Pepe Gutiérrez
1. Introducción
Repaso mis recortes de prensa, y me encuentro que se sigue hablando de André Malraux con los más diversos pretextos. Su centenario (París, 1901-1976), fue todo un acontecimiento nacional y europeo. Después del ensayo general de la conmemoración del 25 aniversario de su fallecimiento, la efeméride ha dado lugar a un auténtico aluvión de amplias páginas en los principales diarios y revistas, debates en los medias, diversas exposiciones, la puesta en escena de un esplendoroso ballet montado por Maurice Béjart, reediciones de sus obras, publicación de ensayos y biografías, etcétera…Veinticinco años después su muerte, la figura de Malraux carece ya de secretos, y biografías como la que le ha dedicado Oliver Todd (en francés en Gallimard, la versión castellana está en Tusquets, 2002), permiten un inventario en el que el personaje pierde. Todd hace inventario de sus mentiras mitómanas, pero al mismo tiempo lo hace más asequible, operando una limpieza de retina que, por lo mismo, enriquece y restituye su figura humana, las peripecias de alguien que, con todo lo que se pueda decir, fue un ejemplo del triunfo de la voluntad por superarse, por trascender sus limitaciones pequeño burguesas aunque, a la postre, acabara en buena medida reconciliándose con ellas.
Aunque quizás entre nosotros, y entre las nuevas generaciones, se encuentra un tanto olvidado, Malraux fue uno de los iconos del siglo pasado, un personaje marcado por la desmesura en cuya trayectoria vital es posible encontrar, aparte de una obra literaria de altura con obras maestras consagradas comoLa condición humana o L´Espoir, otras actividades y aventuras, como las siguientes:
-erotómano editor de pornografía clandestina;
-ocasional jugador a
-turbio saqueador de estatuas del templo de Banteal-Srel, en Camboya, por lo que fue condenado a tres años de cárcel (su precoz prestigio literario le ganó una amnistía);
-activista anticolonialista en Saigón (lo que no le impidió en su jubilación gaullista guardar silencio cuando la exigencia liberadora se hizo más patente para emanciparse de Francia, y liberarse de los Estados Unidos;
-animador de revistas de vanguardia como la NRF y promotor del expresionismo alemán, del cubismo y de otros experimentos plásticos y poéticos de los años veinte y treinta;
-uno de los primeros analistas y teóricos del cine, amén de alguien que cuenta en la historia del medio con una película excepcional, L´Espoir (Sierra de Teruel), que se cuenta entre las mejores películas sobre la guerra española;
-testigo participante (aunque menos de lo que presumía) en las huelgas revolucionarias de Cantón del año 1925 que marcan el inicio de la revolución china;
-gestor y protagonista de una expedición (en un monomotor que parecía un invento del TBO) a Arabia, en busca de las ruinas de la hipotética capital de la mítica Reina de Saba…
Pero su mayor prestigio le viene por su papel de intelectual comprometido y figura descollante en todos los enfebrecidos congresos y organizaciones de artistas y escritores europeos movilizados contra el fascismo en los años treinta (al lado de su amigo André Gide). Esta actividad tendrá su culminación en la organización de la escuadrilla España que acabará llamándose André Malraux, y representará el mayor compromiso de un escritor de talla en la defensa de
2. La épica de 1917
Procedente de una familia humilde dotado de una extrema inquietud y sensibilidad, Malraux mostró siendo todavía un adolescente nervioso y aislado, muestra un rechazo radical a la estupidez y la crueldad de
Malraux formó parte de una generación de artistas e intelectuales que descubrieron y se encontraron con el pueblo militante, y a los que las luchas sociales vistas en primer plano le llevaron a obsesionarse con la leyenda roja de Octubre, que pretendió ser participante total de la mítica que acompañaba la toma del Palacio de Invierno, la creación del Ejército Rojo
