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Nueva York, a diez años del 11-S |
Renán Vega Cantor
“La verdad está tan ensombrecida en estos
tiempos, y la mentira tan extendida, que, si no amamos la verdad, no
sabremos reconocerla”: Blaise Pascal
Por estos días se
repite la versión oficial de los gobernantes de los Estados Unidos sobre los
atentados del 11 de septiembre de 2001. Los medios de comunicación de todo el
mundo como loros amaestrados repiten dicha versión, sin cuestionarla en lo más
mínimo y dándola por cierta. Todas las críticas a la versión oficial,
debidamente argumentadas y con sólidos fundamentos, son acalladas con el
calificativo ligero de que se trata de teorías conspirativas. Decir esto en
realidad es un chiste de quinta categoría, porque si hay alguna teoría
conspirativa, difícil de creer, es la que desde el mismo día de los acontecimientos
dio el gobierno de George Bush II. Esa versión, en pocas palabras, afirma que
varios terroristas de la red Al Qaeda, dirigida por Osama Bin Laden,
secuestraron cuatro aviones que mantuvieron en su poder durante dos horas
volando en el espacio aéreo de los Estados Unidos y luego los estrellaron
contra el World Trade Center y el Pentágono. Como resultado del impacto de los
aviones se derrumbaron las torres gemelas y fue averiada la parte baja del
edificio del Pentágono. Esta historia contiene tantas mentiras que es casi
imposible encontrar en la historia de la humanidad una patraña semejante, plena
de falsedad y manipulación. Por todo esto, es necesario recordar algunas de
esas grandes mentiras.
PRIMERA MENTIRA: Los atentados del 11 S fueron organizados por Al
Qaeda, dirigida por Osama Bin Laden.
Es significativo que a
pocas horas de los atentados se supiera con tanta claridad, y sin realizar
ninguna investigación independiente, que el organizador de los atentados fuera
el magnate de Arabia Saudita Osama Bin Laden y una pretendida red terrorista
bautizada como Al Qaeda. Para comenzar, Bin Laden fue preparado y financiado
por la CIA desde los tiempos de los muhadines en Afganistán y el 10 de
septiembre de 2001, el día anterior a los atentados, como está debidamente
probado, estaba hospitalizado en un centro médico de la CIA en Rawalpindi, una
ciudad de Pakistán, reponiéndose de un problema renal. En cuanto Al Qaeda se
refiere, resulta difícil creer en su existencia independiente, es decir, como
una red terrorista con ramificaciones mundiales que puede atentar contra
intereses de Estados Unidos casi en cualquier lugar del planeta. Eso es algo
imposible de realizar en nuestro tiempo, al margen del apoyo de un poderoso
Estado, en razón de lo cual no se requiere mucha imaginación para concluir que
Al Qaeda es un invento de la CIA u otro nombre en clave de la CIA.
Adicionalmente, el propio Ben Laden negó en varias ocasiones ser el responsable
de los atentados y la voz que en una oportunidad se los atribuyó era una burda
falsificación, realizada por servicios secretos de los Estados Unidos. Otro
hecho adicional que cuestiona la responsabilidad del millonario Saudita radica
en afirmar que desde unas cavernas de Afganistán, sin ningún medio de
comunicación y sin poder disponer de grandes cantidades de dinero, urdió,
financió y preparó durante años los atentados del 11 S y estos se realizaron de
una forma tan elemental, cuando unos piratas secuestraron cuatro aviones y lo
hicieron usando los cuchillos y los tenedores del propio servicio de cafetería
de las aeronaves. Todo este cuanto es algo insostenible en estos tiempos de
control tecnológico y financiero casi absoluto.
SEGUNDA MENTIRA: Varios comandos suicidas, formados por 19
terroristas islámicos, secuestraron cuatro aviones y los hicieron estrellar
contra los objetivos escogidos, el World Trade Center y el Pentágono.
Resulta patético
constatar que el mismo día de los atentados se estableciera con precisión la
identidad de los responsables y además se descubriera que esos individuos
habían preparado las acciones terroristas, en propio suelo de los Estados
Unidos, durante varios meses. ¿Cómo así que se les identifica fácil y
rápidamente luego de los atentados pero nunca se les detectó cuando vivían en
Estados Unidos, donde se matricularon en cursos de aviación? De los 19
aeropiratas que, según dijeron las propias autoridades de los Estados Unidos,
secuestraron los aviones y se inmolaron con ellos, seis están con vida. Se podría
argüir que sólo es una coincidencia de homónimos. Sin embargo, los nombres de
los supuestos terroristas venían acompañados de fotografías y de datos
personales muy precisos, que no dejaban ninguna duda sobre la identidad de los
acusados. La información sobre los seis supuestos piratas que sobrevivieron a
las acusaciones, fue suministrada por la BBC de Londres el 23 de septiembre de
2001. ¿Y si eso es así, por qué la versión oficial de los Estados Unidos nunca
se modificó y sigue sosteniendo el estribillo de los 19 terroristas árabes que
estrellaron los aviones?
