos frente a procesos
electorales, sino también su papel como soberano que ocupa la posición más alta
en la toma de decisiones de una nación. No se puede concebir un régimen
democrático que omita el bienestar y el progreso de la sociedad; que genere
igualdad, y privilegie los derechos fundamentales de la ciudadanía.
De este modo, la
maliciosa manipulación del concepto, y su asociación con el capitalismo como la
formación socioeconómica que permite a la humanidad alcanzar sus más caros
anhelos, es más bien una instrumentalización del sistema, que, de ese modo
encuentra una opción para aislar y distorsionar los fines de la democracia. El
capitalismo, contrario a lo que se nos dice una y otra vez, al generar
profundas desigualdades en las sociedades, limita constantemente la participación
de los ciudadanos, a quienes controla a través de muchos “sortilegios” que
incluyen la manipulación mediática, o la creación de libertades y necesidades,
como el consumo de bienes y servicios, que multiplica exponencialmente la
destrucción del ambiente, y estimula los excesos en detrimento del desarrollo
integral de la sociedad.
La base fundamental del
capitalismo es la propiedad privada, pero su forma esencial de operar se
sustenta en el libertinaje de mercado; se adjudican a este propiedades, características
casi divinas que le hacen casi un ente en sí mismo. Aquí debemos ver una
diferencia sustantiva para contrarrestar la masiva enajenación mediática a la
que nos enfrenta el sistema. La idea de propiedad privada no contraviene per se
la idea de democracia; es la acumulación incontrolada de riqueza y desigualdad
que produce el mercado la que tiende a producir dictaduras de grupos radicales
que imponen sus intereses económicos.
Debemos asimilar la idea
de que, contrario a lo que manejamos en nuestro lenguaje diario, a mayor
perfeccionamiento de la democracia, debe existir menos injusticia, menos
desigualdad, y, por lo tanto, menos preponderancia del mercado sobra la
conducción, o falta de esta, del Estado.
El problema entonces nos
lleva a aspectos singulares, característicos de cada sociedad. Las realidades,
no de cada nación tienen aspectos diferenciados, y únicos que obligan a
entender nuestras sociedades sin moldes, sin estereotipos, estigmas o
determinismos de ninguna índole. La realidad hondureña, aunque comparte
históricamente muchas de las desgracias que nos son comunes a todas las
naciones de América Latina, presenta retos conceptuales únicos, que deben
asociarse con las condiciones del país.
Las condiciones
materiales del país son sustancialmente distintas a las de otros países, y, por
tanto, la vía de generación de desarrollo son bastante complejas. El desarrollo
escaso producido por el capitalismo dependiente demuestra, fehacientemente, una
mala interpretación de las potencialidades del país. Las clase dominante
entendió erróneamente desarrollo con acumulación ilimitada e incesante de
dinero, lo que, naturalmente, la ha condenado a ser una clase arcaica de tercer
categoría en el mundo de hoy. La idea de aplicar modelos como el de las
ciudades modelo, no solo no funcionaron en el pasado, sino que estimularon el
subdesarrollo, incluso de la misma clase dominante.
Otro tabú que se ha
impuesto a lo largo de los años, a pesar de los resultados desastrosos, es el
de la inversión extranjera, la cual ha recibido incontables beneficios,
exoneraciones y favores de parte de la corrupta estructura patrocinada por el
capital privado. Sin embargo, esta inversión que se invoca todos los días como
tabla de salvación de la economía del país, después de más un siglo de
concesiones, ha sido la fuerza motriz del atraso, y del empobrecimiento del
pueblo; al mismo tiempo, ha servido para limitar el acceso del pueblo hondureño
a la oportunidad de gozar de acceso abierto y universal al desarrollo de la
cultura, del arte, o al acceso a derechos fundamentales como la salud o la educación.
Los resultados hablan por
sí solos; además, cuando los capitalistas privados locales invocan a la
inversión extranjera para desarrollar el país, encontramos oculta una
demostración de la falta de interés de la clase dominante en impulsar el
desarrollo del país. Prefieren seguir exprimiendo al Estado, haciendo negocios
en el área de bienes y servicios, o en el mercado especulativo del dinero. El
Estado sigue comprando energía a precios exorbitantes, los bancos siguen
recibiendo pagos del Estado por que este custodie su dinero, mientras el
capital para inversión prácticamente no existe.
Es evidente que la clase
dominante, ni es democrática ni piensa comprometerse con el desarrollo del
país. Naturalmente, no debemos esperar que se interese en el bienestar de las
mayorías. El país necesita impulsar una nueva clase hegemónica, que promueva la
democracia, el bienestar y el desarrollo económico del país, basada en el
desarrollo y fortalecimiento del intercambio comercial interno, que sea
consecuente con la protección y uso racional de los recursos naturales; que
deje al Estado el control de áreas estratégicas para la seguridad nacional,
como la generación de energía, o el suministro de agua potable, y se encargue
de trabajar en la difícil tarea de alcanzar la soberanía alimentaria: todos
tenemos derecho a comer.
Esta nueva clase
hegemónica, que no es otra que el pueblo integrado a la producción, debe contar
con el control del Estado, y, en última instancia, conquistar el poder del
país, y debe ejercer presión para desplazar a la clase dominante, de tal forma
que la democracia vaya sustituyendo a la plutocracia actual, mientras el pueblo
soberano obtiene su acceso a sus derechos, educación de alta calidad, un
sistema de salud preventivo que sustituya al curativo actual, y a su patrimonio
natural.
No cabe duda que la tarea
de imaginar la patria nueva es fundamental para avanzar, por lo pronto esta
misión tiene ya actores, que deberán construir esa imagen de la sociedad que
queremos, mientras tanto, debemos ir aprendiendo a hablar con propiedad, y
decir cada cosa con el significado que realmente tiene.