
León Trotsky
Reproducción del texto incluido en el tomo II de Literatura y revolución y otros escritos sobre la literatura y el arte (León Trotsky, Ruedo Ibérico, París, 1969, 157 y ss.; también se encuentra en las ediciones de la misma obra aparecida en Alianza y en Akal). Fechado en Prinkipo a 9 de febrero de 1931
Desdichadamente, he leído Los conquistadores con un atraso de dieciocho meses o de dos años. El libro está dedicado a la revolución china, es decir, al tema principal de estos últimos cinco años. Un estilo denso y hermoso, el ojo certero de un artista, la observación original y osada, todo confiere a la novela una importancia excepcional. Si ahora me refiero a ella, no es porque el libro sea un dechado de talento, aunque este hecho está lejos de ser despreciable, sino porque ofrece una fuente de enseñanzas políticas del más alto valor.¿Se deben a Malraux? No, se desprenden del propio relato, a espaldas del autor, elevándose contra él -lo que honra al observador y al artista, aunque no al revolucionario. Sin embargo, podemos apreciar a Malraux también desde ese ángulo: en su nombre personal, y sobre todo a través de Garín, su segundo yo, el autor no escatima sus juicios sobre la revolución.
El libro se intitula novela. De hecho, estamos frente a la crónica novela da de la revolución china en su primer periodo, el de Cantón. La crónica no es completa. A veces falta la fuerza social. En compensación, desfilan ante el lector, no sólo luminosos episodios de la revolución, sino siluetas claramente recortadas, que se graban en la memoria como símbolos sociales.
Mediante toquecillos cromáticos, siguiendo el método de los puntillistas, Malraux ofrece un cuadro inolvidable de la huelga general, ciertamente no como surge de abajo, sino como es percibida arriba: los europeos no tienen su desayuno, los europeos se ahogan de calor, los chinos han cesado el trabajo en las cocinas y han dejado de hacer funcionar los ventiladores. Esto no es un reproche dirigido al autor: el extranjero-artista no hubiera podido, indudablemente, abordar su tema de otro modo. Pero sí se le puede censurar algo importante: falta en el libro una afinidad natural entre el escritor, a pesar de todo lo que sabe y comprende, y su heroína, la revolución.
Las simpatías, por cierto activas, del autor por
Hay páginas en la novela, bellas por su intensidad, que muestran cómo cl odio revolucionario nace del yugo, de la ignorancia y de la esclavitud, templándose como el acero. Esas páginas hubieran podido entrar en la antología de la revolución, si Malraux hubiese abordado a las masas populares con mayor libertad y atrevimiento, si no hubiese introducido en su estudio una pequeña nota de superioridad hastiada, como excusándose de su unión pasajera con la insurrección del pueblo chino, tanto, tal vez, ante sí mismo como ante los mandarines académicos de Francia y los traficantes de opio del espíritu.
Borodín representa al Komintern y ocupa el puesto de consejero ante el gobierno de Cantón. Garín, el favorito del autor, es el encargado de la propaganda. Todo el trabajo se lleva a cabo en los marcos del Kuomintang. Borodín, Garín, el "general" ruso Gallen, el francés Gerard y el alemán Klein forman una original burocracia de la revolución, que se erige por sobre el pueblo insurrecto, desarrollando su propia "política revolucionaria", en vez de realizar la política de la revolución.
Las organizaciones locales del Kuomintang son descritas del modo siguiente: "La reunión de algunos fanáticos, evidentemente sanos, de algunos ricachones en busca de consideración o de seguridad, de numerosos estudiantes, de coolíes..." (p. 29 y 30). Los burgueses no sólo ingresan en cada organización sino que dirigen por completo al partido. Los comunistas dependen del Kuomintang. Se persuade a los obreros ya los campesinos que no realicen acto alguno que pueda disgustar a los amigos provenientes de la burguesía. "Así son esas sociedades que controlamos (por cierto, más o menos, ¡qué nadie se llame a engaño!)..."(p. 29). ¡Edificante confesión! La burocracia del Komintern trató de "controlar" la lucha de clases en China, del mismo modo que la internacional bancaria controla la vida económica de los países atrasados. Pero no se puede controlar una revolución. Sólo se puede dar una expresión política a sus fuerzas internas. Hay que saber a cuál de esas fuerzas ligar su destino.
