Julián Gorkin
Este texto recoge la tercera parte del libro de Julián Gorkin El asesinato de Trotsky. Se ha incluido en el libro conmemorativo del centenario del nacimiento de Gorkin, Contra el estalinismo.
La policía mexicana hizo lo que pudo para conseguir el esclarecimiento del “caso Trotsky”: él mismo, tras el primer atentado, que falló, y luego su mujer, Natalia, después del segundo, fatal para el viejo bolchevique, hubieron de reconocerlo así. Pero, por entonces, Bélgica y Francia gemían bajo el yugo nazi,
La escuela de los verdugos
Vivamente interesado por las circunstancias del atentado y en lucha abierta, desde hacía años, con el estalinismo y su GPU, yo, paralelamente a la de la policía, había abierto una encuesta [investigación] personal, logrando saber, poco a poco, más que ella en lo tocante a ciertos puntos. Especialmente sobre la identidad del asesino material y sobre su familia, así como en lo relativo a algunos de los actores del drama. No obstante, me abstuve hasta el final de la guerra de publicar la menor revelación. Las democracias occidentales, haciendo gala de una ceguera inconcebible, continuaban considerando a
Un hecho resaltaba claramente en la encuesta oficial: todos, o casi todos, los que habían intervenido en el planteamiento del asesinato de Trotsky habían hecho sus pruebas durante la guerra civil española. Mi encuesta personal confirma y refuerza esta afirmación. España fue, para el estalinismo, un verdadero campo de experiencias, una magnífica escuela: “la escuela de los verdugos”, como yo mismo dije en otra parte (1). Fue en España, efectivamente, donde el Kremlin entrenó y puso a punto a sus hombres, métodos y armas.
Varios generales soviéticos que habían de destacarse en el curso de
El destino de los refugiados españoles en
A la caída de
El Comité Ejecutivo del Komintern nombró en Moscú una comisión especial que tenía plenos poderes (de vida y de muerte) sobre la suerte de todos aquellos refugiados. Esta comisión estaba integrada por Georges Dimitrov, presidente de
Diez de esos refugiados -los militantes políticos más responsables- fueron integrados por la comisión en el aparato del Komintern; veintiocho -más cuatro mujeres encargadas de espiarlos- entraron en
No obstante, ocho refugiados españoles fueron escogidos con particular cuidado: se les destinaba a hacer unos cursos especiales, con vistas a misiones ultrasecretas. Dirigidos por el mariscal Koniev y dependiendo directamente de Stalin, funcionaban en Moscú unos colegios restringidos, que se componían, como máximo, de tres a cinco personas. La selección de los miembros de esos colegios se fundaba en la aptitud para las tareas terroristas: sentido de la disciplina, obediencia ciega, amoralidad, ausencia de escrúpulos, sangre fría, temeridad, astucia... En todo momento, esos individuos debían ser capaces de matar: a un adversario, pero también, incidentalmente, a un camarada tibio o molesto. No se admitían la discusión ni la crítica. Los hombres recibían así una preparación para el terrorismo dentro del terrorismo mismo, haciéndose pronto más poderosos que los agentes ordinarios de
En una dacha de
Estos tres militantes escogidos entre los cuatro mil adultos desembarcados en
A unos cuarenta y cinco kilómetros de Moscú, a poca distancia de la carretera de Leningrado, se encontraba una de las dacha (casa de campo) secretas de
Los españoles no serán jamás agentes secretos perfectos. Una mezcla de temeridad y de crueldad innata les hace capaces de matar o morir en todo momento; pero espontáneos, cordiales, y en el fondo un poco fanfarrones, experimentan frecuentemente la necesidad de expansionarse. Los días precedentes a su salida de Moscú, Martínez invitó a algunos compatriotas, militantes comunistas destacados, gastándose en su honor varios millares de rublos. ¿Conocían sus amigos el objeto del viaje? ¿Sabían que la vida de Trotsky estaba en juego? En todo caso, el viejo militante sevillano Barneto (que participó muchas veces en actos de terrorismo en España) debió de recibir algunas confidencias; un día, tras unas copiosas libaciones, habló más de lo que habría sido de desear. Este hombre, considerado uno de los militantes más seguros del partido, había sentido cierta amargura al verse apartado de aquel importante asunto. Fue por Barneto por quien El Campesino se enteró de la misión secreta de los tres españoles.
