
Referencia a György Lukács
Tomado de la Revista “Herramienta”
György Lukács nació en Budapest el 13 de abril de 1885, en el seno de una familia perteneciente a la gran burguesía húngara. En 1906 se doctoró en ciencias políticas en Kolozsvár, y continuó sus estudios en Berlín y Heidelberg, donde estableció un contacto estrecho, entre otros, con Georg Simmel, Max Weber y Ernst Bloch. Ante el impacto de la Primera Guerra Mundial, ingresó, en 1919, en el Partido Comunista Húngaro, que se encontraba entonces en formación. En ese mismo año, se incorporó al Comité Central del Partido. Una vez derrocado el gobierno de Béla Kun -en el que se había desempeñado como comisario del pueblo en educación y como comisario político de la Quinta División Roja-, Lukács vivió en Austria y Alemania. Desde 1933, emigró a Moscú, donde se refugió del nazismo en ascenso, y desarrolló investigaciones en materia de estética y de teoría y crítica literarias, como así también una brillante investigación sobre el joven Hegel. En 1944 ocupó, por primera vez en su vida, una cátedra, como profesor de Historia de la cultura y de Estética en la Universidad de Budapest. A raíz de los ataques recibidos por parte del stalinismo, se apartó, en 1951, de la actividad política; pero en 1956 apoyó el gobierno revolucionario de Imre Nagy y volvió a ingresar al Comité Central. Cuando dicho gobierno fue derrocado, Lukács fue deportado a Rumania; al regresar, en 1957, volvió a ocuparse de sus investigaciones estéticas y filosóficas, aunque sin dejar de formular significativas propuestas para la creación de un socialismo democrático y para la reconstrucción del marxismo. Murió en Budapest, el 11 de junio de 1971.
Lukács fue el más importante e influyente filósofo marxista del siglo XX. Entre sus obras más conocidas se encuentran Historia y consciencia de clase (1923) -la obra fundacional del llamado "marxismo occidental"-, El joven Hegel (1948), Goethe y su época (1950), Balzac y el realismo francés (1952), La novela histórica (1955), Contribuciones para una historia de la estética (1953) y los grandes tratados de vejez: La peculiaridad de lo estético (1963) y Para una ontología del ser social (1984-1986). Cabe indicar, asimismo, que también algunos de sus escritos premarxistas mantienen una considerable vigencia; ante todo, la recopilación de ensayos El alma y las formas (1911) y la Teoría de la novela (1916).
Un tal György Lukács
Hugo Salas
Dominada por las dos grandes guerras y la posibilidad (frustrada) de una revolución internacional, o cuanto menos europea, la primera parte del siglo XX fue generosa en destinos épicos, aun entre intelectuales, usualmente tan poco dispuestos al despliegue de la fuerza. Lejos de la preceptiva clásica –y bajo el influjo, tal vez, del último aliento romántico–, durante aquellos años se escribió en el exilio, al borde de la muerte y con las armas en la mano, pero muy pocos lo hicieron, además, desde una participación activa en la vida política gubernamental. Comprometerse no implicaba, en sí, ensuciarse las manos con el vulgar desarrollo de la historia, salvo para unos pocos, como György Lukács.
Nacido en 1885, este hijo de un prominente banquero judío de Budapest, filósofo y crítico literario de formación alemana, se convierte al comunismo (lo suyo no fue una mera adhesión) hacia fines de la I Guerra Mundial. A diferencia de otros colegas de su tiempo, debió entender que un pensamiento marxista no podía ir disociado del porvenir del socialismo como realización concreta, y por ello ya en 1919 participa del fugaz levantamiento húngaro, primero como subcomisario del pueblo, luego titular del Ministerio de Educación y más tarde comisario político de la Quinta División Roja. En un siglo donde la mayoría de los grandes teóricos marxistas piensa el socialismo desde afuera, como pura utopía o apuesta al porvenir, Lukács se anima a pensar una política cultural interna (la otra excepción sería Gramsci, lamentablemente reducido al encierro).
Exiliado en Viena entre 1920 y 1929 tras el aplastamiento de la rebelión, publica allí dos de sus obras mejor conocidas: Teoría de la novela e Historia y conciencia de clase. Este último, debido a sus audaces reinterpretaciones hegelianas de puntos especialmente sensibles de la teoría de Marx (como la relación entre base y superestructura), genera hondo malestar en la ortodoxia, provocando duras críticas durante el V Congreso Mundial de la Internacional Comunista. Su autocrítica pública no se hace esperar, y tampoco será la última (de hecho, en 1967, cuatro años antes de morir, escribirá un duro e interesante prólogo para la edición española). Más tarde emigra a Moscú, donde permanece hasta el fin de la pesadilla fascista y formula una muy personal teoría estética del realismo (que muchos leen en consonancia con el realismo socialista impuesto por Stalin), que le vale una durísima respuesta de Adorno.