"Los coolíes están descubriendo que existen, simplemente que existen" (p. 31). Buena puntería. Pero, para sentir que existen, los coolíes, los obreros industriales y los campesinos tienen que derrotar a los que les impiden existir. La dominación extranjera está ligada indisolublemente al yugo interno. Los coolíes deben, no sólo expulsar a Baldwin o a Macdonald, sino derrocar igualmente a la clase dirigente. Lo uno no puede realizarse sin lo otro. Así, el despertar de la personalidad humana en las masas de China, diez veces Superior a la población de Francia, se funde inmediatamente en la lava de la revolución social. ¡Grandioso espectáculo!
Pero, he aquí Borodín que entra en escena y dice: "En esta revolución, los obreros tienen que servirle de coolíes a la burguesía". El proletario encuentra, transpuesto en la política, el sometimiento social del que quiere liberarse. ¿A quién se debe esta pérfida operación? A la burocracia del Komintern. Al tratar de "controlar" al Kuomintang, está, de hecho, ayudando al burgués que busca "consideración y seguridad" a someter a los coolíes que quieren existir. Permaneciendo todo el tiempo entre telones, Borodín se caracteriza en la novela por ser un hombre "de acción", un "revolucionario profesional", una encarnación viviente del bolchevismo en tierras chinas. ¡Nada más falso! He aquí la biografía política de Borodín: en
Garín no es un funcionario. Es más original que Borodín y está, tal vez, más cerca del tipo del revolucionario. Pero carece de la formación indispensable: diletante y estrella fugaz, se embrolla desesperadamente en los grandes acontecimientos, a cada instante. Con respecto a las consignas de la revolución china, he aquí cómo se pronuncia: "... Palabrería democrática, derechos del pueblo, etc. "(p. 36). Esto tiene un timbre radical, pero se trata de un falso radicalismo. Las consignas de la democracia son una palabrería execrable en boca de Poincaré, Herriot y León Blum, escamoteadores de Francia y carceleros de Indochina, de Argelia y Marruecos. Pero cuando los chinos se levantan en nombre de los "derechos del pueblo", esto se parece tan poco a la palabrería como las consignas de la revolución francesa del siglo XVIII. Durante la huelga de Hong-Kong, los rapaces británicos amenazaban con restablecer los castigos corporales. "Los derechos del hombre y del ciudadano" significaban en Hong-Kong el derecho de los chinos de no ser fustigados por el látigo británico. Descubrir la podredumbre democrática de los imperialistas es servir a la revolución; tildar de palabrería a las consignas de la insurrección de los oprimidos, es ayudar involuntariamente a los imperialistas. Una buena inoculación de marxismo hubiera podido preservar al autor de las fatales pifias de este tipo. Pero, en general, Garín estima que la doctrina revolucionaria es un "fárrago doctrinal" Como podéis ver, es uno de esos para los que la revolución no es sino un "estado de cosas determinado”. ¿No es asombroso?. Pero, justamente porque la revolución es un "estado de cosas” -es decir, un estadio del desarrollo de la sociedad condicionada por causas objetivas y sometido a leyes determinadas- un espíritu científico puede prever la dirección general del proceso. Sólo el estudio de la anatomía y de la fisiología de la sociedad permite reaccionar durante el desarrollo de los acontecimientos, basándose en previsiones científicas y no en conjeturas de diletante. El revolucionario que "desprecia" la doctrina revolucionaria no es mejor que el curandero que desprecia la doctrina médica que ignora, o que el ingeniero que rechaza la tecnología. Los hombres que, prescindiendo del auxilio de la ciencia, pretenden rectificar ese "estado de cosas" que se llama enfermedad, se llaman brujos o charlatanes y son perseguidos por la ley. Si hubiera existido un tribunal para juzgar a los brujos de la revolución, es probable que Borodín y sus inspiradores moscovitas hubieran sido severamente condenados. Me temo que el propio Garín no hubiera salido indemne en el asunto.
