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Frida Kahlo (México) Autorretrato dedicado a Trotsky |
Hace unos años escribí que, para mí, el oficio del historiador en la década de 1970 ofrecía la promesa de comprender al ser humano, me explicaba por qué nacionalidades y culturas diferentes habían producido imágenes a veces dispares y a veces similares, por qué un obrero en China y otro en Buenos Aires se comportaban esencialmente igual, mientras se planteaba como una disciplina socialmente útil para la liberación de la clase obrera. Subyacente a todo existía una inexorable fe en la gente común que decía que la historia era una mirada al pasado desde el presente hacia el futuro: podíamos aportar entendiendo lo que había ocurrido para evitar cometer los mismos errores; los seres humanos podíamos tomar decisiones racionales en pos del bien común sólo si comprendíamos las causas históricas de los problemas sociales. En otras palabras, me dediqué a la historia porque me fascinaba y, además, era útil y estaba comprometida con la liberación social.