Como en otros escenarios de su vida, en este también existía --por decirlo así-- un actor protagonista. Cuando Malraux pensaba, en el nacimiento del Ejercito Rojo, en las asambleas multitudinarias y las patrullas obreras de la nevada Petrogrado, en la respuesta a las tentativas de sublevación de los cadetes, en la pasión revolucionaria en
Trotsky fue -¿antes o después de Lawrence?- uno de los grandes personajes contemporáneos que sustituyeron en la apasionada imaginación de Malraux a los reverenciados fantasmas de Saint-Just, de Rimbaud, de Nietzsche y de Iván Karamazov, y fue, durante la primera mitad de los años treinta, el más cercano y asequible. Trotsky era entonces el legendario sobreviviente del aquel acontecimiento, y esto era algo que para él, hacedor de mitos, inventor de actos, inspirador de estos, no pudo por menos que galvanizar de una manera especial. Como escribe Jean Lacouture: "Qué personaje más romántico el del vencedor vencido; más novelesco que el razonable, razonador, racional, perseverante Lenin de técnica elocuencia. Personaje que tenía sobre su ilustre predecesor la ventaja de proseguir en los años treinta una existencia perseguida, de fantasma sobreviviente al Termidor ruso….Malraux no celebraba en Trotsky solamente al constructor de historia. También le admiraba por haberse preocupado activamente de los derechos del escritor, con Lunacharsky, en lo más intenso de
Esta poderosa atracción estuvo a punto de manifestarse de la manera más extraordinaria tempranamente, cuando inmediatamente después de regresar de su odisea china, Malraux trazó en 1929 el plan de una expedición a Kazakhstan, con la finalidad de liberar a León Trotsky, entonces deportado en Alma-Ata por orden de Stalin que todavía no había probado la sangre de sus oponente (3). Según cuentan sus biógrafos, Malraux puso mucho interés en la preparación de esta singular aventura que habría asombrado al mundo. Se trataba de algo así como de rescatar a Trotsky en Elba (4) . Los documentos de esta tentativa fueron quemados cuando los alemanes entraron en París, en junio de 1940, por el mítico editor Gastón Gallimard, que en su momento se encargó de poner sobre la mesa toda su autoridad para que el escritor renunciara "a aquella hazaña propia de Tres Mosqueteros que hubieran leído L'Histoire des treize, pero no la historia de
Esta aventura frustrada vino a ser como el prólogo de una intensa relación, como en el caso ulterior de André, Gide y Bretón (6), contribuyó el vínculo personal establecido por Pierre Naville, uno de los pioneros y componentes del movimiento surrealista (junto con Gerard Rosenthal), amigo y pariente de Gide, militante comunista disidente de primera hora (junto con algunos de los fundadores del PCF como Alfred Rosmer, Pierre Monatte o Boris Souvarine), audazmente partidario de la línea de oposición de Trotsky con el que fue a reunirse en Prinkipo, la isla de los Príncipes cerca de Estambul, donde el Gobierno de Kemal dio hospitalidad al proscrito. Obviamente, para alguien como Malraux dicha relación tenía una suma de atractivos de primer orden, y se implicó hasta un paso de la militancia organizada. También para Trotsky el encuentro resultaba importante por más que desde el principio fue consciente de lo que les diferenciaba. Entre acuerdos y desacuerdos, la relación se desarrolló apasionadamente durante la primera mitad de los años treinta, hasta que la guerra civil española y los procesos de Moscú abrieron un abismo entre Malraux y el "trotskysmo". Pero tanto en una mitad como en otra, como en su epílogo gaullista, la cuestión Trotsky devendría capital en las relaciones de Malraux con el destino de
Unas relaciones que pasa por diversas estaciones, y que ocupa un lugar importante en la aventura intelectual de Malraux.
