
Marcos Roitman Rosenmann / La Jornada
¿Cómo es posible que un sistema fundado en la explotación y la violencia mantenga una vitalidad comparable con los superhéroes de las novelas de ficción? ¿Será este atractivo, la supuesta inmortalidad, lo que provoca la humana veneración de sus postulados? Sus defensores parecen obviar las desigualdades sociales y no dar crédito a las contradicciones de clase.
Empresarios, terratenientes, sectores medios, obreros, campesinos, parados y grupos marginales se declaran pro capitalistas. Gama heterogénea de acólitos que hoy se muestran preocupados por su salud. La crisis le resta vitalidad. Está enfermo y rezan pidiendo su pronta recuperación. Las plegarias se diversifican. Algunas solicitan una mayor intervención del Estado para salvar sus ruinosos negocios y mantener sus opulentos niveles de vida, son los banqueros y los especuladores. Otras piden una rotación en el empleo, manifestando su cuota de responsabilidad en
En el fondo se plantea una decisión ética y moral. No podemos aducir ignorancia o indiferencia sobre el tipo de sistema que es el capitalismo y la enfermedad endémica que lo corroe internamente. Hambre, miseria, contaminación, apropiación de medios de vida de campesinos, pescadores y pueblos indígenas a manos de empresas trasnacionales. Tampoco desmerecen las guerras por el control de las materias primas destinadas a la industria de alta tecnología, el trabajo esclavo en las minas de oro, plata, níquel o diamantes y las veladas formas de semiesclavitud introducidas en
Presidentes de Estado, jefes de gobierno, monarcas, tanques de pensamiento, organismos internacionales y grupos de presión se turnan día y noche insuflando oxígeno a un cuerpo cuyos pulmones no pueden seguir respirando. Pero ellos mantienen la visión teológica del capitalismo. Apelan a su naturaleza divina, a sus poderes ocultos, al mercado. La solución es inyectar más dinero en las venas, bajar la presión reduciendo los tipos de interés y reactivar el consumo por la vía de
No se trata de proyectar una imagen pueril del capitalismo. Pero si pensamos en América Latina en el periodo de guerra fría, nos encontramos con datos poco halagüeños sobre la realidad del capitalismo. La estela para imponer su voluntad supuso en Argentina 46 mil muertos; en Colombia 350 mil; en Chile 4 mil; en El Salvador 75 mil; en Guatemala 200 mil; en Haití 45 mil; en Nicaragua 70 mil; en Perú 69 mil; en Panamá 3 mil; en República Dominicana 6 mil y en Cuba la dictadura de Batista (1952-1958) incorpora 20 mil muertos. Cifras oficiales o declaradas en comisiones de
El capitalismo ha vomitado dos guerras mundiales y a él debemos técnicas sofisticadas de tortura y asesinatos masivos. Cámaras de gases, gas naranja, napalm, balas de uranio empobrecido y un sinnúmero de armas bacteriológicas y químicas, sin olvidar las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki. Nunca en la historia un sistema social es responsable de tanta ignominia. Poblaciones enteras padecen las consecuencias. El exterminio de grupos étnicos y el asesinato de líderes sindicales y obreros es parte de su magna obra. Violaciones, terrorismo psicológico y el desprecio a la vida humana son el lenguaje común del capitalismo. ¿De que se vanaglorian sus defensores? Ellos prefieren mirar hacia otro lado. Siempre, dirán, los beneficios de la mano invisible del mercado son mayores que los inconvenientes derivados de su aplicación. Con esta premisa se defiende su inmortalidad.
Sin embargo, al día de hoy aún no se han mostrado las virtudes de un orden donde la miseria y el hambre, la muerte y la explotación se alzan como sus baluartes supremos. Quienes lo defienden se autoexcluyen de la condición humana. No se sienten ligados por los valores de la democracia y la dignidad y fraternidad republicana. Lamentablemente son muchos los que prefieren mutar en nombre de la libertad de mercado y los derechos individuales. Mutación que no reconoce clases ni desigualdades sociales. Su lema es sálvese quien pueda pero yo el primero. ¡Viva el capitalismo!