Estos datos, sin mayores precisiones, han contribuido a generar una imagen de Lukács (muy difundida dentro de la academia argentina) como un filósofo de primera línea que termina abjurando de su talento para someterse a los dictámenes soviéticos; un burócrata. Más allá de no concordar con la evidencia histórica (la relación del filósofo con el Partido distó mucho de ser pacífica, tanto que en 1956 participará de la revolución de Nagy, que procuraba implantar en Hungría un socialismo de corte democrático), esta interpretación ha permitido que se ignore su producción posterior a Historia y conciencia de clase (en particular, su monumental Estética y la póstuma Ontología del ser social), así como también las válidas objeciones estrictamente filosóficas que el pensador supo formular a aquellas obras de juventud, escritas aún desde un conocimiento muy imperfecto de la obra de Marx.
Es justamente ese hueco en el espacio de las lecturas españolas el que procuran llenar las compilaciones de Antonino Infranca y Miguel Vedda, miembros de la Sociedad Internacional György Lukács, comprometida con la preservación de su legado. El último volumen, György Lukács: ética, estética y ontología, abre con un interesante abanico de textos inéditos que van desde 1922 (“Origen y valor de la obra poética”) hasta 1970 (“Marx y Goethe”), entre los que se destaca “Gran Hotel Abismo”, escrito en 1933. Si bien es preciso situarlo en un contexto de juventud, donde el filósofo rechaza la cultura burguesa y la socialdemocracia en bloque (actitud muy distinta de la que rige, por ejemplo, “Marx y Goethe”, última pieza de la antología), en la caracterización que allí hace de ciertos intelectuales burgueses como individuos prestos a criticar el capitalismo siempre que esto no implique abandonar sus comodidades, sus dádivas, Lukács parece responder de antemano, con gran clarividencia, a quienes hoy lo tildan de burócrata. En efecto, ¿qué posibilidades había, en plena guerra mundial, de sostener cualquier apuesta por el socialismo fuera del bloque soviético?
“A modo de comparación, es muy útil ver qué pasa en Brasil”, reflexiona Vedda. “Allí, Lukács es un clásico. Ocurre que entre ellos la costumbre es procurar desarrollos originales, adaptar los aportes de los distintos pensadores marxistas a la realidad brasileña. Así, buena parte de sus grandes críticos literarios son no sólo marxistas sino en particular lukacsianos. La tradición argentina, por el contrario, importa versiones armadas, y en el caso de Lukács se contentó con la difundida por Adorno durante su exilio en Estados Unidos. Eso, sumado al desinterés por las teorías marxistas en el campo de los estudios literarios, complotó para que Lukács permaneciera casi desconocido en la Argentina, situación que recién cambia con el gran vuelco de 2001, donde muchos estudiantes vuelven a interesarse por el marxismo.”
Otra explicación del desinterés, no vislumbrada por su compilador, radica seguramente en su prosa escueta, severa y disciplinada, muy distinta de los alardes estilísticos que la escuela francesa terminará de imponer en la segunda mitad del siglo XX e incluso del tono brillante de algunos contemporáneos como Adorno y Benjamin.
Según Vedda, la lectura errónea lleva a muchos a considerar a Lukács como un teórico del realismo socialista, “cuando en realidad, en sus trabajos sobre realismo y en particular la novela histórica, nunca se refiere a ningún escritor del realismo socialista salvo a Gorki, que por otra parte difiere mucho de los postulados de la era stalinista”. Al igual que se desprende del emotivo artículo de Agnes Heller, “El fundador de escuela”, que da inicio a la segunda parte del libro, consagrada a trabajos de especialistas, Vedda pone de relieve la peculiar hibridación, en la vida del filósofo, entre rigor intelectual y coherencia ideológica: “Lukács nunca dejó el ámbito del socialismo real, y esto lo llevó a ir tomando distintas decisiones. De hecho, después de la revolución de Nagy fue deportado a Rumania y permaneció expulsado del Partido Socialista Húngaro de los Trabajadores hasta 1969, cuando lo rehabilitaron. Conoció los campos de concentración stalinistas; es más, el suyo es el único caso de un intelectual al que hubo que secuestrar de un campo para poder salvarlo, porque se negaba a fugarse mientras hubiera otros camaradas detenidos”. Luego de su rehabilitación, que implicó el cese de los ataques dirigidos contra su persona desde Hungría, la RDA, la Unión Soviética y otros países del este, recibe sendos doctorados honoris causa en Zagreb y Gante. En 1970 le conceden el premio Goethe, pero también le diagnostican el cáncer que habría de terminar con su vida en poco menos de un año. En su departamento se encontraron varios manuscritos inéditos, sobre todo de juventud, y –como era costumbre también de la época– una nutrida correspondencia.