3. La revolución china
Asombroso diálogo. Primero, porque León Trotsky muestra desde un principio su interés por ganar a Malraux a la causa de la oposición, y como es habitual en él, discute de igual a igual con unos y otros, también sabe que su influencia es superior entre escritores e intelectuales en una generación que cuando todavía vive la extrema tensión de la defensa de Octubre, se encuentran con un fenómeno extraño y monstruoso -el de su burocratización-, sobre el que carecen de información y la que existe no pueden diferenciarla fácilmente del alud denigratorio desencadenado por los poderes establecidos. Además, las novelas de Malraux le brindan una oportunidad excepcional para volver a discutir sobre el trágico destino de la revolución china, cuyo primer protagonista, el proletariado industrial, había sufrido en 1927 una derrota sin paliativos. Para Trotsky este capítulo histórico será, más trascendente que ningún otro en aquel período (7), el más dramático e importante de la revolución mundial, la máxima prueba de la actuación del comunismo invertido patrocinado por Stalin y cuyas características son:
a) Aunque las tareas fundamentales de la emergente revolución china eran las propias de 1789, habían dos factores que impedían que la burguesía democrática asumiera su papel histórico, uno era la existencia de un marco internacional determinado por el dilema entre revolución y contrarrevolución, el otro -y complementario- era la potencia de un movimiento obrero concentrado en las grandes ciudades que hasta el momento había estado en primera línea…
b) después de la aventura de
c) en consecuencia, en vez preparar a los trabajadores contra la natural tendencia de la burguesía nacionalista a imponer el orden, a temer más a la revolución que a los amos de la china tradicional, el partido y sus consejeros (Borodin), los convencieron para confiar,
d) para garantizar su autoridad el estalinismo tildará de trotskysmo cualquier tentativa crítica, opuesta a la desastrosa línea oficial…
Situado en esta perspectiva, Trotsky llega incluso a magnificar la influencia de aquel con un joven todavía poco conocido, al que atribuye un tanto ingenuamente como coprotagonista de unos acontecimientos que sí bien supo describir magníficamente, ignoraba en buena medida su significado político. Malraux por su parte, respondió con imperturbable seguridad los argumentos de su interlocutor, tomando igualmente por verdad histórica lo que, obviamente, no dejaba de resultar una trama novelesca cuyos datos de fondo eran parcialmente exactos, y cuyos personajes, exceptuando Borodine y Gallen, eran ciertamente imaginarios; de hecho, Malraux ofrecía una interpretación sobre la que se podía debatir siempre que no se olvidara esto, que era una interpretación. El novelista y el teórico revolucionario pendían sobre aquella historia como sí ambos hubieran estado en el mismo plano; y como sí ambos discutieran sobre los planos de un campo de batalla. En un artículo sobre Les Conquérants (apareció en la NRF en abril de 1931) que más tarde reproducirá más tarde en un trabajo "Un estilo denso y bello, la mirada precisa de un artista, la observación original y atrevida; todo confiere a la novela una importancia excepcional. Si hablo de él ahora, no es porque lleno de talento, aunque ese hecho no sea desdeñable, sino porque ofrece una fuente de enseñanzas políticas del más alto valor. ¿Provienen de Malraux? Se desprenden del propio relato, del autor y se manifiestan en su contra; lo que hace honor y al observador y al artista, pero no al revolucionario. Sin embargo, tenemos derecho a considerar igualmente a Malraux desde este punto de vista: en su nombre personal y sobre todo en nombre de Garine, su segundo yo, no regatea los juicios sobre
Por su parte, Malraux partía de una concepción diferente. Para él, el proletariado tenía más significado como símbolo de una humillación eterna que como instrumento de una historia que se desarrollaba en una coyuntura concentra. Su visión del Komintern, también era pues diferente, en parte justificó algunos aspectos de la dirección del Komintern de la abortada revolución china, sin embargo, su alter ego, Garine, tenía poca fe en la mentalidad romanade los bolcheviques, y se quejaba de que Borodin, el agente destacado en China por el Komintern, quería "manufacturar revoluciones del mismo modo que
Trotsky concluía su requisitoria deplorando que al autor le hubiese faltado una "buena inoculación de marxismo (que).. habría podido preservarle de errores fatales", y escribe: "El libro se titula Les Conquérants. En el espíritu del autor, ese título de doble sentido en el que
Malraux responde al hombre de Octubre "en el tono intrépido de Saint-Just ante Danton" (Lacouture), y recordó que Borodine y los responsables de
El novelista no ve como Trotsky que en 1925-1926, el Partido Comunista pudiera emprender una política propia, para él no existía sino en la alianza con el Kuomintang. Era la tesis que iba a repetir a Kyo, casi palabra por palabra, el Vologuine de
Trotsky no se conformó con esta reprimenda. Propuso una réplica en la propia Nouvelle Revue Francaise (NRF), que, empero no se publicó. Finalmente apareció en