Contreras-Sormenti-Vidali
Poseo y he puesto en lugar seguro todos los documentos oficiales relativos al asesinato de Trotsky; constituyen un total de 1.200 folios debidamente numerados, timbrados y firmados. El folio número 706 lleva la firma de Carlos J. Contreras. El número 707 es un documento -confidencial- cuyo contenido transcribo:
“El abajo firmante, cónsul general de México en España, ha recibido la visita del coronel Juan B. Gómez (2), quien le ha pedido un pasaporte para un sujeto italo-ruso llamado Eneas, agente de
El nombre de Carlos J. Contreras fue pronunciado muchas veces en el curso de la encuesta de la policía mexicana. Pero el hombre era -y sigue siendo- muy hábil; gozaba de las protecciones más altas en el país, y la policía no se atrevió a detenerle, aunque presintió la importancia de su papel en la preparación del asesinato de Trotsky. En una carta que envió a la policía, reconocía haber pertenecido al movimiento comunista desde su fundación y haber sido durante la guerra de España comisario político y comandante en el 5º Regimiento. Añadía: “Respetuoso con las leyes de este país (México) y lleno de gratitud por la hospitalidad que me ha ofrecido, no he intervenido jamás en sus asuntos políticos. Yo no soy ruso, ni judío, ni miembro de
Quien se escondía detrás de esta ingenua declaración no era otro que un agente tipo del Komintern y de
Es conocido por el nombre de Carlos J. Contreras desde la guerra civil española; su verdadera identidad es Vittorio Vidali, y con este nombre es, desde la guerra mundial, el jefe de los comunistas de Trieste -ciudad clave- y actualmente miembro del Senado italiano. Se hizo llamar también Eneas Sormenti; se pensó, incluso, que ése era su verdadero nombre, como lo indica el documento antes citado, firmado por el excónsul de México en España. De dar crédito a su declaración a la policía mexicana, llegaría a México al final de la guerra civil española, es decir, en el curso del primer semestre de 1939, como refugiado político. Sin embargo, su primera estancia en México se remonta a 1928: hallábase en México como representante del Komintern y agente secreto de
En 1929, el líder de los estudiantes comunistas cubanos, Julio Antonio Mella, caía asesinado en una calle de México. El Komintern explotó este crimen en todo el mundo; yo mismo escribí unos artículos sobre el tema en L'Humanité y en Monde, la revista dirigida por Henri Barbusse. El dictador cubano Machado (3), responsable de numerosas fechorías, fue comúnmente acusado de este crimen. Sin embargo, una encuesta policíaca imparcial no tardaría en hacer recaer las sospechas sobre Sormenti; luego, una serie de revelaciones confirmaron que el asesinato de Mella había sido cometido por ese siniestro agente de
Todo lleva a creer que ella había sido cómplice en el asesinato del líder cubano: la policía descubrió entre sus cosas el plano de las calles por las cuales había de hacer pasar a la víctima el día fatídico, y un punto negro marcaba el lugar preciso en que se derrumbó el desventurado. Más tarde, con el nombre de María Ruiz, se la encuentra en España, siempre junto a Contreras , con quien trabaja. La joven hace amistad con El Campesino. Ahora bien, éste detesta a Contreras (4). Un día se apodera de él y piensa en fusilarlo. Tina le dice poco después, incapaz de ocultar sus sentimientos con respecto al cómplice: “Hubieras debido fusilarlo. Habría sido una buena acción. Es un asesino. Lo odio con toda mi alma. Y, no obstante, he de seguirlo hasta la muerte”. ¡Hasta la muerte! Tina muere en 1943, en circunstancias bastante misteriosas, en un taxi: crisis cardiaca, se dice. Poco antes de morir confió a una amiga íntima que Contreras era “un asesino peligroso”.
En España, donde es nombrado comisario político y comandante en el 5º Regimiento, a propuesta de los técnicos rusos y del partido comunista español, Contreras se convierte en uno de los principales espías y agentes ejecutores de
El 11 de enero de 1943, Carlo Tresca, prestigiosa figura de militante anarquista italiano, es asesinado ante la puerta del periódico que dirigía en Nueva York. Todo el mundo lo respetaba en Estados Unidos. Una fraternal amistad me ligaba a él, pues durante los procesos que nos incoaron, a mis amigos y a mí mismo, Orlov y Contreras, con la complicidad de Togliatti y de Erno Gerö (6), Tresca fue uno de nuestros más calurosos defensores. Los responsables del asesinato de Tresca continúan en la sombra. Yo acuso públicamente a Contreras de ese crimen; él se apresura a publicar un folleto para defenderse. ¿En qué se fundan mis sospechas? Varias semanas antes del asesinato, el militante socialista francés Marceau Pivert y yo recibimos en México una carta de Carlo Tresca, quien nos informa de la presencia de Contreras en Nueva York, dirigiendo en la sombra una peligrosa campaña de intimidación contra él. El asesinato del anarquista italiano lleva la marca de
Vidali, jefe número 2 del atentado
Martínez C., Alvarez y Jiménez, los tres terroristas españoles enviados a México desde Moscú, habían recibido la orden de ponerse a las órdenes delcomandante Carlos, personaje que les era familiar. Habían trabajado ya con él en su país, y sabían que estaba considerado desde hacía años como el mejor agente de
Contreras conocía mejor que nadie los medios comunistas españoles, mexicanos, cubanos y norteamericanos. Sabemos que los autores del ataque armado contra la casa de Trotsky (la noche del 23 al 24 de mayo de 1940) pertenecían a esos medios. La mayor parte de aquellos individuos habían sido elegidos por él. Durante las ausencias del principal jefe de la empresa, Contreras asumía la dirección del grupo en México. Pero él se quedaba en la sombra, ocultándose siempre lo más posible. Pues, al comprometerse, habría comprometido al mismo tiempo a los personajes de
Vicente Lombardo Toledano, líder sindical destacado, cuya influencia pesaba no solamente en todo México sino también en
Gregory Rabinovitch, el famoso judío francés
A Luis Budenz, antiguo director del periódico comunista norteamericano Daily Worker y convertido al catolicismo en 1945, se debe que conozcamos ahora el nombre del judío francés, ese personaje misterioso. Yo, por mi parte, había sabido, y antes de que Budenz hiciese sus revelaciones, que este hombre se hacía llamar Roberts. Los agentes de
Después del fracaso del primer atentado, nuestro hombre, temiendo ser molestado en el chalet que había alquilado en México, se trasladó nuevamente a toda prisa a los Estados Unidos, mientras que Carlos J. Contreras se quedaba en México, así como otros dos agentes importantes, de los cuales hablaremos más adelante, y un instrumento precioso, tenido hasta entonces en reserva: Jacson-Mornard.