Dos figuras se oponen mutuamente en la novela, como los dos polos de la revolución nacional: el viejo Cheng-Dai, autoridad espiritual del ala derecha del Kuomintang -el profeta y el santo de la burguesía- y Hong, jefe juvenil de los terroristas. Los dos son representados con gran fuerza. Cheng-Dai encarna la vieja cultura china traducida en el idioma de la cultura europea; gracias a esta vestidura rebuscada, "ennoblece" los intereses de todas las clases dirigentes de China. Es cierto que Cheng-Dai quiere la liberación nacional, pero teme más a las masas que a los imperialistas; odia más a la revolución que al yugo que pesa sobre la nación. Si marcha a su encuentro es para aplacarla, domarla, agotarla. Lleva a cabo la política de la resistencia 'en dos frentes, contra el imperialismo y contra la revolución, la política de Gandhi en
Cuando Garín dice que la influencia de Cheng-Dai se eleva por encima de la política, nos hace encoger de hombros. La política disimulada del "justo", en China como en
¿Quién gravita en torno a Cheng-Dai? La novela responde con precisión meritoria: un mundo "de viejos mandarines, contrabandistas de opio o fotógrafos, letrados convertidos en vendedores de bicicletas, abogados de
Cuando Tang hace atacar la ciudad por sus ejércitos, preparándose a degollar a los revolucionarios, comenzando por sus camaradas de partido Borodín y Garín, éstos, con la ayuda de Hong, movilizan y arman a los obreros parados. Pero, después de derrotar a Tang, los jefes tratan de evitar que cambie nada de lo que existía antes. No pueden romper u pacto con Cheng-Dai, porque no tienen confianza en los obreros, en los coolíes, en las masas revolucionarias. Ellos mismos están contaminados por los prejuicios que constituyen el arma predilecta de Cheng-Dai.
Tienen que entrar en lucha con Hong para no disgustar a burguesía. ¿Quién es Hong? ¿De dónde procede?. "De la miseria" (p. 41). Es de los que hacen la revolución y no de los que se suman cuando ya se ha triunfado. Habiendo llegado a la conclusión de que hay que matar al gobernador inglés de Hong-Kong, Hong no tiene más que una preocupación: "Cuando me hayan condenado a la pena capital, habrá que decir a los jóvenes que me imiten" (p. 40). Habría que ofrecerle a Hong un programa claro: sublevar a los obreros, unirlos, armarlos y enfrentarlos a Cheng-Dai, su enemigo. Pero la burocracia de
No obstante, el gobierno de Cantón "oscila, esforzándose por no caer de Garín y Borodín -que controlan la policía y los sindicatos- en Cheng-Dai, que no controla nada pero que no por ello deja de existir" (p. 72). Tenemos un cuadro casi acabado del duunvirato. Los representantes de
La idea fundamental de Garín y de Borodín es prohibir a los barcos chinos y extranjeros que se dirigen al puerto de Cantón, hacer escala en Hong-Kong. Esos hombres, que se consideran revolucionarios realistas, esperan romper la dominación inglesa en
¿Será que las masas de Cantón no están maduras para derribar el gobierno de la burguesía? De toda esta atmósfera se desprende la convicción de que, sin la oposición de
¿No disgustar a Cheng-Dai! Pero si Cheng-Dai se aleja de todos modos, lo que es inevitable, esto no implica que Garín y Borodín se liberen de su vasallaje benévolo Con respecto a la burguesía. Ahora escogerán como nuevo objeto de su acto de prestidigitación a Chang Kai-chek, hijo de la misma clase y hermano menor de Cheng-Dai. Jefe de la escuela militar de Wampoa, fundada por los bolcheviques, Chang Kai-chek no se limita a una oposición pasiva, está dispuesto recurrir a la fuerza sangrienta, no en forma plebeya -la e las masas- sino en forma militar, y sólo en los límites le permitan a la burguesía conservar un poder ilimitado sobre el ejército. Al armar a sus enemigos, Borodín y Garín desarman y rechazan a sus amigos. Así es como preparan la catástrofe.