4. Compañero de ruta de Trotsky
Cuando pudo dejar Turquía, Trotsky fue recibido a regañadientes en Francia por el Gobierno del radical Eduard Herriot (8) que no le autorizó a residir en la región parisiense, por lo que tuvo que instalarse cerca de Royan, en una casa de la pequeña estación de Saint-Palais donde abrió las puertas a Malraux el 26 de julio de 1933, una escena magníficamente descrita por el novelista y que Alain Resnais reconstruyó en su película Stavisky como un contrapuntorevolucionario a un contexto marcado por la descomposición burguesa. En aquel momento, Malraux acababa de dejar lista para su edición su obra más importante,
"Desde que se concretó aquel resplandeciente fantasma con gafas, sentí que toda la fuerza de sus rasgos residía en la boca de labios finos, tensos, extraordinariamente dibujados, de estatua asiática. Para tranquilizar a un camarada, se reía con una risa cerebral que no se parecía a su voz; una risa que descubría dientes muy pequeños y separados; dientes extraordinariamente jóvenes en aquel rostro fino de blanca cabellera"…
"Trotsky no hablaba su lengua; pero, incluso en francés, la característica principal de su voz era el dominio total sobre lo que decía: la falta de insistencia por la que tantos hombres dejan adivinar que quieren convencer a otros para convencerse a sí mismos, la ausencia de voluntad de seducción. Casi todos los hombres superiores tienen en común, cualquiera que sea la torpeza de algunos en expresarse, esa densidad, ese centro misterioso del espíritu que parece nacer de la doctrina, que supera en todas partes y que da la costumbre de considerar al pensamiento como algo que hay que conquistar y no que repetir. En el dominio del espíritu, aquel hombre se había construido su propio mundo y en él vivía. Me acuerdo del modo en que me habló de Pasternak".
La conclusión de este artículo era desafiante. Malraux oponía el recuerdo del proscrito a las imágenes de una película presentada por el Partido Comunista que acababa de ver, la de una fiesta en Moscú «aplastada por los retratos gigantescos de Lenin y Stalin». En forma de apóstrofe, la conclusión era una adhesión a la causa del Viejo: "¿Cuántos pensaban en usted... entre esa multitud?. Seguramente, muchos. Antes de la película, hubo discursos, especialmente en favor de Thaelmann; el orador que se hubiera atrevido a hablar de usted, pasado el primer momento de inquietud, habría aplastado rápidamente la hostilidad burguesa y a la prudencia ortodoxa a la vez:. vive usted como un remordimiento en esa multitud que le silencia…Todos están con usted, contra el Gobierno que le ha expulsado: es usted uno de esos proscritos a los que no se consigue convertir en emigrados (…) Yo sé, Trotsky, que su pensamiento sólo espera su propio triunfo del destino implacable del mundo. ¡Que su sombra clandestina, que desde hace casi diez años va de exilio en exilio, pueda hacer comprender a los obreros de Francia ya todos a los que anima esa oscura voluntad de libertad, hecha tan clara por la expulsiones, que unirse en un campo de concentración es unirse un poco tarde. Hay demasiados círculos comunistas en los que ser sospechoso de simpatía hacia usted es tan grave como serIo hacia el fascismo. Su marcha y los insultos de los periódicos muestran que la revolución es una...".
Unas semanas antes, Trotsky había manifestado su simpatía con el visitante: "Léanse atentamente las dos novelas del autor francés Malraux Les Conquérants y
Durante todo aquel período (1933-1934), Malraux actuó abiertamente como activo simpatizante del que Churchill llamará el gran negador, al que quería volver a ver en
Era evidente que en esta opción tenía mucho que la condición de mito de Trotsky y su gesto en Moscú era un, pero también es cierto que Malraux se sintió identificado por algunos criterios básicos de la oposición, comenzando por el planteamiento de frente único contra el fascismo (el 6 de febrero de 1934, firmó un texto en favor del Frente único que los comunistas desaprobaban); su simpatía iba tan lejos como para conducirle a acciones más arrogantes que hablar en Ios mítines parisienses organizados casi en todas partes contra la expulsión de Trotsky. En una apasionante reunión celebrada en la sala Albony por iniciativa de
No obstante, en el mes de abril de 1935, Malraux llevó a cabo un gesto de ruptura a negarse a intervenir a favor de escritor revolucionario que tenía su leyenda en Francia, Víctor Serge, deportado por las autoridades soviéticas durante la primera gran purga que siguió al asesinato e Kirov. Con evidente amargura, Trotsky subrayó aquel silencio en
5. Con Stalin a pesar de todo
Desde aquel momento, Malraux apareció como un incondicional de la política de Frente Popular, como uno de los portavoces de los compañeros de ruta del movimiento comunista, aunque siempre se permitió un grado de autonomía que, en muchas ocasiones, le convirtieron en molesto. De hecho, nunca aceptó los criterios del mal llamado realismo socialista, aunque nunca lo abordó frontalmente como lo haría Bretón.
