Pepe Gutiérrez-Álvarez
La reciente edición del intenso y rico breviario Trotskismos, de Daniel Bensaïd (El Viejo Topo, Barcelona, 2007), con dos epílogos “nacionales” (de Miguel Romero y del autor de estas líneas), nos invita de una historia en las que los problemas serios han formado parte de la vida cotidiana, comenzando por la propia definición (de hecho, una amputación estaliniana), siguiendo con sus propias crisis y divisiones, y concluyendo con su lugar en un mundo en el que el estalinismo no es ni sombra de lo que llegó a ser.
Nos parecía una definición restrictiva, primero porque fueron muchos los personajes, de antes y de después de Trotsky que nos parecían igualmente subyugantes, segundo porque la historia había sufrido numerosos “trastornos” (sobre todo con
Pero a pesar de todas estas reticencias y dificultades, lo cierto es que un sector significativo de nuestra generación (la que resulta definida por el “espíritu” de los mayos del 68), acabó asumiendo el legado que personificaba Trotsky, y lo hizo por una suma de consideraciones que resulta muy importante tener en cuenta. Aunque se trataba de una generación que se reiniciaba en el activismo político después de la derrota devastadora de la guerra y todo lo que vino después (el “reconocimiento” de Franco por las democracias sin la oposición de la socialdemocracia), ya teníamos una memoria, más lejana, la de los años treinta que se sintetiza en el POUM, y en los años sesenta con el Frente de Liberación Popular, el “Felipe”. Aquellos fueron años de tanteos y controversias de todo tipo, y en ellas irrumpieron la trilogía de Deutscher sobre Trotsky, los análisis de Mandel sobre el capitalismo tardío o neocapitalismo, sin olvidar las experiencias guerrilleras en América Latina o la emergencia de nuevas vanguardias en los países capitalistas avanzados, amén del creciente rechazo a lo que se llamaba “socialismo real”.
Entre 1966 y 1968 se dieron unos primeros brotes sin continuidad, pero desde el 68, se crean las condiciones parta un salto cualitativo. Se comienza a escribir una segunda página en la historia del trotskismo entre nosotros con
En el prólogo que abre este libro, Daniel Bensaïd nos advierte que está abordando un tema no muy poco conocido en Francia.
Se está refiriendo a un país clave para la historia que cuenta. Aunque en Francia, la cuestión trotskista es la misma que en cualquier parte, se da una continuidad incluso durante
Aparte de las grandes batallas de la historia social francesa (en junio del 36, la resistencia, la solidaridad activaron la revolución argelina, con Vietnam, contra el ascenso neofascista, etc), el trotskismo galo ha tenido una incidencia nada desdeñable entre los intelectuales Son numerosas las personalidades del mundo cultural que han tenido en un momento dado una conexión más o menos amplia con Trotsky y el trotskismo (cito al vuelo: André Malraux, André Gide, André Breton, Benjamin Péret, Pierre Naville, Gerard Rosenthal, Maurice Nadeau, Daniel Guerin, Pierre Broué, Michel Lequenne, Michael Lowy, y un largo etcétera). Y lo que parecía imposible, además de militante, ahora también incluye una expresión en las elecciones que hace años rebasa en su conjunto el 10%. Por lo demás, la militancia que se la encuentra en primera línea de los diversos Foros Sociales desde su primera plataforma en Porto Alegre (en su día una alcaldía de signo “cuartista”). En todos ellos se reconoce el peso que tienen la participación y las propuestas de
La obra de Bensaïd deja constancia de todo lo que, fundamentalmente, contiene esta tradición que se ha tendido a caracterizar como la defensora del período bolchevique leninista, o sea la épica de 1917, la guerra, los cuatro primeros congresos de
Una buena muestra de este in crescendo de
Con todo, a pesar de lo dicho sobre el trotskismo francés, no le falta razón a nuestro “Bensa” para pensar los problemas que comporta un trabajo de estas características. Sobre todo cuando la edición gala estaba concebido para una difusión mucho más amplia que la propia de los círculos de “enterados”. Más allá, se puede afirmar que el trotskismo no forma parte de los temas conocidos, sobre todo con lo que le ha caído encima, ayer con la denigración estaliniana, y en los últimos tiempos con la denigración neoliberal. A mi parecer, no deja de resultar indicativo que su principal referencia sea Tierra y libertad, película que resultó un hito militante en la segunda mitad de los años noventa, aunque dada la vertiginosa aceleración del período histórico quizá esté ya un tanto olvidada. Esto por más que en nuestro caso su amplio significado corresponda al terreno de lo que se ha venido a llamar la recuperación de la “memoria histórica”, un terreno en recobra pleno sentido la revolución española. De ahí que suscitara tantos resquemores entre los guardianes de la historia oficial impuesta con