Otros datos reveladores
tienen que ver con la preparación que efectuaron los supuestos terroristas
suicidas en escuelas de aviación de los Estados Unidos. Testimonios tanto de
instructores como de otras personas que participaban en esos cursos son
reiterativos en señalar que aquéllos eran tan torpes, sin ninguna actitud
práctica para maniobrar una aeronave, que difícilmente podrían manejar un avión
de juguete. Y sobre individuos tan limitados se nos ha dicho que fueron capaces
de mantener durante dos horas unos aviones secuestrados en el espacio aéreo de
los Estados Unidos –el más militarizado del mundo- y con una impresionante
precisión y frialdad realizaron maniobras que sólo hubieran podido efectuar
pilotos expertos, tales como estrellarlos contra las torres gemelas. Un dato
complementario que no deja de sorprender radica en que dos de los supuestos
secuestradores fueron entrenados en la Estación Aérea de la Marina de Estados
Unidos en Pensacola, Florida. ¿Qué se puede pensar de esto?
TERCERA MENTIRA: Las torres gemelas del World Trade Center se
derrumbaron como resultado del impacto de dos sendos aviones en las horas de la
mañana del 11 S.
Tal vez las imágenes más
vistas en la historia de la humanidad corresponden al momento en que se
estrellaban los aviones contra las torres del WTC y al momento empezaron a
caer, como si fueran de juguete, las gigantescas construcciones. Al ver esto,
de manera inmediata se asocia la caída con el impacto, eso es lo que capta
nuestro sentido común, algo que en apariencia no puede ser discutido. Pero vaya
engaño, porque no ha sido la primera vez en la historia que algún avión se ha
estrellado contra edificios y éstos no se han derrumbado, aunque si se han
incendiado en la zona del impacto. Como es apenas normal un terrible choque,
como el de grandes aviones, tiene que afectar esas construcciones, pero no a
tal punto de derribarlas como si fueran castillos de naipes.
Hoy se sabe con exactitud
que la demolición no fue producida por el choque, sino por una deflagración
preparada de antemano y que se hizo coincidir con el impacto de los dos
aviones. Equipos de arquitectos, ingenieros, expertos en explosivos han estado
averiguando lo que sucedió y en diversos estudios han concluido que era
físicamente imposible que las torres se fueran al piso como resultado del
choque, porque las temperaturas que se produjeron tras el impacto no alcanzaron
el nivel necesario para fundir o debilitar la estructura de acero que sostenía
los edificios, y porque, salvo las demoliciones controladas, nunca antes ni
después se había visto una caída libre en la que los pisos inferiores, con todo
su peso en hormigón y acero, no ofrecen ninguna resistencia a los pisos de
arriba.
Si eso no era posible, entonces
algo diferente provoco el derrumbe y eso fue una explosión. Para ello se
utilizó un explosivo llamado nanotermita que si se combina con algún
oxidante puede cortar el acero en segundos, como si se tratara de mantequilla
caliente. En efecto, residuos de ese explosivo fueron encontrados en el polvo
cercano al lugar donde estaban las torres. Además, la nanotermita produce
un color similar al que se desprendió en el momento del choque contra la torre
2. Una cuestión complementaria indica que ese explosivo tan sofisticado sólo
puede ser manejado en los Estados Unidos por sectores ligados al complejo
militar. Como lo ha dicho el científico danés Niels Harrit, quien comprobó sin
ninguna duda que en los atentados se empleo nanotermita: “Esta sustancia ha sido
únicamente preparada con contratos militares, en Estados Unidos y probablemente
en los principales países aliados. Es una investigación militar secreta y
seguramente no fue preparada en una cueva de Afganistán…”
Pero como si todo esto
fuera poco, lo más contundente e inexplicable en la versión oficial está
relacionado con el hecho indiscutible que, en realidad, no fueron dos sino tres
los edificios que se cayeron en el complejo del WTC. En efecto, a las 5 y 30 de
la tarde del 11 S, o sea, 9 horas después de la caída libre de las dos torres
principales, se derrumbó la llamada Torre 7, situado a escasos 100 metros de la
torre norte, siendo que contra ella no se estrelló ningún avión. ¿Por qué esa
misteriosa Torre 7, de unos 47 pisos, se fue a tierra si no recibió impacto
alguno? ¿Por qué se cayó muchas horas después del choque de los dos aviones y
de manera similar como si fuera producto de una demolición? Es obvio que este
suceso no puede ser explicado en el contexto de la “teoría oficial” del 11 S y
por eso se procede a ocultarlo y por ello nadie habla de esa incomoda Torre 7.