Es conocido su discurso asombrosamente heterodoxo ante el Primer Congreso de Escritores Soviéticos de 1934, que provocó una dura réplica de un Karl Rádeck convertido en comisario de la cultura. Aunque los comunistas -dijo Malraux- han confiado en el hombre, los soviéticos no siempre han mostrado una confianza semejante en sus escritores. La literatura soviética pone de manifiesto los hechos externos concernientes a
En su ideario subsistía plenamente la convicción de que el socialismo era la vía más humana, y se reafirmó en su anticolonialismo cuando en 1935, sesenta y cuatro intelectuales franceses defendieron la aventura abisinia de Mussolini en nombre de los valores Occidentales y de la civilización latina. Malraux replicó que occidente no había sido un concepto poderoso -o valioso- durante largos años.
Pero, Malraux creyó que el estalinismo no afectaba estas ideas, y lo aceptó tácticamente. Por esta razón, evadió los temas de fondo, hasta llegó a plantearse que lo que estaba ocurriendo en Moscú como un mero enfrentamiento personal entre Stalin y Trotsky. Esto explica que en febrero de 1937, durante el segundo gran proceso de Moscú, un periodista ruso, Wladimir Romm, declaró haber visto a Trotsky en París, en julio de 1933, y haber recibido instrucciones suyas para hacer sabotaje en
Malraux respondió: "EI señor Trotsky está hasta tal punto obsesionado por todo lo que le concierne personalmente que, sí un hombre que acaba de combatir durante siete meses en España, proclama que la ayuda a
En una de sus polémicas con el entorno del PCF, el propio Malraux puso en cuestión el concepto de la continuidad revolucionaria. En su opinión esta se había convertido en una burla ¿cómo podían pretender los generales de Stalin, cargados de oro y condecoraciones, ser los legítimos herederos de los compañeros de Lenin?, y en más de una ocasión recordaría el viaje que hizo con Gide a Berlín para pedir la libertad de Dimitrov, y como luego el mismo Dimitrov hizo colgar al inocente Petkov. "¿Quién -preguntaba- ha cambiado; Gide y él mismo, o Dimitrov?". Una pregunta llena de pertinencia por supuesto que no se había atrevido a plantearse en la segunda mitad de los años treinta.
Durante la guerra española este dilema tuvo una traducción particular. Malraux prefirió jugar el juego con los comunistas, los únicos capaces en su opinión, de levantar un dique al avance fascista. Inmerso en esta lógica dejó que su escuadrilla tuviera un comisario político estalinista. También rompió todas relaciones con el POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista), y mantuvo su silencio cómplice para condenar la caza de brujas de trotskystas y anarquistas a la que se entregaron las gentes de
En una cita-declaración de Paul Nothomb (un joven comunista belga que en 1936 tenía veintidós años) en su libro Malraux en España (recientemente editado en Edhasa), escribe: "Hoy me consta que los que fuimos sin duda sinceros comunistas éramos los cómplices de grandes crímenes. Nos encontramos a finales de 1936, es decir, en el momento en que Stalin se lanza a sus purgas más sangrientas, cuyos ecos llegan hasta nuestros oídos y dan lugar a violentas discusiones entre nosotros. Después de todos estos años, sin embargo, me niego a considerar a mis camaradas del Partido de manera distinta a como lo hacía entonces".
¿Qué esta diciendo Nothomb?. Dos cosas que no son contradictorias. De un lado, valora aquel momento cuando, gracias a su experiencia en la aviación, se enrola en la escuadrilla España que André Malraux para acudir en ayuda de
Desde una óptica que se negaba a ver detrás de la grandeur gaullista, por ejemplo la barbarie colonialista.