Aquí pues, estamos en una onda bastante más atrasada, de ahí que su lectura pueda representar mayor dificultad, y de ahí también todo el trabajo complementario, dentro del cual se incluyen estas notas
Dicho atraso tiene motivaciones muy amplias, pero en el caso específico de la tradición hay que remitirse a dos grandes cortes, el de la postguerra, y el que sigue la desaparición de
Hay que hablar de una historia marcada por una tragedia entre comunistas de proporciones “bíblicas”, lo que distorsionara la historia hasta alcanzar el mayor de los absurdos, muy especialmente de la española. En este marco las relaciones de Trotsky y de
Y añadir que la española fue una clase trabajadora más culta y organizada que la rusa, sin embargo no tiene un partido revolucionario, por ende, hay que crearlo en un momento en el que la palabra “trotskismo” se asocia con la “Quinta columna”, y hasta los soldados que siguen a la capitana Mitra Etchebéhère, no saben qué pensar. Las condiciones concretas pues, no pueden ser más adversas. Hay una guerra del fascismo contra la libertad y el socialismo, hay una corriente mayoritaria que quiere hacer la revolución por abajo pero no por arriba, hay una única potencia aliada,
Lo dicho: durante aproximadamente un cuarto de siglo, el trotskismo desaparece por nuestros lares, para resurgir con muchas dificultades en los años sesenta mediante un prólogo posadista cuya historia se ha perdido (5).
Al calor de mayo del 68 sobre todo, resurge un airado lector de Isaac Deutscher, Ernest Mandel, Pierre Broué y tantos otros. Es parte de lo que se llamó “nueva izquierda”. Aunque tiene sus propios criterios sobre porqué se perdió la guerra (la respuesta sería porqué antes se perdió la revolución), está igual o más interesado en los nuevos factores que están provocando el rápido deterioro del franquismo y en los debates del momento. Su base militante la extraerá de los estudiantes y los jóvenes obreros críticos con el PCE-PSUC, y con las variantes maoístas que capitalizan las disidencias de izquierdas. Su escalón previo será el Frente de Liberación Popular (ESBA en Euzkadi, FOC en Cataluña), el grupo más avanzado e implantado de la “nueva izquierda”, una página de la historia de la izquierda revolucionaria sobre la que solo muy recientemente se ha comenzado a escribir (6).
El capítulo que sigue se inserta en la tentativa de “las Ligas” que nos cuenta Bensaïd como algo muy propio con sus alcance y sus limites. La nuestra se llamará también LCR, y su periplo comienza afinales de los sesenta para concluir abruptamente a principios de los noventa, en opinión de muchos y muchas, cuando más falta hacía o sea cuando el espacio de una izquierda con un mapa sobre todo lo que estaba ocurriendo, se ampliaba. El desconcierto fue tan mayúsculo que ni tan siquiera permitió uno de aquellos debates los que estábamos tan habituados, pero como el Guadiana, la corriente volvió a reaparecer al calor de las esperanzas suscitadas por el altermundialismo. Quizás sea ya momento de ofrecer unas primeras aproximaciones históricas, para analizar nuestras propias tribus, el alcance de unas aportaciones especialmente activas en los setenta y de resistencia en los ochenta, y el sentido que de recuperar el “hilo rojo” de la continuidad histórica que hablaba Trotsky.
Sus inicios fueron fulgurantes, apareciendo como una ruptura frente al paternalismo de los partidos tradicionales, como un desafío abierto. Decir Liga era decir un proyecto para crear el “instrumento de la revolución” desde la periferia juvenil al centro proletario.
En los ochenta, los plazos de la historia cambiaron, la revolución quedaba muy lejos, ahora se trataba de otra travesía del desierto de la que parecen que tendrá una salida a caballo de la revolución en Centroamérica, o la vuelta a la turca en el Referéndum sobre la OTAN...Derrotas tras derrotas que acabaron por quebrantar seriamente a una generación que ya comenzaba a peinar calvas o canas, mientras que las nuevas hornadas de militantes que aparecen son bastante minoritarias e inmersas en un contexto de declive, y no están, salvo contadas excepciones, por hacer de la militancia su manera de vida, y las comparten con otras exigencias más personales animando tal o cual sector en ebullición. El agotamiento generacional era evidente, el relevo fue francamente exiguo. Por entonces, la restauración conservadora parecía invencible...
Después la historia se complica, y en donde antes se daban amplios debates, el análisis del momento final será –como en mi caso- fruto de criterios compartido por nos pocos.
