
Leon Trotsky
Mientras escribo estas líneas con la madre de León Sedov [1] a mi lado, continúan llegando de distintos países los telegramas de condolencia. Y para nosotros cada telegrama suscita la misma pregunta aterradora: “¿será posible que nuestros amigos de Francia, Holanda, Inglaterra, Estados Unidos, Canadá, Sudáfrica y acá en México acepten como consumado el hecho de que Sedov ya no existe?” Cada telegrama es una nueva señal de que él murió, pero nosotros aún no lo podemos creer. Y no es sólo porque fue nuestro hijo, fiel, abnegado, amante, sino, y sobre todas las cosas, porque él, más que nadie en la tierra, se había convertido en parte de nuestra vida, entrelazado con todas sus raíces, nuestro camarada partidario, nuestro colaborador, nuestro guardián, nuestro consejero, nuestro amigo.
De aquella generación más vieja, en cuyas filas ingresamos, hacia el final del siglo pasado, camino a la revolución, todos, sin excepción, han sido barridos de la faz de
Cuando no era sino un niño - estaba por cumplir los doce años - había, a su modo, hecho la transición consciente de la Revolución de Febrero a
Los últimos informes de la prensa hablan de la vida de León Sedov en París “en las condiciones más modestas” (mucho más modestas, permítaseme agregar, que las de un obrero calificado). Incluso en Moscú, en aquellos años en que su padre y su madre ocupaban altos puestos, él vivía en condiciones no mejores, sino peores que las de los últimos años en París. ¿Era acaso ésta la regla entre la juventud de la burocracia? De ningún modo. Aun entonces él era una excepción. En este niño que iba hacia su pubertad y su adolescencia el sentido del deber y la proeza despertó muy temprano.
En 1923 León se lanzó de lleno al trabajo de
León tenía un gran talento para las matemáticas. Nunca se cansaba de ayudar a muchos obreros-estudiantes que jamás habían asistido al colegio secundario. Se dedicó a este trabajo con todas sus energías, alentando, dirigiendo, retando a los haraganes; el joven maestro sentía este trabajo como un servicio a su clase. Sus propios estudios en
En el invierno de 1927, cuando comenzó la masacre policíaca de la Oposición, León había cumplido los veintidós años. En aquel tiempo le había nacido un hijo, y él lo solía traer orgullosamente al Kremlin para mostrárnoslo. Sin un momento de vacilación, sin embargo, León decidió separarse de sus estudios y de su joven familia para compartir nuestro destino en Asia Central. En esto actuó no sólo como un hijo, sino sobre todo como un compañero de ideas. Era esencial, a cualquier precio, garantizar nuestro contacto con Moscú. Durante este año, su trabajo en Alma Ata fue verdaderamente incomparable. Lo llamábamos nuestro ministro de relaciones exteriores, ministro de policía y ministro de comunicaciones. Y en el cumplimiento de todas estas funciones tuvo que depender de un aparato ilegal. Por encargo del centro de la Oposición en Moscú, el camarada X, muy abnegado y de mucha confianza, consiguió un carruaje y tres caballos y trabajó como cochero independiente entre Alma Ata y la ciudad de Frunze (Pishpek), que en aquel tiempo era la terminal del ferrocarril. Su tarea era hacemos llegar cada dos semanas el correo secreto de Moscú y llevar nuestras cartas y manuscritos de vuelta a Frunze, donde lo esperaba un mensajero de Moscú. Encontrarlo no era cosa fácil. A veces llegaban también correos especiales de Moscú. Nos alojábamos en una casa rodeada por las instituciones de la GPU y los cuarteles de sus agentes. El contacto con el exterior estaba enteramente en las manos de León. Solía salir de casa tarde en las noches lluviosas o cuando nevaba mucho o, eludiendo la vigilancia de los espías, solía esconderse de día en la biblioteca para encontrarse con el mensajero en un baño público o entre los yuyos espesos en las afueras de la ciudad o en la feria oriental, donde los kirghizes se amontonaban con sus caballos, sus burros y sus mercaderías. Siempre volvía entusiasta y feliz, con un brillo conquistador en los ojos y el precioso botín debajo de su ropa. Y así, durante un año, eludió a todos los enemigos. Lo que es más, mantuvo sus relaciones más “correctas”, casi “amistosas” con estos enemigos que eran los “camaradas” de ayer, haciendo gala de un tacto y disciplina extraordinarios, protegiéndonos cuidadosamente de toda molestia exterior.