6. Epílogo gaullista
Se ha discutido mucho que hay de ruptura y de continuidad en la lenta, subterránea pero clamorosa apostasía de Malraux. Lo mismo que en el caso de Paul Nizan, el pacto nazi-soviético tuvo un efecto decisivo sobre él pero, a diferencia de aquél, él no era del partido, además no hizo pública su defección, aunque su reacción fue airada: "Volvemos a estar a cero". La izquierda, opinaba, estaba herida de muerte, pero ansiaba comenzar de nuevo sobre otras bases. El caso como Coronel Berger fue un obstinado oponente de la fusión del MLN con el Frente Nacional Comunista. Luego, emergió de la guerra como Ministro de Información de Gaulle. La pregunta es, ¿por qué el gaullismo? Está claro que esta opción no tuvo lugar cuando el PCF estaba en descrédito, todo lo contrario. Tampoco entró en liza fácilmente, y por lo general no respondió a acusaciones como las vertidas por Garaudy, que lo tachó demercenario, de haber sido parcialmente responsable de la "aventurerista Comuna de Cantón, que acabó en una enorme carnicería de trabajadores y demócratas", amén de volver a Francia "justo a tiempo de entrar en relación con Trotsky que, desde entonces, se convirtió en su padre espiritual". También lo tacharon de fascista, algo que no se corresponde a la verdad. Malraux por ejemplo nunca habló de la dictadura de los sindicatos como haría Vargas Llosas en pleno fervor thatcheriano. Más que de fascismo, cabe registrar que Malraux cambió su admiración por las elites revolucionarias por la de los pocosde
También cambió de centralidad, tal él mismo explicará en su última obra de ficción: Les Noyers de l´ Altenburg (publicada en 1948 y de la que no me consta que haya traducción), el lugar de la acordada a la cuestión social durante el período radical que le dio fama internacional, ahora observa y se reafirma en la centralidad de la cultura occidental. Distingue esta de las demás por su resistencia a la fatalidad y al destino, y por su investigación de la psicología del individuo. En un discurso pronunciado en 1946 ante la sesión inaugural de la conferencia de
Malraux se reafirmó en el nacionalismo mientras criticaba la instrumentalización que Stalin había hecho del internacionalismo.. "Nosotros -diría- habíamos creído que, haciéndonos menos franceses, nos hacíamos mas humanos. Ahora sabemos que simplemente, nos hacíamos más rusos". Rusia había dejado de lado a
Hizo un reconocimiento explícito durante el mayo del 68. José Bergamín contaba que un día pasó por delante del Ministerio de Cultura y le picó la curiosidad por saber que pensaba de todo aquello su antiguo compañero, ahora ministro. Atravesó los largos pasillos sin encontrarse a nadie, todos los funcionarios secundaban la huelga general. Llegó hasta el despacho de Monsieur Le Ministre, quien en medio de la conversación le confesó "Felizmente, tenemos el partido comunista". En otra ocasión habló de aquel partido ahora dirigido por oscuros funcionarios como Waldeck Rochet y George Marchais como "la última barricada" de un sistema social que cuando él fue plenamente Malraux, llegó a cuestionar y contra el cual escribió sus mejores obras.
Sant Pere de Ribas
Notas
(1) Entre los diversos estudios que enfocan la relación de Malraux con el comunismo destacan los de David Caute, El comunismo y los intelectuales franceses. 1914-1966 (Col, Libros Tau, Vilasar de Mar, BCN, 1967), y Compañeros de ruta (Ed. Grijalbo, México, 1975), y especialmente el de Herbert R. Lottman,
(2) La mayor parte de datos de este trabajo están extraídos de la celebrada biografía que le dedicó Jean Lacouture, y que aquí fue editada en 1976 por Euros, una editorial de izquierdas ligada a un vástago de la familia Godó y a
(3) Aunque ahora se trata de amalgamar toda la historia soviética con el Gulag, lo cierto es que, una vez pasada la guerra civil en la que la revolución se jugaba a vida o a muerte, la eliminación de los adversarios no comenzó de una manera sistemática hasta la entronización definitiva de Stalin ("el Lenin de hoy") al poder absoluto. El mismo hecho de que Trotsky fuera primero deportado, y luego exiliado fue algo que hubiera resultado impensable unos años después. El primer opositor asesinado fue Jakob Blumkin, un opositor arrepentido que fue a visitar a Trotsky a Prinkipo. Se daba la casualidad de que Blumkin había sido uno de los eseristas de izquierdas que atentaron contra Trotsky cuando su grupo consideró como una traición la firma de la paz de Brest-Listovk. Aunque oficialmente fue fusilado, Blumkin se hizo bolchevique y fue uno de los secretarios de Trotsky desde la guerra civil.