Dos oficiales superiores soviéticos
De todos los que habían tomado parte en este primer caso Trotsky, únicamente los comparsas fueron descubiertos y detenidos por la policía mexicana. Los principales agentes lograron escapar a las investigaciones. ¿Ha de culparse de ello a las autoridades mexicanas? Yo afirmo que no. Pues ellas ignoraban, al igual que, generalmente, las autoridades de todos los países occidentales de entonces, los métodos aplicados por la más hábil y más implacable de las policías secretas,
Rabinovitch y Contreras, acabamos de demostrarlo, eran los dirigentes intelectuales del atentado, o, al menos, de su fase preparatoria. Pero la dirección técnica incumbía a dos oficiales superiores de
La existencia de esos agentes de primer plano había de serme revelada por Enrique Castro Delgado. Éste, pese a haber sido uno de los principales organizadores del famoso 5º Regimiento durante la guerra civil española, ocupando desde su llegada a Moscú un puesto de responsabilidad en el Ejecutivo del Komintern, había caído en desgracia. Casi por milagro -él me contó que gracias a la intervención de Dimitrov-, logró salir de
Los dos oficiales de
-¿Puedes decirme sus nombres? -pregunté a Castro Delgado.
Vaciló un momento. ¿Temía que yo los hiciese públicos y que él fuese objeto de represalias? ¿O bien obedecía al hábito del silencio y de la disciplina, adquiridos en el curso de sus largos años de militante y de estancia en
-No me acuerdo muy bien del nombre del segundo. Se hacía llamar Ronsohnof. Pero tú no ignoras que ellos cambian frecuentemente de nombre, y que en muy raras ocasiones son conocidos por su verdadera identidad.
-¿Y el primero? ¿El jefe?
-Tú sabes que, en España, los técnicos o agentes secretos adoptaban nombres corrientes españoles. A ése se le conocía habitualmente por el camarada Pablo. Pero en los círculos restringidos, llamábasele Kotov y Leonov, general Leonov. En Francia, donde anteriormente se especializó en la lucha contra los refugiados zaristas y Trotskystas, llevó otros nombres.
Luego, tras una nueva vacilación:
-Su verdadero nombre es Leónidas Eitingon. Tenía a su cargo la dirección técnica del asesinato de Trotsky. De momento, no puedo decirte más.
Ruby Weil y Sylvia Ageloff
Habiendo fracasado el primer asalto contra el refugio del antiguo líder bolchevique, era preciso arrojar sobre el tapete, rápidamente, la última carta: una carta digna de
La señorita J. acompañó a Sylvia a París y le presentó a Jacson. Yo sabía desde hacía cierto tiempo que esta señorita J. era la militante Ruby Weil, secretaria de Budenz en la dirección del periódico comunista estadounidense. Deseoso, sin duda, de no perjudicar a su antigua secretaria, Budenz afirmaba en su libro que ella se dio cuenta cuando ya era tarde del papel que le habían obligado a representar. Pero más tarde admitió que Ruby Weil había sido introducida en los círculos Trotskystas norteamericanos con la misión de espiar a sus miembros.