En aquel tiempo la vida ideológica de la Oposición hervía como una caldera. Era el año del Sexto Congreso Mundial de
Entre abril y octubre recibimos aproximadamente 1.000 cartas y documentos políticos y alrededor de 700 telegramas. Durante este mismo período enviamos 550 telegramas y no menos de 800 cartas políticas, incluso una cantidad de trabajos sustanciosos, tales como la crítica del Proyecto del Programa de
Una colaboración tan íntima, sin embargo, no significa que no hubo entre nosotros disputas, o incluso choques muy fuertes. Ni en aquel momento, ni más tarde, en la emigración, y hay que decirlo sinceramente, tuvieron mis relaciones con León un carácter parejo y plácido. A sus juicios categóricos, que a veces eran irrespetuosos para con los “viejos” de la Oposición, no sólo oponía yo correcciones y reservas categóricas, sino que también tuve para con él esa actitud pedante y exigente que había adquirido en cuestiones prácticas. Debido a esos rasgos, que son tal vez útiles y aun indispensables en el trabajo a gran escala, pero totalmente insoportables en una relación personal, la gente más allegada a mí a menudo tuvo que vérselas feas. Y ya que entre todos los jóvenes el más allegado era mi hijo, fue él quien tuvo que vérselas peor que los demás. A un observador superficia1 hasta le podría haber parecido que nuestra relación estaba impregnada de severidad y alejamiento. Pero debajo de esta superficie palpitaba un profundo cariño mutuo, basado sobre algo inmensamente más fuerte que los vínculos de la sangre: la solidaridad de opiniones y juicios, de simpatías y antipatías, de alegrías y tristezas vividas en común, de las grandes esperanzas que compartíamos. Y este cariño mutuo se encendía a veces como un fogonazo y su calor compensaba mil veces las pequeñas fricciones del trabajo diario.
Y así, a cuatro mil kilómetros de Moscú, a doscientos cincuenta kilómetros del ferrocarril más próximo, pasamos un año difícil e inolvidable que permanece en nuestra memoria bajo el signo de León, o más bien Levik o Levusiatka, como lo solíamos llamar.
En enero de 1929, el Buró Político decidió deportarme de la URSS, y nuestro destino resultó ser Turquía. Se les otorgó a los miembros de mi familia el derecho de acompañarme. Y otra vez, sin vacilar, León decidió compartir el exilio, separándose para siempre de su mujer y del niño a quienes amaba tanto.
Se abría un nuevo capítulo en nuestras vidas y sus primeras hojas estaban casi en blanco. Había que buscar nuevos contactos, nuevos conocidos, nuevos amigos. Y una vez más nuestro hijo lo fue todo para nosotros: nuestro vínculo con el mundo exterior, nuestro guardián, nuestro colaborador y secretario, como en Alma Ata, pero en una escala incomparablemente más amplia. En el tumulto de los años revolucionarios se había olvidado casi por completo de los idiomas extranjeros con los que se había familiarizado en su infancia más que con el ruso. Se le hizo necesario aprenderlos de nuevo. Comenzó nuestro trabajo literario conjunto. Mis archivos y mi biblioteca estaban totalmente en manos de León. Conocía profundamente las obras de Marx, Engels y Lenin. Estaba muy al tanto de mis libros y manuscritos, de la historia del Partido y de la Revolución y de la historia de la falsificación termidoriana. En el caos de la biblioteca pública de Alma Ata ya había estudiado los archivos de Pravda de la época de los Soviets, y reunido con infalible ingenio las citas y referencias necesarias. Ni una sola de mis obras de los últimos diez años hubiera sido posible sin este material precioso y sin las investigaciones que León realizaba en los archivos y en las bibliotecas, primero en Turquía, más tarde en Berlín y finalmente en París. Me refiero de un modo especial a
Cuando todavía estaba en Moscú le faltaba un año y medio para completar su curso de ingeniería. Su madre y yo insistimos en que volviera a sus estudios abandonados mientras estábamos en el extranjero. Mientras tanto, en Prinkipo se había formado con éxito un nuevo grupo de colaboradores íntimamente relacionados con mi hijo. León aceptó marcharse sólo por una razón de peso: que en Alemania podría prestar a
Pero la cuestión rusa seguía ocupando el centro de su atención. Cuando aún vivía en Prinkipo, se convirtió en el editor de hecho del Boletín de
Durante los primeros años de la emigración mantenía una nutrida correspondencia con los oposicionistas de
En los archivos de la GPU figuraba con el apodo de “Sinok” o “hijito”. Según el difunto Ignace Reiss, en la Lubianca [oficina principal de la GPUJ se dijo más de una vez: “El hijito hace su trabajo astutamente. Al viejo no le resultaría tan fácil sin él.” Era cierto. No hubiera sido fácil sin él. Será muy difícil sin él. Y fue precisamente por eso que los agentes de la GPU, infiltrándose incluso en las organizaciones de la Oposición, rodearon a León de una espesa telaraña de espionaje, intrigas y complots. En los Juicios de Moscú, su nombre invariablemente aparecía junto al mío. ¡Moscú estaba buscando medios para deshacerse de él a toda costa!