CUARTA MENTIRA: El Pentágono fue impactado por un avión comercial
poco después del ataque a las Torres Gemelas.
Esta afirmación no se
sostiene de ninguna manera, porque resulta imposible que en este caso hayan
dejado de operar las leyes físicas al suponer que el choque fue de tal magnitud
que todo se pulverizó hasta desaparecer por completo. Porque, en efecto, del
pretendido avión no quedaron restos ni huellas de ningún tipo, ni partes de los
cuerpos de la tripulación o de los pasajeros. No quedo nada, ni vidrio, ni
caucho, ni los metales de los que se hacen los aviones, ni los motores, ni las
cajas negras, las que, según la versión oficial, se fundieron. Lo raro del caso
estriba en que cuando se produce un accidente de avión quedan desperdigados a
cientos de metros restos del fuselaje, de los asientos y de las maletas de los
viajeros. Al mismo tiempo, diversas pruebas fotográficas, imágenes y
testimonios comprueban que es físicamente imposible que un avión se
hubiera estrellado contra el Pentágono, porque cómo explicar que un Boeing de
cien toneladas de peso, de 38 metros de largo, y 13,60 metros de alto a una
velocidad de 800 cientos kilómetros por hora se clavara contra el piso y sólo
provocara un orificio de unos 5 metros de lado a lado y el césped que se
encontraba a la entrada del edificio quedara completamente intacto.
Esto no quiere decir,
desde luego, que el Pentágono no hubiera sido impactado, claro que lo fue, pero
no por un avión, sino por un misil, como lo prueba el tamaño del orificio de
entrada y el tipo de daños que produjo ya que atravesó por lo menos seis muros
de hormigón. ¿Si fue un misil, porqué se sostiene, sin ningún tipo de
evidencias que fue un avión el que se estrelló contra el Pentágono? ¿Qué pasó
en realidad con el Boeing 757 que había sido secuestrado una hora antes? ¿Cómo
lo hicieron desaparecer? ¿Qué les aconteció a sus tripulantes y pasajeros?
Donald Rumsfeld, Halcón de Guerra y Secretario de Defensa (sic) de los Estados
Unidos en el momento del ataque al Pentágono dijo en forma textual el 12 de
octubre de 2001 que un “misil se estrelló y daño este edificio”. ¿Sólo un
lapsus o una confesión de parte?
QUINTA MENTIRA: Un cuarto avión que fue secuestrado y que iba a
ser estrellado contra un objetivo determinado se estrelló porque sus pasajeros
se sublevaron e impidieron que se realizara el atentado previsto.
Como la versión que se
impuso sobre los atentados se hizo copiando los guiones de baja calidad de la
industria cinematográfica de Hollywood, no podía faltar la nota sentimentaloide
y heroica sobre el sacrificio que supuestamente llevaron a cabo ciertos
estadounidenses durante los trágicos sucesos del 11 S. Al respecto se sostuvo
que el cuarto avión secuestrado, el vuelo 93 de United Airlines, se había
estrellado en Pensilvania por la acción decidida de los pasajeros. La
pretendida prueba de esta aseveración: varias llamadas telefónicas hechas desde
los teléfonos celulares que portaban los pasajeros del avión en donde le
contaban a sus familiares en tierra lo que estaba aconteciendo en su terrible
odisea aérea. Esas llamadas se hicieron cuando el avión volaba a 10 mil metros
de altitud. Como parte de un pésimo guión hollywoodense el invento está muy
bien, el único problema es que es falso de principio a fin, porque
sencillamente en el 2001 las técnicas de telefonía celular por entonces
existentes no permitían que se realizaran comunicaciones a esa altura.
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Las afirmaciones
centrales de la versión dominante sobre lo que paso el 11 S son falsas de
principio a fin, hasta el punto que se han encontrado 145 mentiras e
inexactitudes en uno de los informes oficiales sobre los atentados. Esto no nos
sorprende porque Estados Unidos ha hecho suya la máxima nazista que reza que
una mentira de tanto ser repetida se convierte en verdad. Además, y esto es lo
importante, el 11 S se convirtió en el pretexto añorado por el imperialismo
estadounidense que le ha permitido, con la compañía de todos sus lacayos y sirvientes
en el planeta, invadir, bombardear y masacrar pueblos, para apropiarse de su
petróleo y recursos naturales, a nombre de la “guerra contra el terrorismo”,
que según los anuncios de los ideólogos del terror infinito va a durar cien
años, lo cual quiere decir que al planeta le esperan otros noventa años de
“conmoción y pavor”.
Nota del autor: Orientación bibliográfica: Para la elaboración de
este artículo nos hemos basado en el libro de Éric Raynaud, 11 S. Las
verdades ocultas, Editorial Akal, Madrid, 2010, 254 páginas.