Al escoger a Ruby Weil, Roberts, o Gregory Rabinovitch obedecía a una razón concreta. La sabía ligada por una vieja amistad con las hermanas Ageloff -Ruth, Hilde y Sylvia-, las tres Trotskystas sinceras y amigas de los Trotsky, a quien habían visto frecuentemente en México. Enterada de que Sylvia proyectaba ir a París en la primavera de 1938, Ruby Weil se ofreció a acompañarla, por orden de Rabinovitch y, naturalmente, con dinero proporcionado por él, por mediación de Budenz. Así fue como se encontró en condiciones de presentarle, una vez en París, a Jacques Mornard, que disponía de fuertes sumas de dinero y manifestaba estar siguiendo unos cursos de periodismo en
Luego, Sylvia tuvo un día la sorpresa de verlo aparecer por Nueva York. El le explicó que no quería combatir, y que, para poder salir de Europa, había tenido que proveerse de un pasaporte a nombre de Frank Jacson. Sabemos que vivieron juntos un mes, en Nueva York. Habiendo sido avisado de que en México se le ofrecía un trabajo, Mornard partió para aquella capital. Sabemos también que, antes de separarse de Sylvia, le hizo entrega de tres mil dólares (de cinco mil que él pretendía haber recibido de su madre). Y se reprodujo el intercambio de correspondencia amorosa. Mornard le juró que no podía vivir sin ella. Sylvia, como demuestran las cartas autógrafas que forman parte de la documentación en mi poder, lo trataba como futuro esposo, hablándole ingenuamente de las gentes con quienes trataba. Finalmente, en enero de 1940, ella partió para reunirse con Mornard en México. El plan de Gregory Rabinovitch se llevaba a la práctica punto por punto, sin el menor tropiezo.
Jacson-Mornard en casa de Trotsky
Hacia los últimos días del mes de marzo, la víspera del día en que ella debía regresar a Nueva York, Sylvia, acompañada de Jacson-Mornard, fue a despedirse de los Trotsky. Era la primera vez que el futuro asesino penetraba en la casa de quien luego sería su víctima. Antes de dejar la capital mexicana, Sylvia le hizo prometer que no volvería nunca solo al hogar del exiliado ruso: viviendo en México bajo una falsa identidad, se exponía, pensaba ella, a sufrir algunas molestias, de ser descubierto. Pero poco después debía confesarle, en una carta, que no había hecho honor a su palabra por haberse visto obligado a acompañar hasta la casa de Trotsky a un amigo convaleciente, que acababa de salir del hospital; este amigo era el escritor francés Alfred Rosmer. Jacson-Mornard se ofreció posteriormente -hacia fines de mayo de 1940- a llevar en coche a los Rosmer al puerto de Veracruz, donde embarcaron para Nueva York. Natalia Sedova aprovechó aquella oportunidad para acompañarlos. En sus cartas a Sylvia, el futuro asesino proclamaba su admiración por Trotsky, admiración que crecía a medida que iba conociéndolo mejor, directamente y también por mediación de sus amigos. Este detalle tiene su importancia: el agente de
Un punto queda oscuro. ¿Intervino Jacson-Mornard en el atentado fracasado de la noche del 23 al 24 de mayo? Yo creo que no. Los colaboradores de Trotsky expusieron la hipótesis, tras el crimen y el descubrimiento del asesino, de que debía de haber sido él quien, reconocido por Sheldon Harte como un amigo de la casa, consiguió que le fuese abierta la puerta. Opino, por el contrario, que, precisamente para que pudiese entrar sin dificultad en la casa de Coyoacán,
¿Qué ocurrió después del 24 de mayo? A punto de ser descubierto y arrestado, Rabinovitch se vio obligado a abandonar precipitadamente México, dirigiéndose a Nueva York. ¿Obró así para montar el segundo atentado, llamando a su lado a Jacson-Mornard? Este, en todo caso, se trasladó a los Estados Unidos. Cooper, el secretario de Trotsky, lo condujo en coche al aeropuerto.
En Nueva York le dijeron sin rodeos que habría de asesinar a Trotsky. Únicamente el responsable principal de este caso, Gregory Rabinovitch, podía darle la orden tajante (8). ¿Fue entonces meditada y escrita la carta que había de ser encontrada en uno de sus bolsillos si no lograba escapar de la policía después del crimen? La fecha y la firma fueron dejadas en blanco: ambas serían estampadas en el mismo México, la víspera del atentado. Esta carta tenía un doble objeto: justificar el homicidio en la medida de lo posible y desacreditar a la víctima política y moralmente, rematando la obra de las campañas comunistas desencadenadas contra Trotsky. Concuerda perfectamente con la tradición de
Jacson-Mornard estuvo poco tiempo en Nueva York. Tras su regreso a México, hizo que se reuniera con él la inocente Sylvia: podía necesitarla todavía para penetrar en la casa de Trotsky. ¡Terrible misión la que le había sido asignada! Aunque se hubiese estado preparando para ella desde hacía tiempo, se sentía como aplastado por la fatalidad. En efecto, se había entrenado con sus entradas en la vivienda del viejo revolucionario, ganándose la confianza de sus colaboradores; los había observado en sus idas y venidas; se había hecho a la idea de tomar parte, incidentalmente, en un atentado colectivo; pero ahora tenía que enfrentarse solo con la terrible prueba del homicidio. Por tal motivo, se le veía inquieto, desasosegado, viviendo una verdadera pesadilla. Sin embargo, no podía retroceder, bajo pena de muerte: era un terrorista aterrorizado.