Después de subir Hitler al poder, el Boletín de
La principal obra literaria de León fue El Libro Rojo de los Juicios de Moscú, dedicado al Proceso de los Dieciséis (Zinoviev, Kamenev, Smirnov y otros). Fue publicado en francés, ruso y alemán. En aquel momento mi esposa y yo estábamos presos en Noruega, atados de pies y manos, blanco de la difamación más monstruosa. Hay ciertas formas de parálisis que permiten que sus víctimas oigan y comprendan todo pero no puedan mover un solo dedo para apartar el peligro mortal. El gobierno “socialista” noruego nos sometió precisamente a esta parálisis. ¡Qué don tan valioso fue para nosotros, en estas circunstancias, el libro de León, la primera respuesta aplastante a los falsificadores del Kremlin! Las primeras pocas páginas, me acuerdo, me parecieron deslucidas. Se debía a que en ellas sólo se trataba de reafirmar una apreciación política, ya hecha con anterioridad, sobre la situación general de
Así como escribía, León hacía todo lo demás, es decir, a conciencia, estudiando, reflexionando, revisando. Desconocía la vanidad de “ser el autor”. La declamación agitativa no lo atraía. Al mismo tiempo, cada línea que escribía ardía con un fuego vivo, que brotaba de su auténtico temperamento revolucionario.
A este temperamento lo formaron y fortalecieron los hechos de la vida personal y familiar vinculados íntimamente a los grandes hechos políticos de nuestra época. En 1905 su madre estaba en una cárcel de Petrogrado esperando al niño. Un soplo de liberalismo la liberó en otoño. En febrero del año siguiente nació el niño. Para aquel entonces yo ya estaba encarcelado. Sólo pude ver a mí hijo por primera vez trece meses más tarde, cuando escapé de Siberia. Sus primeras impresiones tenían el aliento de la primera revolución rusa cuya derrota nos llevó a Austria. La guerra que nos obligó a irnos a Suiza golpeó la conciencia del niño de ocho años. La siguiente gran lección para él fue mi deportación de Francia. A bordo del barco él conversó, por señas, con un fogonero catalán acerca de
Así se formaba un futuro combatiente. Para él la revolución no era una abstracción. ¡Oh, no!. Impregné todo su ser. De ahí su actitud seria hacia el deber revolucionario que comenzaba con los Sábados Rojos y la ayuda escolar a los estudiantes atrasados. Es por eso que más tarde se unió con tanto fervor a la lucha contra
Una vez, hizo los arreglos para viajar a Mulhausen a fin de conferenciar con un abogado suizo respecto a una acción legal contra las difamaciones de la prensa stalinista; en la estación lo esperaba toda una pandilla de agentes de
Era lógico que, cuando en otoño del año pasado una serie de agentes soviéticos extranjeros comenzaron a romper con el Kremlin y la GPU, León estuviera relacionado con estos sucesos.
Ciertos amigos protestaron contra esa asociación con aliados nuevos y “no probados”: era posible que se presentara una provocación. León contestó que sin duda se corría un riesgo, pero que no era posible desarrollar este movimiento importante si nos quedábamos al margen. También esta vez tuvimos que aceptar a León tal como lo formaron la naturaleza y la situación política. Como auténtico revolucionario, le daba valor a la vida sólo en la medida en que ésta servía para la lucha del proletariado por la liberación.