La condición humana
Agustin D’Ambrosio
Apuesta. El proyecto filosófico del último Lukács es una ontología que tiene como centro al ser social. Es de buen tono, en ciertos ámbitos intelectuales de izquierda influidos por la tradición filosófica francesa contemporánea, referirse respetuosamente –como quien invoca una autoridad– a la filosofía de Martin Heidegger. Según la misma etiqueta, no es menor muestra de refinamiento hacer ostensible el propio desinterés por la obra tardía de György Lukács. Si se toman en cuenta las adhesiones políticas de uno y otro filósofo, el reparto de prestigios y antipatías puede resultar, para un observador externo, causa de perplejidad. Al señalar esto, no se pretende poner en cuestión que la filosofía de Heidegger sea discutida en términos específicamente filosóficos en vez de condenada de manera sumaria por los compromisos políticos de su autor, sino llamar la atención sobre la disparidad de trato recibido por el planteo ontológico lukácsiano. Sin proponernos discernir aquí el conjunto de los motivos que podrían explicar la escasa fortuna de la filosofía tardía de Lukács, nos interesa discutir uno de ellos: el persistente malentendido en torno a la relación del filósofo húngaro con el stalinismo. Ya que si se la comprende sin tergiversaciones, este vínculo debe caracterizarse como una relación de oposición.
El fantasma del stalinismo. Como ha señalado Nicolás Tertulian, al hacer referencia al papel de oposición de los intelectuales en los países socialistas es preciso no limitarse al registro de la figura del disidente (mencionemos como ejemplo al escritor ruso recientemente fallecido Alexandr Solyenitsin, o al filósofo polaco Leszek Kolakowski) para notar que el movimiento contestatario se desarrolló tempranamente entre intelectuales marxistas. György Lukács se cuenta entre estos últimos. Por supuesto, la orientación de estos posicionamientos críticos se oponían por el vértice: los intelectuales marxistas promovían la transformación de estas sociedades sobre bases genuinamente socialistas y no la restauración del capitalismo. La trayectoria teórico-política de Lukács desde 1956 hasta su muerte en 1971 es ilustrativa al respecto.
Ya septuagenario, el filósofo participó activamente del círculo Petöfi, ámbito de reunión de opositores húngaros y catalizador espiritual del descontento antistalinista que culminó en el alzamiento del ’56. Lukács fue nombrado ministro de Cultura del gobierno emergente de este proceso de revolución política antistalinista, presidido por Imre Nagy. La experiencia húngara terminaría con la invasión de las tropas soviéticas: los generales del “socialismo de cuartel” no iban a permitir esta insubordinación. Lukács fue deportado a Rumania. Otros fueron asesinados. Nagy, entre ellos.
La revolución húngara se enmarca en la etapa iniciada por el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, que prometía el comienzo de la destalinización. En su informe, Nikita Kruschev habló públicamente sobre los crímenes de Josef Stalin. Decidido burocráticamente por un puñado de dirigentes, se trataba de un intento de destalinización con métodos stalinistas. Si bien Lukács era consciente de las raíces sociales de la burocratización, desarrolló una teoría del stalinismo en la cual éste era enfocado como un método (aunque rudimentario) de pensamiento. Si el stalinismo es –como sostiene Lukács– una forma mentis, la tranquilizadora estrategia de demonización de la figura de Stalin pierde efecto y se impone otra conclusión: el stalinismo ha sobrevivido a Stalin. El stalinismo, según Lukács, sería un hiperracionalismo que pretende encerrar el proceso histórico en un chaleco de fuerza logicista eliminando su carácter no lineal, el desacompasamiento de sus tiempos, la desigualdad en el desarrollo de los diferentes complejos sociales. Esta caracterización permite, por contraste, detectar áreas estratégicamente sensibles en las preocupaciones teóricas del Lukács tardío.
Luego de su liberación y retorno a Hungría, el filósofo continuó su combate por otros medios: concentró sus esfuerzos en la elaboración de la Estética y la Ontología del ser social, sus grandes obras sistemáticas. Estos trabajos monumentales debían colaborar con el “Renacimiento del marxismo” anhelado por Lukács y sus discípulos. La reciente publicación de estudios sobre su pensamiento tardío y textos lukácsianos inéditos en nuestra lengua, compilados bajo el título György Lukács: Etica, Estética y Ontología, permite una aproximación confiable a esta filosofía olvidada.