La familia Mercader
Inmediatamente después del asesinato de Trotsky, cuando los periódicos publicaron las fotografías del homicida, fueron muchos los antiguos comunistas catalanes que lo reconocieron, pese a los vendajes que le ocultaban parte de la cara; tratábase, en verdad, de uno de sus camaradas de otro tiempo: Ramón Mercader del Río. Conocían igualmente a su familia, una familia comunista modelo, sobre todo la madre. El primero que identificó al asesino fue Agustín Puértolas, antiguo fotógrafo de Prensa en Barcelona y en el frente de Aragón; había tenido ocasión, entonces, de hacer varias fotos de la madre y del hijo, combatiendo en las filas de las milicias comunistas. Otros dos exmilitantes catalanes, Cabré y el dibujante Bartolí, identificaron a su vez al asesino. Sin embargo, nada dijeron, ni a
La figura más interesante es la de la madre. Eustasia María Caridad del Río Hernández nació el 29 de marzo de 1892 en Santiago de Cuba, y no en Cataluña, como yo creyera en un principio. Cuando España perdió su rica colonia antillana, la familia del Río se estableció en Cataluña. En posesión de bastantes bienes de fortuna, los padres quisieron que su hija se educase en un pensionado francés instalado en Inglaterra: el del Sagrado Corazón de Jesús. Su educación continuó en un pensionado religioso de Barcelona. Hasta los dieciocho años, Caridad tuvo grandes arrebatos de misticismo; incluso entró en el convento de Carmelitas Descalzas, donde profesó como novicia durante cierto tiempo. Me veo obligado, al llegar a este punto, a abrir un paréntesis, para dar cuenta de una observación: en su juventud, Dolores Ibarruri, pescatera en las inmediaciones de Bilbao, que hizo célebre su apodo
Contaba diecinueve años cuando contrajo matrimonio en Barcelona -el 7 de enero de 1911 , para ser exacto- con Pablo Mercader, nacido en la capital catalana el 26 de julio de 1884 y perteneciente a una familia respetable. Desde entonces se la llamó Caridad Mercader. De este matrimonio debían nacer cinco hijos, cuatro chicos y una chica: Jorge, Ramón, Pablo, Luis y Montserrat. El segundo hijo, Ramón, o, más bien, Jaime-Ramón, el futuro asesino, nació en Barcelona el 7 de febrero de 1913. Aprendió las primeras letras en las Escuelas Pías, con los Padres que las regentaban.
La felicidad de los Mercader no duró más de diez años. El marido continuaba profundamente enamorado de Caridad. Ella, por el contrario, se alejaba poco a poco de su esposo y de los principios severos en que se había formado. Deslizábase hacia la bohemia y la independencia, en las que no tardaría en complacerse por entero. En 1925 abandonó el domicilio conyugal, dirigiéndose a Francia con sus cinco hijos. Residió principalmente en Toulouse y Burdeos, donde sostuvo relaciones con un piloto aviador, militante comunista, que le contagió su fanatismo. En dos o tres ocasiones intentó suicidarse, viéndose empujada a tales extremos por motivos personales. Las tentativas de reconciliación de Pablo Mercader resultaron inútiles. En 1928, la ruptura fue total, y Caridad subió a París en compañía de sus hijos.
Un antiguo agregado cultural de la embajada soviética en París me aseguró que el principio de las relaciones de Caridad Mercader con
Tras el comienzo de la guerra civil española, Caridad Mercader militó activamente en el Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC), ligado a
Aquí se da uno de los episodios más trágicos de la vida de Caridad Mercader. Su hijo Pablo es acusado en Barcelona de un acto de indisciplina militar. Los jefes comunistas, con el asentimiento de la propia madre, decidieron enviarlo a Madrid, en un período particularmente peligroso, a una brigada disciplinaria. Murió en el frente madrileño poco después de su llegada. ¿Lo lloró su madre? En secreto, quizá, pues no cabe duda de que amaba a sus hijos; pero en público no manifestó jamás la menor emoción ni formuló ninguna queja sobre la suerte de su desventurado hijo. ¿Se lo impedía el fanatismo ciego que profesaba? Uno de sus hijos pereció víctima de su fanatismo; los otros, a su vez le serían sacrificados, ocupando ahora la ignominia el lugar del heroísmo.