¿Estaremos acaso sobrestimando la influencia de la burocracia revolucionaria sobre los acontecimientos? No. Esta resultó más de lo que ella misma pensaba, sino para n, al menos para mal. Los coolies, que sólo empiezan a existir políticamente, necesitan una dirección osada. Hong necesita un programa osado. La revolución necesita la energía de los millones de hombres que despiertan. Pero Borodín y Sus burócratas necesitan a Cheng-Dai ya Chang -chek. Sofocan a Hong y le impiden levantar la cabeza al obrero. Dentro de unos meses, sofocarán la insurrección agraria para no disgustar a los galonados burgueses del ejército. Su fuerza viene de que representan al octubre ruso, al bolchevismo, a
El diálogo de Borodín y de Hong (p. 181-182) es la más espantosa denuncia contra Borodín y sus inspiradores moscovitas. Como siempre, Hong va en busca de acciones decisivas. Exige el castigo de los burgueses más destacados. Borodín no encuentra más que esta réplica: «No hay que tocar a los que pagan». «La revolución no es tan sencilla», dice, por su parte, Garín. « La revolución es pagar el ejército», concluye Borodín. Estos aforismos contienen todos los elementos del nudo en el que fue estrangulada la revolución china. Borodín preservaba a la burguesía, la cual, en recompensa, cotizaba para la « revolución». El dinero iba al ejército de Chang Kai-chek. El ejército de Chang Kai-chek exterminó al proletariado y liquidó a la revolución. ¿Era esto realmente imprevisible? ¿y los hechos no fueron en verdad previstos? La burguesía no paga de buena gana sino un ejército que le sirve contra el pueblo. El ejército de la revolución no espera gratificación: hace pagar. Esto se llama la dictadura revolucionaria. Hong interviene con éxito en las reuniones obreras y fulmina a los «rusos», portadores de la ruina de la revolución. Los caminos del propio Hong no conducen al objetivo, pero tiene razón contra Borodín. «¿Tenían consejeros rusos los jefes de los Tai-Ping? ¿y los de los Boxers? » (p. 189). Si la revolución china de 19241927 hubiera sido librada a su propia suerte, tal vez no hubiera llegado inmediatamente a la victoria, pero no hubiera recurrido a los métodos del hara-kiri, no hubiera sufrido vergonzosas capitulaciones y hubiera educado cuadros revolucionarios. La diferencia trágica entre el duunvirato de Cantón y el de Petrogrado es que, de hecho, en China no hubo bolchevismo: bajo la etiqueta de «trotskismo», éste fue declarado doctrina contrarrevolucionaria y perseguido con todas las armas de la calumnia y de la represión. Donde fracasó Kerenski en las jornadas de julio, Stalin habría de triunfar en China, diez años más tarde.
Borodín y « todos los bolcheviques de su generación -nos afirma Garín- fueron marcados por su lucha contra los anarquistas». Esta observación le hacía falta al autor para preparar al lector a la lucha de Borodín contra el grupo de Hong. Pero se trata de una falsedad histórica: si el anarquismo no pudo levantar la cabeza en Rusia, no fue porque los bolcheviques lucharon con éxito contra él, sino porque ellos mismos se habían enterrado anteriormente. Si no se queda entre las cuatro paredes de los cafés de intelectuales o de las redacciones de periódicos, si penetra más profundamente, el anarquismo denota la sicología de la desesperación en las masas y representa el castigo político de las engañifas de la democracia y de las traiciones del oportunismo. La osadía del bolchevismo para plantear los problemas revolucionarios y enseñar sus soluciones, no dejó sitio para el desarrollo del anarquismo en Rusia. Pero si la pesquisa histórica de Malraux no es exacta, su relato, por el contrario, muestra admirablemente cómo la táctica oportunista de Stalin-Borodín preparó el terreno al terrorismo anarquista en China.
Llevado por la lógica de esa política Borodín consiente en promulgar un decreto contra los terroristas. Los revolucionarios sólidos, empujados al camino de la aventura por los crímenes de los dirigentes moscovitas, acaban siendo declarados fuera de la ley por la burguesía de Cantón, provista de la bendición de
Responden con actos de terrorismo contra los burócratas seudorrevolucionarios, protectores de la burguesía que paga. Borodín y Garín capturan a los terroristas y los exterminan, defendiendo, no ya a los burgueses, sino sus propias cabezas. De esta manera la política de compromisos se desliza fatalmente hasta el último grado de la felonía.
El libro se llama Los conquistadores. En el espíritu del autor, ese título de doble sentido, en que la revolución se tiñe de imperialismo, se refiere a los bolcheviques rusos o, más exactamente, a determinada fracción de ellos. ¿Los conquistadores? Las masas chinas se sublevan, en una insurrección revolucionaria, bajo la influencia indiscutible del golpe de Estado de octubre como ejemplo y del bolchevismo como bandera. Pero los conquistadores no conquistaron nada. Por el contrario, entregaron todo al enemigo. Si la revolución rusa provocó la revolución china, los epígonos rusos la sofocaron. Malraux no hace esas deducciones. Ni siquiera parece pensar en ellas. Precisamente por ello se imponen aún más claramente en este libro notable.
