Foto: Barrio pobre de Soweto, Sudáfrica
León Moraria
Durante un mes el fútbol desplazó de los primeros planos de la noticia, entre otras, la gravísima amenaza de guerra de EE.UU. e Israel, contra Irán y Corea del Norte, con la movilización de portaviones y submarinos nucleares hacia el Golfo Pérsico. O las medidas antipopulares que adoptan los gobiernos de Europa para tratar de paliar la crisis económica que tiene al borde de la debacle sus economías. El fútbol igual que la creencia es “opio del pueblo”. El fútbol y el campeonato mundial se han transformado en opio y mercancía. Función que se cumple a cabalidad en el país anfitrión, Sudáfrica, de cuyos 40 millones de habitantes la mitad sobrevive por debajo de la línea de pobreza. Según el Índice de Desarrollo Humano (IDH) de las Naciones Unidas, un cuarto de la población no tiene trabajo y vive con un euro al día.
En lo económico y social en Sudáfrica el “apartheid” sigue vivito y coleado. El presidente Mandela tan sólo le colocó el disfraz político de ser un negro el presidente. El poder económico es de los blancos. El 86% de las tierras dedicadas a las labores agrícolas y pecuarias son de su propiedad, así como las industrias y empresas que explotan los recursos naturales, la minería. (diamantes, hierro, uranio,), metalurgia, comercio. En Sudáfrica, como en Colombia o los Estados Unidos, la inseguridad está presente en ciudades, calles, avenidas, y en las zonas rurales. Los blancos, como en la época del “apartheid”, tienen guardianes privados para su defensa e imponer su dominio. La crisis social es un polvorín a punto de estallar.