El 16 de febrero apareció un breve comunicado en los diarios vespertinos de México; decía que LeónSedov había muerto después de una operación quirúrgica. Absorto en un trabajo urgente, no vi estos diarios. Por iniciativa propia, Diego Rivera verificó y confirmó por radio este comunicado y vino a traerme la terrible noticia. Una hora más tarde le avisé a Natalia que nuestro hijo había muerto, en el mismo mes de febrero en que, hacía 32 años, ella me trajo a la cárcel la noticia de su nacimiento. Así terminó para nosotros el día 16 de febrero, el más negro de nuestra vida personal.
Habíamos esperado muchas cosas, casi cualquier cosa, pero no eso, porque no hacía mucho que León nos había escrito sobre su intención de conseguir trabajo como obrero en una fábrica. Simultáneamente expresaba la esperanza de escribir la historia de la Oposición rusa para un instituto científico. Rebosaba de planes. Sólo dos días antes de la noticia de su muerte recibimos una carta suya, con fecha del 4 de febrero, desbordante de coraje y vitalidad. Está aquí, delante mío: “Estamos haciendo los preparativos”, escribía, “para el juicio en Suiza, donde la situación es muy favorable tanto en lo que se refiere a la así llamada ‘opinión pública’ como a las autoridades.” A continuación enumeraba una serie de hechos y síntomas favorables. “En somme nous marquions des points .” La carta irradia confianza a en el futuro, ¿De dónde salió entonces esta enfermedad maligna y esta muerte repentina? ¿En doce días? Para nosotros un velo de misterio envuelve toda esta cuestión. ¿Se aclarará alguna vez? La primera suposición, y la más natural, es que lo envenenaron. Para los agentes de Stalin no constituía una gran dificultad el llegar hasta León, su ropa, su comida. ¿Pueden los peritos, incluso los que no estén trabados por consideraciones “diplomáticas”, llegar a conclusiones definitivas en lo que se refiere a este aspecto? Paralelamente con la química bélica, el arte de envenenar ha logrado hoy día un desarrollo extraordinario. Seguramente, los secretos de este arte no son accesibles para un mortal común. Pero los envenenadores de la GPU tienen acceso a todo. Es perfectamente posible imaginar un veneno que no pueda detectarse después de la muerte, ni aun con los análisis más cuidadosos. ¿Y quién va a garantizar ese cuidado? ¿O quizás lo mataron sin recurrir a la química? Este hombre joven, profundamente sensible y tierno tuvo que soportar demasiado. Los largos años de una campaña de mentiras contra su padre y los mejores de sus camaradas mayores, a quienes León estaba acostumbrado a reverenciar y a amar desde su infancia, habían ya sacudido su organismo moral. La larga serie de capitulaciones por parte de los miembros de la Oposición lo golpeó con no menor dureza. Luego, en Berlín, se suicidó, mi hija mayor, a quien Stalin había apartado de su familia, de su medio ambiente, y lo hizo con toda perfidia, de puro revanchismo. León se encontró con el cadáver de su hermana mayor y con su hijo de seis años, de quien hubo de hacerse cargo. Decidió tratar de comunicarse telefónicamente con su hermano menor, Serguei, que estaba en Moscú. Contrariamente a lo que cabía esperar, se logró la comunicación telefónica, ya sea porque la GPU estaba momentáneamente desconcertada ante el suicidio de Zina, o porque esperaban poder oír algunos secretos. Así León pudo transmitirle, con su propia voz, la trágica noticia. Así fue la última conversación entre nuestros dos muchachos, los hermanos condenados a muerte, que se comunicaban por encima del cuerpo, caliente aún, de su hermana. Cuando nos escribía sobre su odisea, sus cartas eran lacónicas, magras y comedidas. Nos ahorró demasiados sufrimientos. Pero en cada línea uno sentía una tensión moral insoportable.
León soportaba las dificultades y privaciones materiales sin quejas, con humor, como un verdadero proletario; pero, por supuesto, también ellas dejaron su huella. Los efectos de las constantes torturas morales resultaban infinitamente más angustiosos. El Juicio a los Dieciséis en Moscú, el carácter monstruoso de las acusaciones, los testimonios de pesadilla de los acusados, entre ellos Smirnov y Mrajkovski, a quienes León conocía y amaba tanto; el encarcelamiento inesperado de su padre y su madre en Noruega, el período de cuatro meses sin noticias; el robo de sus archivos; la forma misteriosa en que nos llevaron a mi mujer y a mí a México. El segundo Juicio de Moscú, con sus acusaciones y confesiones aun más delirantes, la desaparición de su hermano Serguei, acusado de “envenenar a los obreros”; el fusilamiento de infinitos hombres que, o habían sido amigos o lo siguieron siendo hasta el fin; la persecución y los atentados por parte de la GPU en Francia, el asesinato de Reiss en Suiza, las mentiras, la bajeza, la perfidia, las estratagemas para incriminarlo.