La solución parecía pasar por una “convergencia revolucionaria” con el MC -último reducto parcialmente reconvertido del ya extinto maoísmo-, y acuerdos más o menos similares habían funcionado, por ejemplo en Portugal...Sin embargo, aquí pronto quedó claro que, si bien
En los noventa, el mundo parecía cambiar de base pero en sentido muy diferente al que promete la letra de
Ahora teníamos que empezar de nuevo después de la caída del maldito muro (después vendrían otros muros no menos odiosos pero perfectamente consentidos), pero un cierto escepticismo era poco menos que inevitable, no ya en la crítica al desorden establecido –no había que tomar notas de los datos sobre el hambre y la miseria que suministra
Estaba claro que la magnitud de la derrota no se podía entender sin los errores y los horrores del estalinismo. Ahora parecía que todo el arsenal de crítica suministrado por el trotskismo era insuficiente, y se detectaban errores graves en cierto bolchevismo. En aquel Trotsky que tardó demasiado en bajarse del tren blindado del Ejército Rojo, en concepciones por arriba compartidas por Lenin, el ascenso del “aparato” que en 1924 ya era “el partido” y ni que decir tiene, en nuestra propia historia, lo del POUM era un buen ejemplo. Trotsky estaba demasiado lejos para apreciar lo que ocurría, en sus diatribas la falta de análisis concretos se suplía con exigencias que no eran aplicables, con un programa “correcto” no se opera el milagro de construir un partido revolucionario, un instrumento sujeto por lo demás, a no pocos inconvenientes cuando el curso de la historia pasa lejos.
Se nos decía que todo eso era la historia de un fracaso, pero lo cierto era que sin la revolución, sin el “fantasma del comunismo”, no habrían tenido lugar las independencias de las colonias, las revoluciones en el Tercer Mundo, las conquistas de las libertades y de los derechos sociales, etcétera. Lo cierto era que sin el miedo a la clase obrera y a la revolución, el Capital estaba arruinando el la naturaleza, al mundo mayoritario, está cercenando los derechos sociales, vaciando de contenido las libertades, desactivando las conciencias... Después de retroceso de los ochenta-noventa, de la victoria del neoliberalismo sobre el principio esperanza, todo comenzaba de nuevo a cobrar un sentido. Entonces nos volvimos a encontrar, con la tradición y con las nuevas aportaciones, las lecciones de las derrotas y las propuestas para dejar de correr, y cambiar nuevamente el curso de los acontecimientos.
Por este tiempo, los restos del naufragio se refugiaron en grupos como el Espacio Alternativo, Izquierda Alternativa, el Col·lectiu per una Esquerra Alternativa en Cataluña o
Se puede hablar de una larga travesía contra corriente. De un largo tiempo en el que el trotskista era al decir de Deutscher como el apestado el medioevo, una experiencia de la que otros “malditos” como los anarquistas tienen amplios conocimientos (7). En esta travesía, con las circunstancias tan adversas, a veces se buscan refugios. La cuesta arriba y los círculos minoritarios comportan normalmente crisis y divisiones. Cuesta menos crear partidos con nombres altisonantes que hacerse un lugar en las luchas diarias. Se crea un ambiente en el que debates perfectamente legítimos se pueden convertir en dilemas entre lo correcto y la traición, las diferencias más sencillas, en dilemas que pueden llevar a verdaderos espejismos históricos enconados por líderes que prefieren ser cabeza de ratón antes que cola de gato, y buscan su razón de ser en la demostración de los desafueros del “revisionismo” ajeno, y situar este “principio auténtico” por encima de cualquier otra consideración, incluso la más obvia como la inserción social (8). Esta es una parte de la historia especialmente alambicada sobre la que Bensaïd sabe utilizar el bisturí, y ante todo situarla en los años de la resistencia perpleja, en los cuarenta y cincuenta, tiempo primordial para la dispersión de las tribus y para el desarrollo de sus características específicas. Pero si bien las crisis son bastante comunes en todas las escuelas políticas en los tiempos de vacas flacas, en el caso trotskista adquieren unos ribetes especiales. Sobre todo porque suelen marchar de la mano de elaboraciones especialmente depuradas, nos encontramos con una explicación de unas dinámicas disgregadoras que rizan el rizo, cuando no se extravían en limbos tan dudosos como el que encarnó Gerry Healy, sin duda el más perturbador de todos los nombres de los trotskismo (9).