Pedro, Singer, Guéré, Erno Gerö
El pasado aventurero de Caridad Mercader y su actividad combativa le granjearon desde los primeros meses de la guerra de España, la estimación, la confianza y la protección de Pedro, representante todopoderoso del Komintern y de
Erno Gerö es el militante tipo del período estaliniano. Por esta razón y porque se encuentra en los orígenes de la carrera terrorista de Caridad Mercader y de su hijo Ramón, tiene un lugar en el presente relato. Después de la caída de Bela Kun y de un encarcelamiento sin consecuencias en Budapest, se refugió en Viena, donde permaneció un año, aproximadamente, y conoció a la que había de ser su compañera, una joven militante, seguramente honrada. Viena era entonces el lugar de paso de los exiliados húngaros y, en general, de cuantos huían de los países balcánicos; desde allí, la mayoría se dirigía en seguida a Alemania y, sobre todo, a Francia. Yo mismo, militante ilegal, que huía de España, tuve ocasión de saber mucho acerca de eso. Gerö y su compañera se instalaron en París. Fue secretario del grupo comunista, y también del comité intersindical húngaro. Poco después fue enviado a Hungría clandestinamente, con el nombre de Singer y con la misión de proceder a la organización de las células comunistas. A su regreso a Francia, la policía lo detuvo, expulsándolo; no se acomodó a la orden de expulsión y, descubierto y detenido de nuevo, fue condenado a varios meses de prisión. Expulsado una vez más, después de haber cumplido su condena, continuó viviendo en Francia ilegalmente; la policía detuvo y expulsó entonces a su compañera a Bélgica. Tres meses más tarde, ella volvía legalmente a Francia: un militante francés contrató con ella un matrimonio de pura fórmula, lo que le permitió adquirir la nacionalidad de su marido. Tales casamientos eran bastante frecuentes en los círculos comunistas clandestinos; entre 1922 y 1929, año este último de mi ruptura, yo conocí varios.
Erno Gerö tenía méritos suficientes para prosperar en los medios seleccionados y altamente especializados del comunismo que comenzaba a dominar, tras la derrota de Trotsky y de los antiguos colaboradores de Lenin, la dictadura jerarquizada alrededor de Stalin: transferido a Moscú en 1928, durante cerca de tres años completó su formación en una escuela leninista. Entre 1931 y 1936 había de perderlo de vista. ¿Qué fue de él durante esos cinco años? Misterio. Su compañera se quedó en París: militante disciplinada, entró en la fábrica Renault. Por disciplina, había adquirido la nacionalidad francesa, y, por disciplina, renunció a su compañero. La fría mecánica comunista ha ignorado siempre los sentimientos y los lazos humanos, calificados como propios de la pequeña burguesía.
Erno Gerö no llegó a España en 1938, como dijeron los periódicos. Fue en 1933 cuando comenzó a especializarse en los asuntos españoles, y más particularmente en las cuestiones catalanas, y, tras el comienzo de la guerra civil (julio de 1936), estuvo casi permanentemente en dicho país. Raros eran los comunistas catalanes que conocían su verdadera personalidad y su importancia. Tan pronto llegó a Barcelona se convirtió en el representante todopoderoso del Komintern y de
Al amparo del Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC), caído bajo la dependencia total de Moscú, Erno Gerö logró formar un equipo de colaboradores que ocuparon, entre octubre de 1936 y mayo de 1937, cargos políticos, militares y policíacos de primera importancia. Por ejemplo: tres de los puestos más destacados de
Tras un viaje a México, a la cabeza de una delegación, en noviembre de 1936, Caridad Mercader fue una de las más activas colaboradoras de Erno Gerö. Este se convirtió en su primer maestro en el campo de la acción terrorista y el espionaje, en el que ella introdujo a su hijo Ramón. Leónidas Eitingon los conoció gracias a Gerö. Caridad no tardó en ser su amante. Juntos cometieron numerosos crímenes. Entre otros, el más monstruoso: el asesinato de León Trotsky.
Pruebas irrefutables
Yo sabía que Ramón Mercader del Río había desaparecido de Cataluña en la segunda mitad del año 1937. Mis informadores catalanes no le habían vuelto a ver -ni habían tenido la menor noticia de él- hasta el momento en que contemplaron sus fotografías en
En 1954 fue desenmascarado y detenido en Bonn un importante agente de los servicios secretos soviéticos, el capitán Nicolás Khokhlov. Transferido a los Estados Unidos, causó sensación en el curso de una conferencia de Prensa al exhibir un arsenal de armas mortales de ínfimo tamaño, dignas de las aventuras de James Bond. Reveló en esta ocasión que “el asesinato de Trotsky había sido organizado por el general Eitingon, que había estado en España con el nombre de Kotov”, y añadió textualmente: “Fue allí donde reclutó a un español que, enviado a
Esperé a 1948 para hacer pública la verdadera identidad del asesino de Trotsky y retrazar en parte la historia de su familia, aunque hubiese podido hacerlo, como ya he dicho, en 1940. Sin embargo, mis afirmaciones merecieron escaso crédito. ¡Habían sido atribuidas a aquel hombre tantas nacionalidades, tantos nombres! ¿Qué pruebas podía ofrecer de que lo que yo decía era exacto?
Las pruebas materiales e irrefutables de esa identidad fueron facilitadas en 1953 por un médico, mexicano, el doctor Quirós Cuaron, encargado en 1940, inmediatamente después de la muerte de Trotsky, del examen psicológico del homicida. Quirós Cuaron extrajo de ese examen conclusiones del máximo interés, que expuso en un voluminoso estudio. Aguijoneado por una curiosidad jamás satisfecha, llevó más lejos todavía sus investigaciones, que le condujeron primero a Barcelona y después a Madrid, donde
Los asesinos doctrinarios
El azar quiso que me encontrase en México, en el curso de mis frecuentes viajes por América Latina, cuando, ante la sorpresa general, las autoridades pusieron en libertad, aunque expulsándolo del país, al asesino de León Trotsky. Era el 6 de mayo de 1960, o sea, tres meses y medio antes de la fecha en que terminaba su condena, ya que el crimen fue cometido el 20 de agosto de 1940. Ramón Mercader del Río, debidamente escoltado, partió para
Dos días más tarde sostuve una larga conversación con Enrique Castro Delgado, quien había sido depositario en Moscú de las confidencias de Caridad Mercader. Espontáneamente, me había ilustrado ya sobre las actividades del general de
-¿Por qué me ocultaste un detalle de tanta importancia?