(4) Este título corresponde a uno de los más famosos artículos del periodista norteamericano John Gunther en el que hacía un paralelismo entre la estancia de Trotsky en Prinkipo con la de Napoleón en Elba. En aquel entonces, tanto a la izquierda como a la derecha, nadie tenía claro sí Trotsky podría volver al poder, una hipótesis que en las cancillerías se tenía muy en consideración, sin ir más lejos, el propio Hitler la barajó como una de las variantes negativas que podía provocar su invasión a Rusia. Lacouture también se hace eco del paralelismo para ampliarlo a Malraux cuando escribe: "Imaginemos a Napoleón en Elba, discutiendo de estrategia con Stendhal, y éste con Fabrice y Grouchy...".
(5) Malraux nunca negó su afinidad con obras de Trotsky como Literatura y Revolución, Mi vida (que tanto entusiasmo literariamente a un Francois Mauriac) y sobre todo, con su Historia de
(6) Sobre la relación de Trotsky con la izquierda intelectual francesa de los años treinta, me remito a mi edición del Manifiesto por un arte revolucionario e independiente (Ed. El Viejo Topo, BCN, 1999), y a mi artículo sobre Gide aparecido en esta misma revista (abril 2001, nº 151). Este apartado podría ser ampliado a otros nombres, como por ejemplo, Simone Weil, cuyo biógrafo asegura que fue en su casa paterna donde se celebró el Congreso fundacional de
(7) La historia de la revolución china anterior a
(8) Esta evocación de Malraux fue traducida y publicada por la revista
(9) La inclusión de unas imágenes en la que Trotsky abre la puerta a Malraux (acompañado por un joven trotskysta luego asesinado), es una auténtica "licencia" en una película (Stavisky, protagonizada por Jean Paul Belmondo) que se permitieron su director, Alain Resnais, y su guionista, Jorge Semprún, como un contrapunto que fue muy discutido. Y ya que hablamos de cine, entre finales de los setenta y principios de los ochenta se habló insistentemente de una adaptación fílmica de La condición humana que, al parecer, debía dirigir Fred Zinneman con Ives Montand entre los protagonistas. Recuerdo que éste último justificó -en una entrevista en TV2- el cancelamiento del proyecto porque ya nadie se podía creer aquella fervorosa evocación del idealismo comunista… Ahora se vuelve a hablar de otra tentativa con Oliver Stone detrás las cámaras.
(10) En una amplia reseña del libro aparecida en El País (18-12-2001), Jorge Semprún, describe a Nothomb como "seducido y aducido por el ideal bolchevique, el idealismo revolucionario de un bolchevismo irreal que se encamaría en los horrores del socialismo real", y reconoce que éste describe "un espíritu de compañerismo inaudito, un extraordinario buen humor en todo momento, hasta el punto de que, al recordar esas horas pasadas, no puedo dejar de pensar que vivimos uno de esos raros instantes en que la fraternidad humana, eso tan a menudo adulterado, se convierte en algo más que una palabra, que un eufemismo.". Semprún no disocia estos conceptos --muy similares a los de la "solidaridad viril" que Malraux veía encarnada en el activismo revolucionario- del horror estalinista, y trata, una vez más, de abordar una cuestión que describe como sí fuera un entomólogo, o sea como alguien que esta más allá de la historia. aunque esto no es el lugar, cabe recordar al menos algunas cosas, tales como que Semprún aparte de ser un antiguo comunista oficial (que como Federico Sánchez se la jugó contra el franquismo cuando los liberales no se atrevían ni a carraspear), fue luego un marxista heterodoxo (conocido sobre todo por su labor como guionista del cine político), para acabar, finalmente, como un arrepentido neoliberal, como un anticomunista a veces digno del ABC, que mira