Respuesta a André Malraux
De la revolución estrangulada y de sus estranguladores
León Trotsky
Reproducción del texto incluido en el tomo II de Literatura y revolución y otros escritos sobre la literatura y el arte (León Trotsky, Ruedo Ibérico, París, 1969, 157 y ss.). Fechado en Kadikoy, 12 de junio de 1931
Un trabajo urgente me impidió leer oportunamente el artículo de Malraux, quien aboga, contra mi crítica, en favor de
Me negué a asimilar a Borodín al tipo de los "revolucionarios profesionales", aunque así se le caracterice en la novela de Malraux. El autor trata de probarme que Garín posee suficientes botones de mandarín como para tener derecho al título en cuestión. Malraux no juzga inoportuno añadir que Trotski posee algunos botones de más. ¿No resulta cómico? El tipo del revolucionario profesional no tiene nada de un personaje ideal. En todo caso, es un tipo bien definido, que tiene su biografía política y rasgos claramente marcados. Sólo Rusia ha sido capaz de crear, desde hace algunas decenas de lustros, ese tipo y, en Rusia, más cabalmente que cualquier otro partido, el de los bolcheviques.
Los revolucionarios profesionales de la generación a la que, por su edad, pertenece Borodín, comenzaron a formarse en vísperas de la primera revolución, pasaron la prueba de 1905, se templaron y se instruyeron (o se corrompieron) durante los años de la contrarrevolución. En 1917 tuvieron la mejor ocasión de verificar lo que eran. De
El revolucionario se abre un camino con su clase. Si el proletariado es débil, atrasado, el revolucionario se limita a hacer un trabajo discreto, paciente, prolongado y poco reluciente, creando círculos, haciendo propaganda, preparando cuadros; con el apoyo de los primeros cuadros que ha creado, conseguirá agitar a las masas, legal o clandestinamente, según las circunstancias. Hará siempre una distinción entre su clase y la clase enemiga, y no tendrá más que una política, la que corresponda a las fuerzas de su clase. y las fortalezca. El revolucionario proletario, ya sea francés, ruso o chino, considerará a los obreros chinos como un ejército suyo, para hoyo para mañana. El funcionario aventurero se sitúa por encima de todas las clases de la nación china. Se cree llamado a dominar, a decidir, a mandar, independientemente de las relaciones internas entre las fuerzas existentes en China. Al comprobar que el proletariado chino es actualmente débil y no puede ocupar con seguridad los puestos de mando, el funcionario trata de conciliar y combinar clases diferentes. Actúa como inspector de una nación, como virrey encargado de los asuntos de una revolución colonial. Busca un entendimiento entre el burgués conservador y el anarquista, improvisa programas ad hoc, edifica una política basada en equívocos, crea un bloque de cuatro clases opuestas; se hace tragasables y patina en los principios. ¿Cuál es, pues, el resultado? La burguesía es más rica, más influyente, más experimentada. El funcionario aventurero no consigue engañarla. Por el contrario, ese funcionario logra embaucar a los obreros llenos de abnegación aunque inexpertos, entregándolos a la burguesía.
Este es el papel desempeñado por la burocracia de
Al estimar que el derecho de la burocracia "revolucionaria" es el de mandar, independientemente, desde luego, de la fuerza del proletariado, Malraux nos enseña que era imposible participar en la revolución china sin participar en la guerra, que era imposible participar en la guerra sin estar afiliado al Kuomintang, etc. A lo que añade que la ruptura con el Kuomintang obligaría al Partido Comunista a entrar en la acción clandestina. Cuando pensamos que semejantes argumentos resumen la filosofía de los representantes de
La apreciación política dada por Malraux sobre la situación, las posibilidades y los problemas de
¿Procuró otra cosa al proletariado chino la estrategia de los funcionarios de
El carácter criminal de toda esta política es particularmente flagrante en algunas cuestiones de detalle. Malraux le apunta un mérito a Borodin y Cia, por haber entregado los terroristas a la burguesía, ya que de ese modo llevaban conscientemente al líder burgués Cheng-Dai a sucumbir bajo el terror. Semejante maquinación es digna de un Borgia burócrata o de esa nobleza polaca revolucionaria, que siempre ha preferido practicar el asesinato, disimulándose tras el pueblo. No, el problema no consistía en ejecutar a Cheng-Dai en una celada; la verdadera tarea consistía en preparar el derrocamiento de la burguesía. Cuando un partido revolucionario se ve obligado a matar, actúa asumiendo plenamente sus responsabilidades, invocando tareas y objetivos accesibles y comprensibles para la masa.