Ontología y praxis. El proyecto filosófico del último Lukács puede caracterizarse como una ontología regional cuyo objetivo es fundamentar la autonomía y peculiaridad de un estrato de ser determinado, el ser social, y diferenciarlo de los estratos de ser que configuran su suelo ontológico, el ser inorgánico y orgánico, a la vez que explicitar y articular conceptualmente las categorías de esa región ontológica delimitada.
A pesar de ser celebrada como un “clásico de la herejía” (la expresión irónica pertenece al propio Lukács) y una de las cumbres de la filosofía marxista, su obra juvenil Historia y consciencia de clase (1923) fue construida sobre la base de una teoría de la praxis modelada bajo el parámetro de una gnoseología idealista, en la cual toda objetividad es disuelta como posición subjetiva. El período de madurez filosófico lukacsiano se inicia con la corrección de este enfoque a partir de la lectura de los Manuscritos Económico-Filosóficos de Marx en los años 30. La categoría de trabajo pasa a ocupar un rol central, lo cual implica un cambio metodológico hacia una ontología materialista, en tanto el trabajo supone la objetividad de la naturaleza en su constante intercambio material con la sociedad.
La ontología lukacsiana es una ontología praxiológica en la medida que fundamenta el papel constitutivo del trabajo en lo que respecta al ser social. Con el trabajo surge un nuevo estrato de objetividad en el cual se realiza lo que Lukács llama posición teleológica: el acto con el cual se ponen fines o la acción humana en cuanto está dotada de finalidad. Mediante el trabajo se introduce materialmente el factor subjetivo en la realidad objetiva, en la medida en que la transformación de la naturaleza realiza fines ideados previamente. De este modo, la consciencia deja de ser un epifenómeno. La peculiaridad del ser social radica en la introducción de cadenas causales puestas teleológicamente, es decir, a partir de la objetivación de posiciones teleológicas. El lugar constitutivo de la posición teleológica en el ser social explica la estructura fluyente de este estrato ontológico, pero, por otra parte, implica la interacción continua con la naturaleza. La naturaleza es para el ser social un límite móvil, pero ineliminable. La dinámica de este estrato de ser se cifra en la relación entre teleología y causalidad, base para una teoría materialista de la relación entre libertad y determinación. En efecto, Lukács sostiene que es un aspecto característico del ser social la interacción entre las series causales puestas teleológicamente (el espacio abierto por el trabajo al rebasar el nivel biológico) y las series causales determinadas naturalmente; tanto por la naturaleza “externa” como “interna”, doble frontera natural para el expansivo proceso de socialización.
Pese a su rigor y sobriedad en la tematización de los fundamentos de la existencia humana, los trabajos más importantes de Lukács continúan fuera del cuadro de las discusiones actuales. Un síntoma, acaso, de la postración de la filosofía contemporánea ante el mundo cosificado. Postración teóricamente cimentada en el olvido de las estructuras ontológicas del ser social, de sus latencias y posibilidades objetivas.
La estética tardía de Lukács
Miguel Vedda
En más de una oportunidad he señalado que, para un sector significativo de la intelectualidad internacional de las últimas décadas, buena parte de la obra marxista de Lukács se ha convertido en objeto de un acto de fe, de una promesa: la de que no le gustará cuando la lea. La producción lukácsiana madura y tardía ha sido a menudo objeto de una condena sin matices, en la que se trasluce el desconocimiento, tanto de las reflexiones desarrolladas por el filósofo a partir de 1930, como de las circunstancias históricas en las que ellas fueron gestadas. Esta afirmación se justifica ante todo en el caso de los escritos tardíos: consumación y síntesis de toda una vida de “pensamiento vivido”, dichos escritos constituyen una de las más originales aportaciones a la filosofía marxista del siglo XX.
Testimonio de ello es la Estética, en la que se persigue el doble propósito de salvaguardar la autonomía de la obra de arte y de determinar su relación con el conjunto de las actividades humanas. El carácter mimético de la praxis artística no significa que el arte reproduzca ningún referente externo a la obra, sino que ésta es de índole ficcional: es una representación carente de finalidad práctica. De ahí que, al hablar de la catarsis, Lukács sostenga que el arte puede ejercer una función ética valiosa, pero no convirtiéndose en instrumento de propaganda, sino promoviendo nuevas formas de percibir el mundo. Las diferentes teorías sobre el extrañamiento han insistido sobre este punto, y Lukács ha escrito que el poder evocador de la obra de arte ingresa “en la vida anímica del receptor, subyuga su modo habitual de contemplar el mundo, le impone ante todo, un ‘mundo’ nuevo y lo mueve así, a recibir ese ‘mundo’ con sentidos y pensamientos rejuvenecidos, renovados”.