Este evidente dislate crea unas dinámicas que atraviesan las coyunturas políticas, y que se justifican por su propia inercia como sección de tal internacional o fracción de internacional. A la mayoría las encuentras en lugares tan ajenos a la tradición como las papeletas electorales. Grupos o subgrupos que permanecen apartados de “lo que se mueve”, sacan la cabeza en periodo electorales, o sus Webs correspondientes para destilar las excelencias doctrinarias, ajenos a todo lo que pueda crearles problema con la realidad que, en principio, deberían tratar de transformar. A veces se les puede sentir evocar sus mitos, Trotsky por supuesto, el primero. No hay duda de que el personaje abarca tanta historia, tanta que Deutscher se quedó corto con su tres volúmenes. Sin embargo, Trotsky no se sentó en los “principios fundamentales”, ni nada parecido. De hecho, es tal en la medida en que se movió, trato de conquistar una y otra vez las almenas de la realidad. Y es que si el trotskismo tiene un sentido no es como la gran solución, es ni más ni menos una aportación. Desde la construcción de puede mirar a las demás corrientes desde una superioridad teórica o programática que no puede existir preconcebida. Aportará a las alternativas desde la acción y el debate.
Las generaciones a las que va destinada este libro se encuentran con un bagaje de formación y lecturas más atrasadas que las anteriores que sacaron músculo en este terreno. Es más que probable que muchos de los acontecimientos, personajes y debates que cita Bensaïd, le resulten poco o nada conocidos. Pero cabe esperar que libros como este le ayuden a restablecer con el máximo detalle un mapa que conecte el pasado con el presente, para una lucha que -hay que repetir todas la veces que sean necesarias- Ahora es más necesaria que nunca.
Notas
1) En uno de sus dictámenes el “gran” Jean-François Revel (Le Point nº 1501, 22/6/01), con ocasión del “escándalo” provocado alrededor del pasado trotskista de Lionel Jospin, decía sobre Trotsky: a) que el hecho de que fuera expulsado del partido, de
2) El trotskismo libró una de sus mayores batallas contra el izquierdismo del “tercer período”, cuyas consecuencias más desastrosas tuvieron lugar en Alemania al principio de los años treinta. Pero esto no impide que la crítica de Elorza & Bizcarrondo (Queridos camaradas.
3) Está visto que no hay manera de disociar al POUM de la definición de “trotskista”, incierta si nos atenemos a la áspera controversia Trotsky-Nin. Con todo, no deja de ser curioso que Víctor Alba, uno de los poumistas más furiosamente antitrotskistas, defina al POUM en Operació Nikolai en virtud de dos criterios básicos: 1) la revolución democrática será asumida por la revolución socialista; y 2) el estalinismo había traicionado a la revolución y había que ofrecer una alternativa socialista y democrática... Si esto no es trotskismo, se le parece mucho.
4) Sobre el “munismo” ver, Guillamón (Agustín), Documentación histórica del trotsquismo español (1936-1948), Madrid, Ediciones de
5) La fracción posadista representó al trotskismo antes del mayo del 68 y de la emergencia de grupos como Acción Comunista, después su trayectoria se hizo cada vez más errática hasta desaparecer. Sus fuentes de propaganda provenían de América Latina, y se apoyaba sobre todo en los textos y discursos de J. Posadas, cuyo ideario político se fue haciendo cada vez más desaforado. Fue una primera escuela para algunos cuadros de
6) Gracias dos trabajos, la crónica periodística de Eduardo García Rico, Queríamos la revolución. Crónicas del Felipe (Flor del Viento, Madrid, 1998, con prólogo de Leguina), todo un modelo de historia “periodística”, muy inferior al trabajo de campo de Julio Antonio García Alcalá Historia del Felipe (FLP, FOC y ESBA). De Julio Cerón a
7) No deja de ser curioso que a pesar de sus múltiples coincidencias entre trotskismo y anarquismo en las barricadas desde julio del 36 hasta mayo del 68, siguiendo con las “movidas” contra la globalización y sin olvidar mayo del 37, no haya permitido una relación “amistosa”, en buena medida porque los segundo siguen considerando a los primeros con trazos no muy diferentes a los de Revel aunque desde sea desde una óptica opuesta...Esto explica que no fue hasta después del asesinato de Nin que algunos (Camillo Berneri sobe todo) empezaron a reaccionar, subrayando por primera vez que no todos los “comunistas” eran los mismos perros aunque con diferente collar como repetían en Solidaridad Obrera.
8) El lector de algunos manuales del historiador de filiación “lambertista”, Jean-Jacques Marie como El trotskismo (Ed. Península, Barcelona, 1975), o Trotsky, le trotskysme et
9) Fecundada desde Gran Bretaña, los “healystas” crearon allá por mitad de los años setenta