-Compréndelo -me respondió él, entristecido-. Mi mujer y yo habíamos contraído una deuda de gratitud con Caridad. En una época de gran miseria en Moscú, ella nos ayudó a sobrevivir. Por añadidura, se movió mucho para que nosotros pudiéramos abandonar
Caridad, que, como ya sabemos, fue a México a la cabeza de una delegación en noviembre de 1936, regresó allí poco antes del final de la guerra civil española, en febrero o marzo de 1939, cuando comenzaban los preparativos para el asesinato de Trotsky. Ella lo mismo que Leónidas Eitingon, su amante, trabajaba bajo la dirección personal de Sudoplátov (9), uno de los principales jefes del espionaje soviético en el hemisferio occidental. Eitingon, que, bajo los nombres de Valery y de Liova, se había entregado a actividades antiTrotskystas en Francia, era ante todo un especialista en el descubrimiento y liquidación de los diplomáticos soviéticos sospechosos y militantes comunistas dudosos o comprometedores. Probablemente no se sabrá nunca de cuántas denuncias y ejecuciones es ese hombre autor. Ya veremos más adelante que Caridad, apasionadamente enamorada de él y fanática de la acción (el hombre le había prometido casarse con ella, ocultándole que ya tenía mujer e hijos en
Habiendo fracasado el primer atentado contra Trotsky, Beria y Sudoplátov dieron, sin lugar a dudas, órdenes terminantes a Leónidas Eitingon y a su colaboradora Caridad Mercader: había que preparar un nuevo atentado, que esta vez no debía fallar. De ahí la reunión Rabinovitch-Eitingon con Ramón en Nueva York. Esto parece más que verosímil, ya que de otro modo el viaje del último a dicha ciudad no se explicaría. Por añadidura, parece muy lógico que ellos escogieran Nueva York, suficientemente alejada de la capital mexicana y de todas las personas que habían tomado parte en el ataque a la casa de Coyoacán, con el propósito de poner en marcha un nuevo plan.
Mientras Ramón, en aquel fatal día de agosto, se dirigía en coche al domicilio de Trotsky para cometer su crimen, Leónidas y Caridad, cada uno en su automóvil, le seguían, estacionándose por las calles vecinas cuando el asesino penetró en el chalet-fortaleza. Si, como era probable, Ramón lograba matar a Trotsky en su mismo despacho, con la ayuda del piolet oculto en su impermeable (por lo cual había sido necesario dos días antes un ensayo), los vigilantes lo dejarían salir sin ser molestado; luego, Caridad y Leónidas se ocuparían de su inmediata salida al extranjero. El terrible grito lanzado por la víctima al recibir el golpe de piolet en su cráneo hizo fracasar su plan. Caridad tuvo que presenciar, devorada por la angustia, la partida de las dos ambulancias: una transportaba a Trotsky a la clínica; en la otra iba su hijo, del que no sabía si estaba vivo o muerto. La desventurada recibió entonces una orden perentoria de su jefe y amante: era preciso huir. Leónidas se puso en marcha por su cuenta; Caridad pasó a Estados Unidos, desde donde se trasladaría a Rusia. Una militante española, que desempeñó un papel importante durante la guerra y pasó una temporada en
Llegada a
Sin embargo, continuaba siendo devorada por una enfermiza necesidad de acción, que ahora más que nunca le atenazaba: la acción podía ser el olvido. Caridad no habría podido soportar nunca una vida de ociosidad. Siempre enamorada del general Eitingon, pese a haber descubierto la existencia de su esposa y de sus hijos, seguía siendo su colaboradora más íntima en la caza de diplomáticos y de militantes tibios y vacilantes. Se le encargó que espiara y denunciara a los jefes del Partido comunista búlgaro refugiados en
-¿En qué cifra estimas tú el número de esas víctimas?-pregunté a Castro Delgado-.
-En unas treinta, tirando por lo bajo -replicó él.