La moral revolucionaria no reposa sobre las normas abstractas de Kant. Se forma con las reglas de conducta que ponen al revolucionario bajo el control de su clase, en sus tareas y designios. Borodín y Garín no estaban ligados a la masa, no estaban impregnados de un sentimiento de responsabilidad ante su clase. Son superhombres de la burocracia, que creen que "todo está permitido"... en los límites de la delegación recibida de las autoridades superiores. La acción de esos hombres, por destacada que pueda ser en determinados momentos, se vuelve, en fin de cuentas, necesariamente, contra los intereses de la revolución.
Después de haber hecho asesinar a Cheng-Dai por Hong, Borodín y Garín entregan a los verdugos a Hong ya su grupo. Toda su política, como se ve, está estigmatizada por el signo de Caín. También aquí Malraux toma su defensa. ¿Cuál es su argumentación? Dice que Lenin y Trotski trataron con igual implacabilidad a los anarquistas. Es difícil creer que esto haya sido dicho por un hombre que, por lo menos durante algún tiempo, tuvo algo que ver con la revolución. Malraux olvida o no comprende que una revolución se hace contra una clase, para asegurar el dominio de otra y que, sólo ante esta tarea adquieren los revolucionarios el derecho a ejercer la violencia. La burguesía extermina a los revolucionarios, a veces también a los anarquistas (pero a éstos cada vez menos, pues se vuelven cada día más sumisos) para mantener un régimen de explotación y de infamia. En presencia de una burguesía dirigente, los bolcheviques salen siempre en defensa de los anarquistas contra los Chiappe. Cuando los bolcheviques conquistaron el poder, hicieron todo lo posible por ganar a los anarquistas para la dictadura del proletariado. y la mayoría de los anarquistas fue efectivamente arrastrada por los bolcheviques. Pero, en efecto, los bolcheviques trataron muy duramente a los anarquistas que buscaban la ruina de la dictadura del proletariado. ¿Teníamos razón? ¿No la teníamos? Se apreciará según la opinión que se pueda tener de la revolución que llevamos a cabo y del régimen establecido por ella. Pero, ¿ se puede imaginar un segundo que bajo el gobierno del príncipe Lvov, bajo el de Kerenski, en régimen burgués, los bolcheviques hubiesen sido los agentes de semejante gobierno para exterminar a los anarquistas? Basta con plantear claramente la pregunta para rechazarla con asco.
Al igual que el juez Bridoison descuidaba siempre el fondo de su asunto, interesándose sólo en la "forma", la burocracia seudorrevolucionaria y su abogado en literatura no se interesan más que por el mecanismo de una revolución, sin preguntar a qué clase ya qué régimen debe servir esa revolución. En ese punto, un abismo separa al revolucionario del funcionario de la revolución.
Lo que dice Malraux del marxismo es verdaderamente curioso. Según él, la política marxista no era aplicable en China, ya que, en su opinión, el proletariado chino no tenía aún conciencia de clase. En ese caso, parecería que el problema consistiría en despertar esa conciencia de clase. Ahora bien, Malraux concluye justificando una política dirigida contra los intereses del proletariado.
Malraux utiliza otro argumento que no es más convincente, pero sí más divertido: Trotski, dice, afirma la utilidad del marxismo para la política revolucionaria; pero Borodín también es marxista, al igual que Stalin; por lo que hay que pensar que el marxismo no tiene nada que ver en la cuestión...
En lo que a mí respecta, defendí la doctrina revolucionaria contra Garín, al igual que defendería la ciencia médica contra un curandero pretencioso. El curandero me replica que los médicos titulares matan frecuentemente a sus enfermos. El argumento es indigno, no sólo de un revolucionario, sino de un vulgar ciudadano que posea una instrucción media. La medicina no es topoderosa; los médicos no llegan siempre a curar; entre ellos, hay ignorantes, imbéciles y hasta envenenadores; no es en caso alguno una razón para autorizar a los curanderos, que no han estudiado nunca la medicina y que niegan su importancia.
Después de haber leído el artículo de Malraux, tengo que hacer una corrección a mi artículo precedente: había escrito que la inoculación de marxismo le sería útil a Garín. He cambiado de opinión.