Alirio Palacios (Venezuela) El caballo de Khan cruza el bosque
Juan Ignacio Ramos
A finales de verano de 2008 la burguesía no podía dar crédito a lo que estaba ocurriendo: el conjunto del sistema financiero se desplomaba y la economía mundial entraba en la senda de una recesión de proporciones históricas. El pánico, la incertidumbre por el futuro y por las consecuencias políticas y sociales del hundimiento, se apoderaron de los centros de poder en todos los continentes.
La crisis actual acabó bruscamente con los sueños de un crecimiento económico sostenido. Parecía imposible pero así ha sido. Pero no sólo eso: el tinglado ideológico de que el capitalismo era el mejor de los mundos posibles, los axiomas del fundamentalismo neoliberal con el que la burguesía sacaba pecho tras el colapso del estalinismo y seducía a los dirigentes reformistas del movimiento obrero, se han desmoronado, rápida y estrepitosamente. El fin de la historia no era tal, ni mucho menos.
La crisis está afectando duramente a la credibilidad y la estabilidad general del sistema, mientras el desconcierto y la desorientación dominan los foros internacionales y la política de los gobiernos. Es imposible fiarse de las previsiones: las correcciones de las perspectivas económicas que trazan los institutos económicos son constantes, hasta el punto que las recientes expectativas han dado paso a un horizonte lleno de dudas y desánimo por el futuro. No es para menos.
Las causas del hundimiento
La virulencia de la actual recesión se explica, dialécticamente, por el carácter del boom económico precedente. El ciclo de acumulación capitalista que se desarrolló en las dos últimas décadas hunde sus raíces en factores derivados de la lucha de clases [1] y en la gran expansión del comercio mundial, factores ambos que ayudaron al abaratamiento de los costes de producción y a contrarrestar la tendencia decreciente de la tasa de ganancias. También jugaron un papel destacado la caída de los precios de las materias primas, las privatizaciones, así como la nueva tecnología de la información.
El desarrollo de la economía china fue otro factor de primera magnitud a la hora de contener la amenaza de recesión en Occidente a finales de la década de los ochenta del siglo pasado.[2] Pero sobre todo, el boom económico se prolongó durante mucho más tiempo debido a la extrema desregulación del mercado financiero y al recurso generalizado del crédito, que además de sostener las actividades puramente especulativas, alimentó el consumo de la principal economía del planeta (EEUU) y la producción de una parte importante de las manufacturas mundiales.
Como hemos explicado en numerosas ocasiones, el crédito barato generó una espectacular burbuja bursátil e inmobiliaria que atrajo miles de millones de euros acumulados en años de explotación intensiva de la fuerza de trabajo, y que obtuvieron plusvalías muy altas sin tener que pasar por el doloroso proceso de la inversión productiva.[3] Pero el crédito masivo que generó altos beneficios también dio luz verde a un endeudamiento privado y empresarial sin precedentes que se cubría con más deudas. Y estas deudas multimillonarias, gracias a la ingeniería financiera, se transformaron en "activos" que cotizaban al alza en las bolsas, hasta que todo el sistema estalló en verano de 2007 con los impagos masivos de las hipotecas subprime en EEUU.
Cuando el sistema financiero de EEUU se vio afectado por el retroceso que estaba experimentando la economía real y el crecimiento del desempleo, el desplome de los grandes bancos de inversión, comprometidos como estaban hasta los tuétanos con la especulación inmobiliaria y bursátil, se precipitó. Esto tuvo efectos inmediatos provocando que la crisis de sobreproducción latente emergiera a la superficie con toda virulencia y empeorara aún más la situación insostenible del sistema financiero. Estalló entonces una crisis clásica del sistema capitalista, de sobreproducción de mercancías, bienes y servicios, precisamente, en el pico agudo del boom económico.[4]
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