Castro Delgado guardó silencio durante unos instantes, añadiendo luego:
-Después de la primavera de 1943, caído yo en desgracia ya, pasé horas y horas en su casa, en su pequeño apartamento de Kalujskaia. Éramos semejantes a dos náufragos, que tienen necesidad uno del otro. Se pasaba casi todo el tiempo tendida en la cama, fumando cigarrillo tras cigarrillo, levantándose solamente para hacer café. Frecuentemente hablaba con nostalgia de Cuba, de México, de París; intentaba espantar sus malos recuerdos mencionando sólo los buenos. Pero estaba obsesionada por lo que callaba. No pudiéndose contener ya, un día me confió todo lo que albergaba en su corazón: “Nos han engañado, Enrique. Nos han engañado con sus libros revolucionarios, con su propaganda, con su pretendido paraíso. Esto es el peor infierno que haya existido jamás. Nunca podré habituarme a él. No tengo más que un deseo, un pensamiento: huir, huir lejos de aquí.”. Parecía decidida a hablar... “Tú no conoces como yo a estas gentes”, añadió. “Carecen de alma y de conciencia. Aniquilan tu voluntad, te obligan a matar y te hacen morir a continuación, de un golpe o de un disparo, o a fuego lento, como a mí me hacen morir en este momento. Ahora ya no me necesitan, ¿comprendes? Después de mi última hazaña en Turquía, ya no les sirvo de nada. Se dan cuenta de que ya no soy la de antes... Y es que, poco a poco, los criminales se cansan de sus crímenes y se tornan indiferentes. Si yo te lo contase todo...”. Impresionado, le pedí que no siguiera hablando. Si se divulgaba que ella me había hecho aquellas terribles confidencias, estábamos irremediablemente perdidos los dos. “¡Pero es que estamos perdidos!”, exclamó. “Aquí o en otra parte, si nosotros logramos, por milagro, huir, ¡estamos condenados a muerte!”. Me contó entonces detalladamente toda la historia del asesinato de Trotsky, preparado por Leónidas Eitingon y por ella misma. Siempre tendida en su lecho, con el rostro hundido entre sus manos, sollozaba: “He hecho de Ramón un asesino”, manifestó por fin. “De mi pobre Luis, un rehén, y de mis otros dos hijos unas puras ruinas. ¿ Y cuál ha sido mi recompensa a cambio de eso? ¡Cuatro porquerías!”. Caridad se levantó, tiró del cajón de una cómoda, con aire de disgusto, y sacó las condecoraciones más codiciadas de
La obsesión de la huida, la certeza de que la matarían si seguía en
Silencio bajo pena de muerte
Caridad, pues, logró salir de
-Mi madre se va a Cuba, y luego indudablemente, se presentará en México, pero me sacrifica al dejarme aquí. Ella sabe, sin embargo, que yo odio todo esto y que daría la mitad de mi vida por irme. No me hago ilusiones: no podré salir jamás de
Tras la muerte de Trotsky, residía permanentemente en México una comisión de
Al abandonar
Kupper fue llamado a Moscú tras el fracaso de la tentativa de evasión de Ramón Mercader del Río. Pereció en el curso de una purga organizada por Kruschev después de la muerte de Beria, y al mismo tiempo que desaparecían sus colaboradores más allegados: Merkulov, Sudoplátov, Eitingon, todos los que habían tenido algo que ver con el asesinato de León Trotsky. Víctor Hugo tenía razón: siempre hay un verdugo para los verdugos.
París, octubre 1969.
Notas
(1) Caníbales políticos (Hitler y Stalin en España), México, 1941.
(2) Este Juan B. Gómez, agente del estalinismo en España, y más tarde uno de los organizadores del atentado perpetrado contra Trotsky, fue de los que estaban empeñados en enviarme a un mundo mejor; felizmente para mí, yo estaba al corriente de sus maniobras.
(3) Machado (1871-1939), dictador cubano hasta la revolución de 1933, que llevó al poder al sargento Batista.
(4) Nosotros empleamos aquí sus diversos nombres: Sormenti, Contreras o Vidali, teniendo en cuenta el momento y las circunstancias en que él mismo los utilizaba.
(5) Ver
(6) Bajo el nombre de Pedro, el que había de ser uno de los principales provocadores de los acontecimientos de 1956 en Budapest representaba al Komintern y a
(7) Tuve ocasión de establecer la prueba de su gran influencia en los medios oficiales: invitado por un servicio del Ministerio del Interior mexicano (Secretaría de Gobernación) a formular unas declaraciones sobre las actividades de
(8) ¿Fue también a Nueva York Leonidas Eitington, responsable de la dirección técnica? Yo me inclino a creerlo: una decisión tan importante exigía la aprobación de los principales responsables.
(9) Se trata de Pavel Anatólievich Sudoplátov, cuyo papel dirigente en la ejecución del asesinato de Trotsky, junto con importantes datos de dicho crimen, ha reconocido él mismo en el libro Operaciones especiales, Plaza y Janés, 1994 [Nota del editor].
(10) Castro Delgado confirmó lo que yo sabía ya por El Campesino: el famoso mariscal soviético, conocido por el sobrenombre de Manolito, había estado en España durante la guerra civil. Se afirma de él que, muy glotón, se hacia servir cada día un enorme cocido a la madrileña. Una de sus grandes proezas militares consistió en apoderarse de una veintena de sacos de garbanzos que hizo enviar a su casa de Moscú.