No; “stalinismo” no era para León un abstracto concepto político, sino una serie de golpes morales y heridas espirituales. Si los amos del Kremlin recurrieron a la química, o si todo lo que ya habían hecho resultó suficiente, la conclusión es la misma: fueron ellos los que lo mataron. Marcaron el día de su muerte como una celebración importante en el calendario termidoriano.
Antes de matarlo hicieron todo lo posible por difamar y denigrar a nuestro hijo a los ojos de sus contemporáneos y de
Su madre, que había intimado con él más que nadie, y yo estamos viviendo estas horas terribles recordando su imagen, rasgo por rasgo, sin poder creer que él ya no está, y llorando porque es imposible no creerlo. ¿Cómo nos podemos acostumbrar a la idea de que en esta tierra ya no existe este cálido ser humano, ligado a nosotros por vínculos indisolubles de recuerdos en común, de mutuo entendimiento y de tierno cariño? Nadie nos conoció y nadie nos conoce, con nuestras debilidades y nuestros lados fuertes, tan bien como nos conocía él. Era parte de nosotros, la parte joven de nosotros. Por centenares de canales, nuestro pensamiento y nuestro sentimiento iban hacia él a París. Junto con nuestro muchacho ha muerto lo que quedaba de joven en nosotros.
Adiós, León, adiós querido e incomparable amigo. Tu madre y yo nunca pensamos, nunca esperamos que el destino nos fuera a imponer esta terrible tarea de escribir tu obituario. Vivíamos firmemente convencidos de que mucho tiempo después de que nos hubiéramos ido serías tú el continuador de nuestra causa común. ¡Pero no pudimos protegerte! Adiós, León. Legamos tu recuerdo irreprochable a las generaciones más jóvenes de los obreros del mundo. Con justicia tú vivirás en los corazones de todos aquellos que trabajan, sufren y luchan por un mundo mejor. ¡Jóvenes revolucionarios de todos los países! ¡Aceptad de nosotros el recuerdo de nuestro León, adoptadlo como vuestro hijo - es digno de ello - y dejad que, a partir de ahora, participe invisible de vuestras batallas, ya que el destino le ha negado la dicha de participar de vuestra victoria final!
México, 20 de febrero de 1938
[1] León, Sedov, hijo, amigo, luchador. Este un folleto dedicado a la juventud proletaria, fue publicado por la Liga de Jóvenes Socialistas (internacionalistas de la Cuarta) en marzo de 1938.
[2]
[3]
[4] El artículo de Sedov sobre el stajanovismo fue publicado en la edición de febrero de 1936 de New International.
[5] Karl Liebknecht (1871-1919): socialdemócrata de izquierda alemán y antimilitarista, fue el primero en votar contra los créditos de guerra del Reichstag en 1914. Fue encarcelado por su actividad antibélica de
[6] Alexander F. Kerenski (1882-1970): uno de los dirigentes del Partido Social Revolucionario ruso. Llegó a ser vicepresidente del Soviet de Petrogrado; luego se alejó de su disciplina para asumir el ministerio de justicia en el Gobierno Provisional en marzo de 1917. En mayo asumió el cargo de ministro de guerra y marina, el cual conservó hasta cuando llegó a ser primer ministro. Más tarde se nombró a sí mismo comandante en jefe. Huyó de Petrogrado cuando los bolcheviques tomaron el poder.
[7] Las Jornadas de Julio de 1917 en Petrogrado estallaron sin dirección alguna y llevaron a encuentros sangrientos. Los bolcheviques fueron declarados responsables de los hechos; sus jefes fueron detenidos y sus periódicos clausurados.
[8] Irakli Seretelli (1882-1959): dirigente menchevique que apoyó la guerra, ocupó puestos ministeriales de marzo a agosto de 1917.
[9] Serguei Sedov (1908-1937): hijo menor de Trotsky, fue el único de ellos que no tenia interés por
[10] Serguei Mrajkovski (1883-1936): famoso comandante de